(XXIV° Dom. Ord. A 2023)
Libro del Eclesiástico (Eclo 27,33-28,9)
“El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee.
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas.
Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?
No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?
Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Piensa en tu fin y cesa en tu enojo, en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo, la alianza del Señor, y perdona el error.”
Salmo Responsorial (Salmo 102)
R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
No está siempre acusando,
ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 14,7-9)
“Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos.”
Aleluya
Aleluya, aleluya,
“Les doy un mandato nuevo: que se amen mutuamente como yo los he amado, dice el Señor.”
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 18,21-35)
“En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
– Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
Jesús le contestó:
– No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola:
– Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten compasión conmigo y te lo pagaré todo.”
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo le estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes.”
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré.”
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que le debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor indignado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”
Reflexión
Todas las personas –varones y mujeres- hemos ofendido alguna vez a alguien en nuestra vida. Igualmente, todos hemos sido ofendidos de alguna manera por otras personas en nuestro caminar diario. Pareciera que esto estuviese impreso en la misma condición humana. Nuestro “hombre viejo”, como la cizaña y el trigo, convive cómodamente con el “hombre nuevo”.
El tema del texto del Evangelio de este domingo es el del perdón vivido desde la misericordia. Las personas podemos perdonar por muchos motivos: por resignación, por prudencia para evitar mayores enfrentamientos, por presiones de otras personas… El perdón al que nos invita Jesús es el perdón desde la misericordia.
Pedro había entendido que hay que perdonar al que ofende, que no hay que guardarle rencor ni pensar siquiera en vengarse de él, sino olvidar la injuria y volver a tratarle como amigo. Creía que era generoso al proponerle al Señor el número de veces que hay que perdonar al reincidente, le pregunta si siete veces son suficientes. Para los rabinos de la época tres era el número de veces que había que perdonar, la cuarta vez que te ofendiera la misma persona no estabas en el deber de perdonarle.
Cuando Pedro habla de siete veces está cogiendo el número de la perfección espiritual. Jesús le contesta hasta setenta veces siete; lo que quiere decir es que hay que perdonar siempre que el ofensor esté en disposición de ser perdonado.
A lo largo de todo el evangelio Jesús nuestro Señor invita y más que invitarnos nos obliga a perdonar; y no solo nos lo dice de palabra, sino que nos da su ejemplo. Mientras agonizaba crucificado en la cruz, nos enseñaba con su oración al Padre celestial cómo nos perdona. A los verdugos que lo torturaban y lo mataban no les reclama nada, sino que oraba así: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. ¡Qué mejor ejemplo podemos tener nosotros de perdonar a los que nos han hecho daño! ¿Qué mayor seguridad podemos tener que Dios nos perdona, aunque hayamos cometido el peor de los delitos, si perdonó así a sus propios verdugos?
Sin embargo, siempre nos asalta esta inquietud ¿qué hacer para perdonar? ¿Cómo perdonar si nuestra tendencia natural nos lleva al resentimiento, al desquite, a la retaliación e incluso a la venganza? Para respondernos esto debemos estar convencidos de que si Dios nos pide algo es porque podemos hacerlo ¡Él no nos pide nada superior a nuestras fuerzas! Podemos hacerlo porque Él nos da la gracia para hacerlo; más aún, es Él quien perdona en nosotros.
Jesús nos dejó algunas instrucciones sobre el perdón: una de las más célebres es la que nos recuerda el evangelio de este domingo, aquella en la que el Señor responde a Pedro cuántas veces tengo que perdonar al que me ofende. Pedro le preguntó: ¿Señor, hasta siete veces? -pensando talvez que siete veces era mucho-Y Jesús le respondió: “no solo siete sino setenta veces siete” -lo que da un resultado de 490 veces-, expresión del Oriente Medio que equivale a decir ¡siempre! “.
Estoy absolutamente seguro que el Señor nos perdona cuantas veces sea necesario, si nos arrepentimos de verdad. Y para demostrarnos lo mucho que nos perdona debido a nuestros innumerables pecados, y lo poco que en realidad nos toca a nosotros perdonar, Jesús nos dejó la parábola del siervo despiadado a quien el amo le perdonó una deuda inmensa y éste enseguida, recibida la condonación de la deuda, casi mata a un deudor suyo por una ínfima deuda que le tenía. ¿Qué sucedió? El amo al enterarse lo hizo apresar y lo hizo echar en la cárcel hasta que pagara el último centavo de la deuda que le había perdonado antes. Y remata la parábola así: “¡Y lo mismo hará mi Padre celestial con cada uno de ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano!”. Tremenda amenaza: así como perdonemos al hermano que nos ofende Él nos va a perdonar. Y esto no sólo lo dijo Jesús en ese momento, sino que nos lo ha puesto a repetir cada vez que recitamos el padrenuestro, la oración que Él nos dejó para rezar al Padre Celestial. ¿Y qué decimos allí? Perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. De tal manera que estamos amarrados: si nosotros perdonamos, Él nos perdona. Si perdonamos mucho, mucho se nos perdonará; si perdonamos siempre, siempre el Señor nos perdonará. Y si perdonamos poco, poco se nos perdonará; y si no perdonamos, nada se nos perdonará.
Cuando tengamos dificultad de perdonar una ofensa que alguien nos ha hecho, pensemos de inmediato en la gracia del perdón que nuestro Padre Celestial nos tiene. También puede ayudarnos el meditar algunas frases que nos trae el libro del Eclesiástico: “cosa abominable son el rencor y la cólera. El Señor se vengará del vengativo. No guardes rencor al prójimo. Pasa por alto las ofensas”. “Perdona la ofensa a tu prójimo, y así cuando pidas perdón se te perdonaran tus pecados.”
Debemos perdonar de corazón. Dios mira el corazón; es ahí donde se fragua el pecado, es también en el corazón donde debe fraguarse el perdón. Como el Señor nos ha dicho: perdonemos y oremos por los que nos hacen daño; la justicia le corresponde a Dios.
Finalmente, te recuerdo: Jesús no vino a decirnos que no hay enemigos. Él vino a vencer al enemigo que es el demonio. Ese sí es el verdadero enemigo. La lucha del cristiano es contra los espíritus de las tinieblas. Llegará el día en que Jesús los vencerá a todos y los pondrá a sus pies.