(XXXIII° Dom. Ord. B 2024)
Libro de Daniel (Dan 12,1-3)
“En el tiempo aquel se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para una vida perpetua, otros para ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.”
Salmo Responsorial (Salmo 15)
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Carta a los Hebreos (Hb 10,11-14.18)
“Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.”
Aleluya
Aleluya, aleluya
“Velen, orando en todo momento, para que merezcan presentarse ante el Hijo del hombre.”
Aleluya.
Evangelio de San Marcos (Mc 13,24-32)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprendan lo que les enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, saben que la primavera está cerca; pues cuando vean ustedes suceder esto, sepan que él está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”.
Reflexión
Nos acercamos al final del año litúrgico 2024 e inicio del 2025 con el primer domingo del tiempo de Adviento. En este tiempo la Iglesia nos invita a dirigir la mirada hacia la última etapa de nuestro caminar en este mundo. Al final de los tiempos vendrá el Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad al juicio final. Este día nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, solo el Padre Celestial. Tú y yo y todos podemos verificar esta realidad. El Señor nos ha dicho: «el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (cfr. Mc 13,24-32). Dentro de este contexto el Libro de Daniel nos afirma que “muchos de los que duermen en el polvo -y todos tenemos que morir un día- despertarán: unos para la vida eterna, otros para la ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, brillarán como las estrellas, por toda la eternidad» (Dan 12,1-3), por la acción salvífica de Jesucristo nuestro Señor (Hb 10,11-18).
En estos últimos días del año la liturgia nos trae textos de la Sagrada Escritura escritos en un lenguaje apocalíptico; lenguaje que no debemos olvidar para no dar valor literal a cada detalle y fenómeno cósmico en las descripciones apocalípticas. La imaginería tremendista, propia de este género, es lenguaje simbólico al servicio de una idea base: el mundo no es eterno, tendrá fin junto con la humanidad, a quien se ofrece la salvación de Dios.
Dios nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva. Todo será restaurado desde la raíz. El viejo mundo del pecado, con el hombre pecador desaparecerá. Esta es nuestra esperanza. Pero no se fija solo en el futuro. Lo que esperamos, desde que Cristo ha resucitado, está presente entre nosotros, como en primicias. Son las semillas o los talentos que Dios ha depositado en nosotros para que los hagamos crecer.
La venida definitiva del Hijo del hombre es espada de doble filo. Su presencia se convierte en exigencia de cuentas y direcciona a los que «despierta del polvo: unos para la vida eterna, otros para la muerte perpetua»; cada cual queda juzgado según sus propias obras. La espera de esta venida infunde tensión y esperanza en la vida del cristiano, haciéndolo hombre (varón o mujer) de futuro.
Ser hombre de futuro no significa tanto que el cristiano sea el hombre que «espera el futuro» que le será dado después de la muerte, sino sobre todo que es quien construye hoy su futuro. En un cierto sentido, después de Cristo, todo está hecho. Se trata de «hacer pascua» al mundo, de «hacer pasar» toda la realidad de la creación en la esfera de Cristo, quien finalmente recapitulará, en sí todas las cosas. Esta es la gran obra que se realiza en el tiempo de la Iglesia.
Como el pecado de Adán no ha tenido sólo consecuencias para el hombre, sino que ha influido en el cosmos y en la materia, así la redención de Cristo ha tocado a todo el universo. Él ha salvado a todo el hombre, también el cuerpo destinado a la resurrección y a la gloria junto con el espíritu. Solidario con el primer Adán en la caída del “pecado original”, la creación es llamada a participar también en la victoria del segundo Adán, Jesucristo.
Con la Resurrección de Cristo, en efecto, el mundo y la historia han entrado en su fase final, en la plenitud de los tiempos. Las promesas de Dios son cumplidas en los cielos nuevos y en la tierra nueva que ya han sido inaugurados. En Jesucristo, Dios ya ha dicho su palabra definitiva; en nosotros ya ha sido depositado el espíritu que es la semilla de la realidad futura. Todas las cosas tienden a Cristo que «recapitulará en sí todo lo creado» (Ef 1,9). Salvador del hombre, Jesucristo también lo es del universo. En esta tensión el cristiano es llamado a desarrollar una tarea insustituible. Es el cristiano que, con su trabajo, con el sacrificio y la oración «humanizará» este mundo y preparará aquella transformación del universo en «cielos nuevos» y en «tierra nueva» que inaugurará el definitivo Reino de Dios.
Tenemos que recordar siempre que tú y yo y todos, somos peregrinos en esta tierra. No somos ciudadanos, sino extranjeros en marcha hacia la Patria verdadera. Tenemos que no considerar la tierra como algo permanente, sino como etapa de un viaje. Por eso no construimos una casa de piedra sólida, sino sólo una tienda, como el viajero que cruza el desierto, y lo hacemos siendo solidarios y colaborándonos mutuamente. Trabajando con coraje de futuro, el coraje de la Verdad, porque la fatiga es dura; con fe, porque el compromiso es misterioso y sin proporción con las fuerzas humanas; trabajando para hacer crecer el universo y para hacer aparecer la nueva creación a través del trabajo muchas veces caótico y doloroso, pleno de esperanza y de afanes, trabajo que no es aquel de agonía, sino de un parto de vida, no muerte.