(V° Dom. de Pascua B 2024)

Libro de Hechos de los Apóstoles (Hch 9,26-31)

“En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los Apóstoles.

Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.”

Salmo Responsorial (Salmo 21)

R/. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse;
alabarán al Señor los que lo buscan:
Viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia lo servirá.
Hablarán del Señor a la generación futura.
Contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

Primera Carta de san Juan (1Jn 3,18-24)

“Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.

En esto conoceremos que somos de la verdad y tendremos nuestra conciencia tranquila ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 15,1-8)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador.

Si alguna de mis ramas no da fruto, Él la arranca; y poda las que dan fruto, para que den más fruto.

Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado; permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes.

Como el sarmiento no puede dar frutos por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada.

Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como al sarmiento, y se sea; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pedirán lo que deseen y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, en que ustedes den fruto abundante; así serán discípulos míos.”

Reflexión

El evangelista San Juan recoge en su evangelio el momento solemne en que el Señor pronunció aquel «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador», para revelar una verdad profunda de sí mismo. Ese momento es la noche previa a su Pasión y Muerte, la noche de la Última Cena, noche en que ofreciéndose a sí mismo como el nuevo Cordero Pascual cuya Carne debe ser comida, sella una Nueva Alianza con su Sangre.

Hasta ese momento Israel había sido la viña predilecta del Señor, como lo canta el salmista: “una viña de Egipto arrancaste, expulsaste naciones para plantarla a ella, le preparaste el suelo, y echó raíces y llenó la tierra. Su sombra cubría las montañas, sus pámpanos los cedros de Dios; extendía sus sarmientos hasta el mar, hasta el Río sus renuevos” (Salmo 80,9-12).

Pero esa viña predilecta se degeneró, se pudrió, “en vez de dar uvas sabrosas y dulces dio agraces, frutos ácidos y amargos: “esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos” (Is 5,7). Dios, por medio del profeta Isaías, se lamenta al ver estos frutos de injusticia: “¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces?” (Is 5,4).

La Misericordia infinita de Dios Padre envió a su propio Hijo. Él es ahora la “Vid” que ha plantado en nuestro suelo. Él es la vid verdadera. Él ha venido a realizar en sí mismo, en plenitud, aquello que Israel estaba llamado a ser: la Vid fecunda de Dios, fecunda en obras de Justicia y Caridad. Él en sí mismo es la Vid que da frutos óptimos, Él es quien glorifica al Padre con los frutos de su amorosa obediencia, llevando a cabo con perfección sus designios reconciliadores.

El viñador, que el Señor identifica con su Padre, espera que su viña produzca el mejor fruto y que sea abundante. Estos frutos son frutos de justicia y honradez, frutos que proceden de una vida adherida a Cristo y de la permanencia de sus palabras en el discípulo, es decir, de la obediencia a sus enseñanzas, de la obediencia a los mandamientos divinos, frutos de santidad y de caridad. Estos son los frutos que nacen de la unión con Dios.

Así, pues, para dar fruto los sarmientos deben permanecer unidos a la vid. Una rama desprendida de su tronco no tiene posibilidad alguna de subsistir y menos aún de producir frutos por sí misma. Solo se seca y se marchita. De modo análogo el discípulo debe permanecer siempre unido al Señor para dar fruto. Sin el Señor el discípulo no puede hacer nada. Ésta es la enseñanza fundamental de este pasaje: la vida y fecundidad del discípulo dependen absolutamente del Señor y de su unión vital con Él. ¡Qué importante es encontrarnos con Él todos los días, leer los Evangelios y hacer silencio para escuchar su voz y procurar poner por obra sus enseñanzas!