(XVIII° Dom. Ord. A 2023)
Libro de Daniel (Dn 7,9-10.13-14)
“Yo seguía observando: se instalaron unos tronos, y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve; como lana pura el cabello de su cabeza; su trono era de llamas, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego manaba y salía delante de él. Miles de millares le servían, millones y millones estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y los libros se abrieron.
Yo seguía contemplando en mis visiones nocturnas: en las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y se presentó ante él. Se le dio poder, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder era un poder eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.”
Salmo Responsorial (Salmo 97)
R/. Aclamen al Rey y Señor.
Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen:
Toquen la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamen al Rey y Señor.
Segunda Carta de san Pedro (2P 1,16-19)
“Porque no les hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas hábilmente imaginadas, sino como testigos oculares de su majestad. Él recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la excelsa gloria se le hizo llegar esta voz: Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Esta voz bajada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en el monte santo, con lo cual nos confirmamos más aún en la palabra de los profetas. Por tanto, ustedes mismos hacen bien en poner en ella su atención, como en lámpara que luce en lugar tenebroso hasta que alboree el día y el lucero de la mañana despunte en sus corazones.”
Aleluya
Aleluya, Aleluya.
“En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: Éste es mi Hijo, el amado; escúchenlo.”
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 17,1-9)
“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
– Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
– Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
– Levántense, no teman.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
– No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”
Reflexión
Al comienzo de cada momento transcendental en la vida de Jesús, aparecen unas revelaciones o manifestaciones, que sirven como de impulso para lo que viene, así:
- En el nacimiento del Niño Jesús en Belén: los coros celestiales cantan «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
- En el bautismo de Jesús en el Jordán: se escucha una voz en el cielo que dice «Este es mi hijo predilecto, escúchenle», y Jesús sale para estar en el desierto cuarenta días, y luego inicia la predicación del “Reino”; algunos que le escuchan sorprendidos por lo que ven, dicen: «¿acaso este no es el hijo del carpintero? y no le creen».
- En Filippos, el encargado de hacer la revelación es Pedro: «Tú eres Cristo el Hijo de Dios»; seguidamente Jesús comienza a comentarles lo que significa Cristo (muerte y resurrección) e inicia su camino hacia Jerusalén, como lo dispone san Mateo en su evangelio, cumplir la misión del Padre.
- En la transfiguración ocurrida en el monte tabor, Jesús aparece con los personajes del AT (Moisés, legislador; y Elías, el profeta), y con los discípulos íntimos, que escogió como testigos del acontecimiento y que lo serán igualmente de su agonía: Pedro, Santiago y Juan; y se escuchó esta voz: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo». Es de notar que el término transfiguró, sólo es usado en esta ocasión y posteriormente San Pablo lo repetirá.
Estos impulsos, forman hitos importantes en la vida de Jesús.
Hoy la catequesis de la Iglesia nos presenta el camino de Cristo como nuestro camino, un camino difícil pero que conduce a la Vida.
Jesús sube a la montaña a orar. Necesita hallarse con el Padre y estar en compañía de sus seguidores más fieles, pues, pasaba por un momento difícil. «Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto». La plegaria, la unión con el Padre, hace aparecer a Jesús transfigurado por la gloria de Dios. La gloria no es la del último día, es la gloria misma de Cristo. Una ley nueva va a ocupar el lugar de la ley dada en otro tiempo.
«Escúchenle» es, en efecto, escuchar al Verbo hecho carne, en quien el creyente ve la gloria de Dios.
La Transfiguración se presenta en el camino que Jesús hacía cuando se dirigía a Jerusalén. Camino de muerte y resurrección: El aspecto de muerte se destaca en la conversación de Jesús con Moisés y Elías; el aspecto de resurrección se destaca en la propia transfiguración y en la proclamación de la filiación divina.
Este acontecimiento confirma la confesión de Pedro en Cesarea y consagra la revelación de Jesús, Hijo del hombre. Al mismo tiempo, manifiesta a Jesús y su palabra como la Ley Nueva.
