AMBIENTACION:                 – Música

                                               – Explicación del orden de la celebración

CANTO DE ENTRADA:

INICIO                                   

* En el nombre del Padre…

* “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; Tú que con el carisma de las lenguas reuniste en una misma fe a todos los pueblos.

V/. Envía tu Espíritu, y todo será creado.

R/. Y renovarás la faz de la tierra.

Oración: Oh Dios, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos saborear con el mismo espíritu las cosas santas, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo…

* «Acto de Fe, Esperanza y Caridad»

Dios mío, creo en ti, fortalece, Señor, mi fe; espero en ti, afirma mi esperanza; te amo con todo mi corazón, enciende mi amor; me pesa de haberte ofendido, aumenta mi dolor.

Te adoro como a mi primer principio; te deseo como a mi último fin; te doy gracias como a mi continuo bienhechor; y te invoco como a mi soberano defensor. Dígnate, Dios mío, dirigirme con tu sabiduría, contenerme con tu justicia, consolarme con tu misericordia y ampararme con tu poder.

Te consagro todos mis pensamientos, palabras, obras y trabajos, a fin de que de hoy en adelante piense siempre en ti, hable de ti, obre según tú y padezca por ti. Señor, hágase en mí y en todas mis cosas tu santísima voluntad en tiempo y eternidad.

Te suplico que ilustres mi entendimiento, abraces mi voluntad, purifiques mi corazón y santifiques mi alma. Socórrame, Señor, con tu gracia para vencer la soberbia con la humildad, la avaricia con la largueza, la pereza con la diligencia, la lujuria con la mortificación, la envidia con la caridad, la ira con la paciencia, la gula con la abstinencia, la tibieza con el fervor, y todas mis inclinaciones y afectos carnales con tu santo temor y amor.

Todos estos actos es mi voluntad repetirlos en este día y en toda mi vida. Y en señal de que lo ratifico con el mayor afecto que puedo digo, Señor, y diré que lo dicho dicho. Amén.

* RITO PENITENCIAL Y RENOVACIÓN BAUTISMAL

Hoy, la Iglesia Católica está de fiesta. Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés. Hoy es el día del cumpleaños de la Iglesia que nació el día de Pentecostés. Hoy es nuestro cumpleaños.

¡Pentecostés es un día de acción de gracias! Un día de gracia y bendición para todos. Este es un momento en el que, una vez más, Dios nos manifiesta cómo está tan cerca de ustedes y de mí, de cada uno de nosotros. Aprovechemos este momento para hacer silencio interior y pedir al Señor que perdone nuestros pecados y haga nuestro ser dócil a las gracias, dones e inspiraciones del Espíritu Santo. Como aquella comunidad apostólica capitaneada por nuestra Madre la Virgen María, llenos de confianza, abundancia de fe y sed de Dios digamos en lo más íntimo del corazón: «ven Espíritu Santo, llena mi corazón con tus dones. Hazme dócil a tus inspiraciones y gracias» (repetir siete veces).

A semejanza de Jesús al comienzo de su misión, los Apóstoles fueron también bautizados «en el Espíritu Santo» (Hch 1,5) y recibieron su fuerza para ser los «testigos del Señor en Jerusalén, en Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Esta es la misión de la Iglesia que tomó conciencia de sí misma y se manifestó públicamente al recibir el don del Espíritu en Pentecostés. Desde entonces, el Espíritu está en ella como memoria, presencia y testimonio de Jesús, como impulso y guía en su misión de llevar a todos los pueblos la Buena Nueva de la salvación.

En Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos y con la Iglesia, para siempre. Su morada está, pues, en los discípulos, para hacernos partícipes de la filiación adoptiva en el Hijo y poder clamar así con todo derecho ¡ABBA, Padre! (Gál 4,6; Rm 8,15ss); aquí en nuestro interior el Santo Espíritu hace su trabajo, que no es otro que configurarnos con Cristo para poder reflejar la gloria del Señor (2Cor 3,18). Recuerden: nosotros somos templos del Espíritu Santo (1Cor 6,19), «morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,22), que nos enriquece dándonos siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, temor de Dios, discernimiento (cfr. Is 11,2). Si somos de verdad templos del Espíritu Santo y le dejamos actuar, brotarán de nuestro interior sus frutos: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio (cfr. Gál 5,22).

