(XXVI° Dom. Ord. C 2022)

Libro del profeta Amós (Am 6,1a.4-7)

“Esto dice el Señor todopoderoso: ¡Ay de los que se fían de Sion! ¿Ay de los que confían en el monte de Samaria! Ustedes se acuestan en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, comen los carneros del rebaño y las terneras del establo; cantan al son del arpa, inventan, como David instrumentos musicales, beben vinos generosos, se ungen con los mejores perfumes, y no se duelen de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgia de los disolutos.”

Salmo Responsorial (Salmo 145)

R/. Alaba, alma mía, al Señor.

El hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos,
liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda,
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Primera carta de san Pablo a Timoteo (1Tim 6,11-16)

“Hermano, siervo de Dios: Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilatos: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, que en el tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Jesucristo, siendo rico, por ustedes se hizo pobre, para que ustedes, con su pobreza, se hagan ricos.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 16,19-31)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

– Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó:

“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.” Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

Y además entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que no puedan, aunque quieran, desde aquí hacia ustedes, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”

El rico insistió:

“Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”

Abrahán le dice:

“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.”

El rico contestó:

“No, padre Abrahán. Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”

Abrahán le dijo:

“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

Reflexión

En la liturgia de la Palabra de este domingo, el profeta Amós reclama duramente a los israelitas su “falsa confianza” por vivir en la ciudad santa de Jerusalén (Sión). Porque no es por vivir ahí, o por estar cerca del monte sagrado de Samaria que se salvarán; tienen que lograr encontrar a Dios en el hermano, y sobre todo en el hermano que se encuentra en desagracia. Esta idea nos ayuda a comprender mejor el Evangelio.

Hace algún tiempo, después de leerle a un grupo de niños, el texto del evangelio de san Lucas donde se narra la historia del rico y del pobre Lázaro (Lc 16,19-31), les pregunté: ¿ustedes qué opinan del hombre rico? En conclusión, podemos decir que a los niños no les gustó nada el relato. Decían que quizás el rico no se había dado cuenta que el pobre estaba a su puerta. Además, el rico no parecía que hubiese acumulado su riqueza de manera injusta. Incluso cuando en la historia el rico es llevado al infierno tras su muerte allí no se queja, simplemente pide un poco de agua y se preocupa de su familia. El rico no parece ser una mala persona.

¿Cuál es la idea central del evangelio de hoy?

Saber manejar con habilidad los propios bienes significa para el cristiano distribuirlos entre los pobres. La parábola leída hoy describe la situación eterna de aquel que no ha puesto en práctica la enseñanza ofrecida por la palabra de Dios contenida en Moisés y en los profetas (Dt 8,12-14: «Cuando hayas visto multiplicarse tus bueyes y tus ovejas, tu plata, tu oro y todos tus bienes, no te ensoberbezcas en tu corazón ni te olvides del Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de esclavitud»). El amor por la riqueza lo deja ciego para Dios y para el pobre.

Quien está lleno no está dispuesto a ceder sus riquezas ni siquiera frente a signos más grandes, como por ejemplo la resurrección de un muerto. En efecto Cristo ha resucitado, pero cuántos continúan siendo ciegos y no se deciden de frente a esta realidad.

Llama la atención el modo en el que Jesús critica la riqueza y las actitudes de los ricos. Sus palabras son duras y por eso podemos tener la tendencia de aminorarlas o embellecerlas. Y lo que es preciso es que entendamos bien sus palabras. Sobre todo, nosotros que vivimos en la parte rica del planeta tierra.

La parábola que nos trae el Evangelio no es la simple distinción entre quien tiene dinero y quien no lo tiene. El Reino que Jesús anuncia no es un llamado a que todos seamos miserables como Lázaro para poder salvarnos. Más bien el Reino de Dios es un anuncio sobre la solidaridad y la fraternidad a la que estamos todos llamados. Este es un reclamo a todas aquellas personas que se encuentran tan poseídas por el dinero, que se olvidan del hermano que camina a su lado; es, igualmente, una denuncia de todos aquellos que han generado y hecho crecer su riqueza a partir de la miseria de otras personas. El dinero no es el “malo”. Lo que Jesús condena es la injusticia que por el dinero realizan hombres y mujeres. Jesús condena la ceguera de la riqueza y de los ricos. Condena solamente a quienes tienen ojos para el dinero y por eso no ven las necesidades de otros seres humanos. Jesús nos advierte de hacer del dinero nuestra única preocupación, hasta el punto de despreocuparnos de otras cosas más importantes en la vida. La riqueza y la abundancia pueden hacernos ciegos para los problemas de las otras personas.

Precisamente quienes vivimos en ambientes donde tenemos las mínimas comodidades, podemos pasar de largo sin observar nada u olvidar que a nuestras puertas hay muchos Lázaros necesitados. Las sociedades de la abundancia están rodeadas de personas y grupos humanos a los que les falta lo necesario para vivir dignamente. Es verdad que el problema de la pobreza en el mundo es complejo y no podemos ignorar esta realidad, o mirar para otro lado. ¡Esta actitud nos hace inhumanos!

En el evangelio Dios nos dice que todavía es tiempo para pensar un mundo más justo y para ponernos en camino de alcanzarlo. Cada uno de nosotros podemos aportar un grano de arena. Para ello se me ocurren algunas propuestas.

1. No hagas del dinero lo único importante de tu vida. Más importante es la familia, la amistad, la honestidad, la rectitud, la fidelidad a la conciencia.

2. No mires nunca con desprecio a una persona necesitada. Es verdad que a veces pueden mentir o engañarnos para conseguir algo de dinero o de comida, pero es su situación y no la maldad la que les lleva a actuar así. Por placer y gusto nadie vive en la calle, pide dinero o emigra a otro país.

3. Es verdad que dar dinero a un necesitado no es siempre la mejor manera de ayudarle. Pero, aunque le niegues la limosna, acompaña su «no» con una sonrisa de aprecio y de estima.

4. No caigas en la tentación del consumo. Gasta sólo lo que puedas pagar y compra solamente lo que de verdad necesitas.

5. Piensa en las personas que tienen más carencias que tú, estén a tu lado o se encuentren distantes en otras regiones o países. Si tienes posibilidades para poder colaborar, no te demores en hacerlo ya sea directamente o a través de alguna organización caritativa de la iglesia católica.

6. Vive y disfrute de las cosas buenas y pequeñas de la vida: un paseo por el campo, un rato de soledad y oración, beber un vaso de agua… 7. Y recuerda siempre que, todavía estamos a tiempo de alcanzar la fraternidad, la paz y la justicia. ¡Todavía es tiempo para pensar que Dios quiere que vayamos al cielo!