En la Transfiguración se muestra a Jesús decidido a continuar hasta el fin de su tarea. No quiere abandonar su lucha contra el mal, ni su anuncio del Reino de verdad y de amor, justicia y libertad. Y es en ese momento de aceptación total y confiada, en donde se revela la fecundidad de lo que sucederá en Jerusalén, es decir, la fecundidad del camino que parece sumergido en el fracaso: se transfigura en lo que realmente es: “Camino de Vida”.
La Transfiguración está destinada a sostener a los discípulos en su participación en el misterio de la cruz. Por esto, aquellos impulsos, que formaron hitos importantes en la vida de Jesús y marcaron la vida de los apóstoles, deben serlo también para nosotros que, por ser cristianos, vamos tras Él, camino a Jerusalén. Ser cristianos es configurarnos con Cristo, casi como decir transfigurarnos con Cristo en su camino hacia la Jerusalén celestial. Camino no exento de toda clase de tropiezos, tristezas, etc. pero colmado de alegría y esperanza porque al final, como lo manifiesta esta solemnidad, está la luz indestructible de la Resurrección, la mayor participación en la Vida que el Padre nos comunica. En este contexto, la catequesis de la liturgia de este domingo tiene un tono de esperanza, de promesa, de fuerza de ánimo ante las pruebas que rodean el vivir el Evangelio, subrayando la necesidad de unir nuestra oración a la oración del mismo Cristo.
Si el Señor Jesucristo pide en la oración luz y fuerza para seguir su camino, el cristiano con más veras tiene esta necesidad, pues no puede recorrer solo el camino, ni se encuentra solo para hacerlo. Como Cristo, tenemos que buscar luz y fuerza en la oración que nos abre a la comunión con el Padre, en su Palabra, que tenemos en la Sagrada Escritura, y en la ayuda a los hermanos que recorren el camino con nosotros.
San Pablo nos recuerda esta verdad: Jesucristo transformará nuestra vida según el modelo de su vida gloriosa. Esta es nuestra firme esperanza para el futuro. Pero si ahora escogemos el camino de Jesucristo como Él, cueste lo que cueste, pase lo que pase, también ahora Jesucristo transformará nuestra vida. Pero si andamos como enemigos de la cruz de Cristo, nuestra meta será la perdición.
Es posible que tú como yo hayamos pasado alguna vez por esos momentos de experiencia de Dios. Quizás sean sólo momentos, pero tienen una fuerza especial. Nos ha podido ocurrir que nuestra vida de cada día esté llena de preocupaciones, de tareas rutinarias y oscuridades: rezamos, participamos en la santa Misa, nos preocupan los problemas de los pobres, pero no ocurre nada especial. Y un día, en cualquier momento, Dios entra en nuestra vida y ocurren cosas maravillosas. Ese día sentimos a Dios muy cerca, sentimos su cariño, su llamada, su palabra, su paz, su grandeza. Se está muy bien. Estamos muy a gusto.
Puede durar sólo unos momentos, pero ya la vida no va a ser igual. Bajamos de nuestra montaña y nos encontramos con los mismos problemas, pero nuestro Dios pasó un día por nuestra vida y esa experiencia de Dios nos dejará marcados. En ese día reafirmamos nuestra fe en Jesús y descubrimos que la pasión es el camino de la Resurrección.
Vamos por la vida buscando al Señor. Quisiéramos decir: Señor, ¡qué bien se está aquí! ¡Qué bien se está disfrutando del cariño de nuestro Dios, de su Palabra, de su Paz, de su Ternura! No sabemos cuándo, pero por si acaso, aquí estamos con nuestro deseo de Dios. Siempre esperamos la gracia de Dios que nos levante.
¡Dios te llama siempre a seguir este camino de Vida! Y espera tu respuesta, de la misma manera a como llamó a Abrahán y esperó su respuesta. Que el Santo Espíritu te mueva a escoger y a seguir el camino de la Vida.