La primera experiencia de la Iglesia fue Pentecostés. Esta fiesta nos recuerda que el Espíritu Santo es el alma y el motor de la Iglesia y de cada bautizado, y que Él nos reparte a cada uno sus dones y gracias para el bien común, en el servicio a los hermanos. Si el Santo Espíritu vive en tu corazón y si le hemos dejado actuar en lo más íntimo del ser, Él se manifestará en sus dones y frutos, enumerados antes.

– Letanías de los santos (tomadas de la Vigilia Pascual)

Invoquemos la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para quienes estamos participando en esta Vigilia de Pentecostés.

– Bendición del agua (Vigilia Pascual)

– Renovación de promesas bautismales (Vigilia Pascual)

– Aspersión del agua.

– Entrega de la vestidura blanca.

Por el bautismo del agua y del Espíritu, somos nuevas criaturas y nos hemos revestido de Cristo.

Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano(a). Siguiendo los ejemplos de nuestra Madre santísima, la Virgen María, consérvenla sin mancha hasta la vida eterna. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA  – TESTIGOS DE LA LUZ –

En esta Vigilia de Pentecostés les deseo que experimenten los efectos sensibles y prodigiosos de esta maravillosa presencia del Espíritu Santo dentro de cada uno. El Espíritu es luz, es fuerza, es gracia, es infusión de una vitalidad superior, es capacidad de superar los límites de la actividad natural, es riqueza de virtudes sobrenaturales, riqueza de dones y frutos espirituales que adornan de belleza el fecundo jardín de la experiencia cristiana (Cfr. Gál 5,22-23).

Pero la acción del Espíritu Santo no es sólo hacia dentro de cada uno. Hemos recibido también una misión sublime: «vayan al mundo entero, y proclamen el Evangelio a toda criatura». Pero ¿cómo podemos cumplir esta tarea? Esta es la misión del Espíritu Santo, que entra en escena para culminar la Revelación, y fecundar y madurar la Redención.

La Iglesia ha predicado el mensaje de los Apóstoles, y ha sido entendido por todos, porque ellos hablaron desde el Espíritu y con la palabra del Espíritu Santo; pues, sólo así el corazón comprende un mensaje de Amor.

Para llegar al corazón de los hermanos, para presentar la Buena Nueva se requiere la palabra del Amor. Sólo se puede ser católico si se tiene una experiencia profunda de Dios, si se tiene la experiencia del Amor infinito de Dios. Esto del Amor estaba tan profundamente arraigado en cada uno y en la comunidad de los Apóstoles, que a los cristianos se les señalaba así: «mira cómo se aman». Y, “no hay amor más grande que dar la vida por su amigo”. Somos amigos del Señor si hacemos lo que Él nos dice: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”. Serán mis discípulos si guardan mis mandamientos, si se aman unos a otros como yo los he amado. Si son vírgenes.

– 1ª Lect. Gn 11,1-9 (Lecturas propias de la Vigilia de Pentecostés)

– Salmo 32

– 2ª Lect. Ex 19,3-8ª.16-20b

– Salmo Dan 3

– 3ª Lect. Ez 37,1-14

– Salmo 106

– 4ª Lect. Jl 3,1-5

– Salmo 103

Reciban la Luz de Cristo

Se enciende una vela con la Luz del Cirio Pascual y se entrega a cada persona, con estas palabras: “Recibe la Luz de Cristo”.

Cuando los presentes hayan recibido esta Luz, quien preside dice:

A ustedes se les confía el alimentar esta luz para que iluminados siempre como hijos de la Luz, y, perseverando en la fe, puedan salir con todos los santos en el cielo al encuentro del Señor.

* ORACIÓN COLECTA

* GLORIA

* Epístola Rm 8,22-27

* Aleluya

* Evangelio Jn 7,37-39

* “Aleluya, gloria al Sr.”

