Píldora de Meditación 439

Érase una vez una joven pianista que daba su primer concierto. El público en silencio y con fervor escuchaba la música que brotaba de sus dedos disciplinados.

Todos tenían los ojos clavados en la joven pianista.

Al final del concierto todos puestos de pie aplaudieron a rabiar. El presentador del evento se acercó a la pianista y la cubrió de alabanzas. Luego le dijo:

– Mira, todos están de pie aplaudiéndote, menos ese viejito de la primera fila.

La pianista entristecida le contestó: «Sí, pero ese viejito es mi maestro».

Sólo el maestro podía juzgar la actuación de su discípulo con autoridad.

Y sólo el Maestro Jesús, puede juzgarte, juzgarme y juzgar a todos.

¡Si Él no aplaude, es mala señal!

(Flus)