(XXII° Dom. Ord. A 2023)

Libro del profeta Jeremías (Jer 20,7-9)

“Me sedujiste, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste.

Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí.

Siempre que hablo tengo que gritar: “Violencia”, y proclamar “Destrucción”.

La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día.

Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía.”

Salmo Responsorial (Salmo 62)

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario,
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca
y mis labios te alabarán jubilosos.

Porque fuiste mi auxilio,
y a las sombras de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 12,1-2)

“Hermanos: Les exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es su culto razonable.

Y no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para conocer cuál es la esperanza a la que nos llama.”

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 16,21-27)

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

– ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

– Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.

Entonces dijo a los discípulos:

– El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarlas? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”

Reflexión

En el camino de Cesarea Pedro dijo que Jesús era el «Mesías, el Hijo de Dios vivo», pero el mesianismo que Pedro atribuía a Jesús no coincidía con el que Jesús tenía que vivir realmente. Por eso Jesús instruyó a sus discípulos y les explicó claramente «que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho…» Eso de ir a Jerusalén, a los discípulos les parecía un riesgo inmenso. Era ir a una muerte segura. Pedro, incluso, se sublevó y llegó a «increpar» a Jesús. Es claro que Pedro no podía aceptar ni hacerse a la idea de un Mesías doliente. Decía: «Eso no puede pasarte». No le cabía en la cabeza. Seguramente que, en aquella discusión con Jesús, Pedro diría más cosas, esas que suele decir la gente cuando una persona asume una tarea arriesgada en favor de los demás: «¿Por qué tú? ¡Mira cómo otros no lo hacen! ¡Déjalo en paz y dedícate a lo tuyo! No sirve de nada. ¡Abandona la idea!…» En el fondo, es siempre una invitación a vivir para nosotros mismos. Y creo que esa invitación no la inventó Pedro. Alguien nos la hará también a nosotros si nos decidimos a asumir algún riesgo por los demás.

Cuando Jesús presenta en el evangelio el programa decisivo de su misión, no es solamente el mundo el que se escandaliza de la cruz, sino también y en primer lugar los apóstoles. Hoy diríamos, todos nosotros –varones y mujeres- que conformamos la Iglesia, quienes querríamos huir lo más lejos posible y durante el mayor tiempo del sufrimiento, como ocurre en los lugares donde se prueba la fe a través del martirio.

Ser un romántico o un soñador que vive con ideales nobles, aún no está bien visto ni siquiera por parte de algunos cristianos. Parece que ese fue el acoso más insistente que recibió Jesús de su amigo Pedro. Y entonces, el que había de ser Piedra de cimentación de la Iglesia, recibió de Jesús una contestación muy dura: «Quítate, de mi vista, Satanás, que me haces tropezar». Jesús, que en ese momento esperaba recibir ánimo y comprensión de sus amigos, recibió reproches y presiones en contra de su misión.

Es de Satanás y no de Dios, orientar nuestra vida para nosotros mismos. Es de Satanás anteponer nuestros caprichos a las necesidades de los demás y especialmente de los más pobres. Es de Satanás aferrarnos a nuestros planes frente a los planes de Dios. Y para que pudieran tomar conscientemente una decisión, Jesús dijo a todos: «el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Nosotros ahora sabemos que ir detrás de Jesús es desvivirnos por los demás, es poner a Dios como el Señor de nuestras vidas, es arriesgar, es vivir en las manos de Dios. Y todo esto no se hace sin negarnos a nosotros mismos y sin cargar con la cruz de la que nos hablaba Jesús. Seguramente que todo esto equivale a destrozar nuestro futuro o nuestros proyectos personales más bonitos y agradables.

La mayor parte de las religiones excepto el cristianismo, responden a este programa, mediante el estoicismo, liberándose de la «rueda de las reencarnaciones», sumergiéndose en la meditación etc… Cristo, por el contrario, se ha hecho hombre para sufrir más de lo que nadie ha sufrido nunca. El que quiere impedírselo es para Él un adversario. Y éste no oirá decir a Jesús: alégrate porque yo sufro por ti, sino esto otro: carga con tu cruz por amor a mí y a tus hermanos, por cuya salvación hay que sufrir necesariamente. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. La salvación no consiste en liberarme de mi yo, sino en sacrificarme constantemente por los demás, algo que no es posible sin dolor y sin cruz. Los que escuchaban a Jesús estaban acostumbrados a ver condenados a muerte avanzando hacia el sitio del suplicio cargados con la propia cruz en la cual iban a ser ajusticiados. Pero Jesús no se limita a invitarnos al seguimiento que puede llegar hasta el martirio cruento, sino que incluye la necesidad de aceptar la vivencia de este martirio en la realidad de la vida diaria.

Con las palabras de Jesús, sabemos que hacer carrera o perseguir un porvenir brillante puede ser una meta humana que nace de «pensar como los hombres». Dice Jesús que guardar la vida para uno mismo, para nuestros logros, para nuestros planes o para nuestros triunfos, es perderla, malograrla. Por el contrario, perderla por el Señor, es encontrarla. Algo hermoso ocurre en nosotros cuando dedicamos nuestra vida y nuestras energías a construir un mundo donde Dios hace felices a los pobres, a los mansos, a los que sufren, a los que tienen hambre y sed de la justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón y a los perseguidos. El grano de trigo muere dando vida. Por cada avance de la historia o del ser humano, alguien ha tenido que pagar su precio. A esto se disponía Jesús cuando Pedro le hostilizaba. A esto te llama y me llama el Señor para que encontremos calidad de la buena en nuestra vida.

El seguimiento de Jesús supone haber hecho una serie de opciones y rupturas: he escogido esto y, por tanto, he renunciado a aquello. Es preciso que a menudo revisemos nuestra vida para ver si, de hecho, hay renuncias y hay felicidades. Nuestra vida no está hecha para ser guardada, sino para ser entregada, de golpe o poco a poco. La invitación que nos hace Jesús no es a tener una vida de “señoritos” ni de gente cómoda. Tiene que ver mucho con negarse a sí mismo y cargar con la cruz. Y porque nos apuntamos a eso en el bautismo, ahora estamos aquí dispuestos a seguir al Señor.

El Señor nos afirmó: “Yo soy el camino”, “Nadie va al Padre sino por mí”. El dolor, que constituye el drama de todo ser humano, es el medio más valioso en la historia de la salvación para llegar a la Vida.