* HOMILÍA

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés, la llegada del Espíritu Santo. Llama la atención que Jesús habló poco del Espíritu Santo, a pesar de que toda su vida aquí en este mundo, transcurrió bajo el signo de su presencia. Pero Jesús dijo algunas cosas, casi confidenciales, del misterio del Espíritu Santo a quien llama «Paráclito» (Jn 14,16) -el abogado, el consolador, el defensor-. Jesús les decía a los discípulos: y es que el Paráclito «que yo pediré al Padre» (Jn 14,16), «que el Padre enviará en mi nombre» (Jn 14,26), «que yo les enviaré de junto al Padre» (Jn 15,26), que «yo les enviaré» (Jn 16,7), va a desempeñar una misión.

«Cuando venga el Consolador, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí» (Jn 15, 26). Estas son las palabras que el evangelista san Juan recogió de los labios de Cristo en el Cenáculo, durante la última Cena, en la víspera de la pasión. Por esto, para captar este mensaje esencial es preciso permanecer en el Cenáculo (sala donde se realizó la última Cena), como los discípulos.

El pasaje de los Hechos de los Apóstoles, nos recuerda lo que sucedió en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua y que hoy se nos propone para meditación, recuerda efectivamente las maravillas realizadas el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles constataron con gran asombro el cumplimiento de las palabras de Jesús la víspera de su pasión: “Yo le pediré al Padre que les dé otro Consolador que esté siempre con ustedes” (Jn 14, 16). Antes de subir al cielo, Cristo había encomendado a los Apóstoles una gran tarea: «vayan… y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28, 19-20). El Señor también les había prometido que, después de su ida al Padre, recibirían el Espíritu Santo, el Consolador, que enviará el Padre en su nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho (cfr. Jn 14,  26).

Esto se cumplió precisamente el día de Pentecostés: el Espíritu Santo, bajando sobre los Apóstoles, les dio la luz y la fuerza necesarias para hacer discípulos a todas las gentes, anunciándoles la Buena Nueva del Evangelio. De este modo, nació y hoy vive la Iglesia.

Como decíamos antes, para lograr comprender el mensaje de Pentecostés es preciso permanecer en el Cenáculo, como los discípulos al lado de nuestra Señora. Es lo que se hace en esta noche en incontables templos y capillas de la Iglesia universal, como nosotros ahora, que se transforman en un gran Cenáculo, en el que la comunidad se reúne en vigilia para invocar y acoger el don del Espíritu Santo. -Cenáculo es el lugar de la Cena-.

Cuando el Señor Jesús prometió el Espíritu Santo, se refirió a él como el «Espíritu de la Verdad», que guiaría a la Iglesia hacia la Verdad completa (cf. Jn 16, 13). Y precisó que el Espíritu Santo daría testimonio de Él (cfr. Jn 15, 26). Pero en seguida añadió: «Y también ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo» (Jn 15, 27). En el momento en que el Espíritu desciende en Pentecostés sobre la comunidad reunida en el Cenáculo, comienza este doble testimonio: el del Espíritu Santo y el de los Apóstoles.

Mientras el testimonio del Espíritu es divino en sí mismo, pues, proviene de la profundidad del misterio trinitario, el testimonio del discípulo es humano. Éste transmite, a la luz de la revelación, la experiencia de vida del discípulo junto a Jesús. Cristo atribuye gran importancia al testimonio humano de los Apóstoles. Quiere que la Iglesia viva de la verdad histórica de su Encarnación, para que, por obra de los testigos, en ella esté siempre viva y operante la memoria de su muerte en la cruz y de su resurrección.

En otro nivel y por otros caminos, la misión del Espíritu Santo va a ser la misma misión que Jesús inició. Va a continuar su misma obra hasta llevarla a su perfección. Va a ocupar el lugar de Jesús entre los discípulos. Por esto los discípulos han de alegrarse de que el Señor se vaya, «porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito» (Jn 16,7). La “partida” de Jesús a través de la cruz es condición para que venga el Espíritu Santo, ya que «aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39). A la tristeza de la partida sigue el gozo de su nueva y más profunda presencia en el Espíritu. Hasta ahora, Jesús estaba con los discípulos, junto a ellos; una presencia física sumamente preciosa, pero insuficiente. Jesús no había llegado a entrar dentro de los discípulos; su palabra tampoco había penetrado en ellos. El misterio de la vida y muerte de Jesús, su relación única con el Padre, todo ello hubiera quedado en la penumbra de no venir el Espíritu Santo sobre los discípulos «para que esté siempre con ellos” (Jn 14,17).

La acción del Espíritu Santo será en el interior de los discípulos, desde dentro. Jesús se va, pero «no les dejaré huérfanos: volveré a ustedes» (Jn 14,18). Jesús vendrá en su Espíritu; esta es su nueva presencia, porque el Espíritu de la Verdad (Jn 14,17; 15,26; 16,13), es el Espíritu de Cristo que es la Verdad (Jn 14,6). Por eso, toda su obra, su misión a lo largo de la historia, se referirá siempre a Jesús: Él «les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26), «les guiará hasta la Verdad completa» (Jn 16,13). El Espíritu Santo «les anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,13), porque «ahora no pueden con ello» (Jn 16,12). El futuro es obra del Espíritu Santo.

La acción del Espíritu junto a los discípulos y dentro de ellos no se limitó a conocer la verdad de Jesús; también «él dará testimonio de mí» (Jn 15,26), a través de los discípulos; «pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu del Padre es el que hablará en ustedes» (Mt 10,20), «porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12,12).

La Iglesia, animada por el don del Espíritu, siempre ha sentido vivamente este compromiso y ha proclamado fielmente el mensaje evangélico en todo tiempo y en todos los lugares, igual a como sucedió en Jerusalén en el primer Pentecostés. Lo ha hecho respetando la dignidad de los pueblos, su cultura y sus tradiciones, pues sabe bien que el mensaje divino que se le ha confiado no se opone a las aspiraciones más profundas del hombre; antes bien, ha sido revelado por Dios para colmar, por encima de cualquier expectativa, el hambre y la sed del corazón humano. El Evangelio no debe ser impuesto, sino propuesto, porque sólo puede desarrollar su eficacia si es aceptado libremente y abrazado con amor.

Lo mismo que sucedió en Jerusalén con ocasión del primer Pentecostés, acontece en todas las épocas: los testigos de Cristo, llenos del Espíritu Santo, se han sentido impulsados a ir al encuentro de los demás para expresarles en las diversas lenguas las maravillas realizadas por Dios. Eso sigue sucediendo también en nuestros días y exige que cada uno se ponga a la escucha de cuanto el Espíritu puede sugerir también a los «demás».

El Santo Espíritu es quien esparce las «semillas del Verbo» a todas las personas de los sitios más diversos del mundo, pero es decisivo para la eficacia del anuncio del Evangelio, el testimonio vivido, pues, sólo el creyente que vive lo que profesa con los labios, tiene esperanzas de ser escuchado. Además, el testimonio de la santidad, aunque se dé en silencio, puede manifestar toda su fuerza de convicción.

“Pedro, hijo de Juan, me amas, apacienta mis ovejas” y ese Amor es el que el Espíritu Santo ofrece en Pentecostés. Por ello es que a partir de ese instante, Pedro y demás apóstoles comienzan a apacentar a las ovejas esparcidas por el mundo, hasta el final de los tiempos y a todos los lugares.

Si el creyente permanece abierto a la acción del Espíritu Santo, él le ayudará a comunicar el mensaje salvífico único y universal de Cristo. Recordemos: “el sarmiento que no está unido a la vid, no da fruto”.

En el día de Pentecostés, día en que celebramos el memorial del nacimiento de la Iglesia, queremos invitarles a elevar una ferviente acción de gracias a Dios por este testimonio que abraza a la Iglesia desde su nacimiento en el Cenáculo. Demos gracias por el testimonio de la primera comunidad de Jerusalén, que, a través de las generaciones de los mártires y de los confesores, ha llegado a ser a lo largo de los siglos la herencia de innumerables hombres y mujeres de todo el mundo.

Digamos en lo más profundo de nuestro ser: Ven, Espíritu Santo, enciende en los corazones de tus fieles la llama de tu amor.

* ALABANZA AL ESPIRITU SANTO             

– Cantos: “Yo te alabo con el corazón”, “Alabaré”, “Yo tengo un amigo”.

– “Envía, Señor, tu Espíritu”

Envía Señor tu Espíritu sobre el varón y la mujer, sobre el joven y el viejo, sobre el sano y el enfermo, sobre el de estatura alta y el de estatura baja, sobre el rico y el pobre, sobre el Este y el Oeste, sobre el Norte y el Sur.

Derrama tu fuego en el corazón de varones y mujeres, en los ojos, en las manos y en las palabras de los hombres.

Envía tu Espíritu sobre los que creen, sobre los que dudan, sobre los que aman, sobre los que están solos.

Envía tu aliento sobre los que construyen el futuro, sobre los que conservan los valores, sobre los que protegen la vida, sobre los que crean belleza.

Envía tu Espíritu sobre las casas de los hombres, sobre las ciudades, sobre el mundo, sobre los hombres de buena voluntad.

Aquí y ahora sobre nosotros, sobre nuestras familias, sobre nuestros amigos, sobre todos aquellos que se alimentan de la Verdad del Evangelio, derrama tu Espíritu, y que esté con nosotros en todo nuestro caminar.

Te lo pedimos a ti que vives y reinas…

– “Envíanos tu Espíritu”

Envía tu Espíritu
Sobre joven y viejo,
Sobre varón y mujer,
Sobre alto y bajo,
Sobre este y oeste.

Derrama tu fuego
En el corazón del hombre,
en los ojos del hombre
en las manos del hombre,
en las palabras de los hombres.

Envía tu Espíritu
Sobre los que creen,
Sobre los que dudan,
Sobre los que aman,
Sobre los que están solos.

Envía tu aliento
Sobre los que construyen el futuro,
Sobre los que conservan los valores humanos y cristianos,
Sobre los que protegen la vida,
sobre los que crean belleza.

Envía tu Espíritu
Sobre las casas de los hombres,
sobre las ciudades de los hombres,
sobre el mundo de los hombres
sobre los hombres de buena voluntad.

Aquí y ahora sobre nosotros,
derrama tu Espíritu
y que permanezca con nosotros para siempre.

Invocación al Espíritu Santo

Espíritu Santo, concédenos el Don de Sabiduría,
para que broten en nuestros corazones
los frutos de tu amor: la justicia,
la igualdad, la fraternidad, la solidaridad y la paz.

Espíritu Santo concédenos el Don de Entendimiento
para que guiados por ti,
estemos siempre al servicio de los demás,
y construyendo tu Reino.

Espíritu Santo, infúndenos el Don de Ciencia,
para que podamos seguir tus caminos
descubriendo que Tú vas a nuestro lado.

Espíritu Santo, concédenos el Don de Consejo
para que podamos resolver con acierto
los problemas difíciles de la vida.
Inspíranos los medios convenientes
para ayudar a los hermanos más necesitados.

Espíritu Santo, infúndenos el Don de Fortaleza
Danos valor para llevar los trabajos
y penas del día, apoyándonos en ti
y buscando el bien de los demás.

Espíritu Santo, infúndenos el Don de Piedad.
Haznos sentir que todas las personas
son nuestros hermanos, porque Dios es nuestro Padre.
Que contribuyamos a la formación de una comunidad
viva y dinámica que refleje tu Reino.

Espíritu Santo, concédenos el Don de Temor de Dios,
para que en todas nuestras acciones
podamos manifestarnos como hijos del Padre
y hermanos de todos.
Amén.

* Sigue la segunda parte de la santa Misa: la Liturgia de la Eucaristía, con el OFERTORIO…