(Fiesta de la Epifanía del Señor, 2024)

Libro del profeta Isaías (Is 60,1-6)

“¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá.

Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”

Salmo Responsorial (Salmo 71)

R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos;
que los reyes de Sabá y de Arabia le ofrezcan sus dones,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Porque Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
Él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 3,2-6)

“Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor suyo. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Hemos visto salir su estrella, y venimos a adorarlo.”

Aleluya.

Evangelio según san Mateo (Mt 2,1-12)

“Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes.

Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

– ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron:

– En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.”

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

– Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo.

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos; oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.”

Reflexión

Celebramos la Fiesta de la Epifanía del Señor, que no es otra que la Fiesta de la manifestación o revelación del misterio de Dios salvador, de la presencia del Hijo de Dios entre nosotros. Así, pues, existe una estrecha unión entre revelación y misterio de salvación.

Cuando Dios creó al hombre y a la mujer les dotó de la maravillosa capacidad de conocer el universo y todos los hechos históricos; los adornó también con la facultad de penetrar con la propia razón realidades diferentes a las sensibles. Sin embargo, a pesar de ello, Dios ha venido a nuestro encuentro hablándonos directamente, revelándonos lo que Él conoce y piensa del Padre celestial, de sí mismo, del hombre y del mundo. Por esto, conocemos el pensamiento de Dios. Le conocemos a Él con nuestra razón, pero no en virtud de nuestra razón, sino por la fe que hemos recibido también de Él. Lo que Dios nos revela lo aceptamos porque nos fiamos de Él. Este confiarse a la autoridad de Dios revelador se llama fe.

Solamente Dios puede instruirnos sobre las realidades divinas. «Dios tuvo a bien, en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo o manifestar el misterio de su voluntad… Se ha revelado la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres» (Tit 2,11), y entonces: «Se ha revelado la bondad de Dios, Salvador nuestro, y su amor por toda la humanidad» (Tit 3,4). Como afirma san Pablo, la revelación es el descubrir el misterio de Dios salvador (cfr. Ef 1,9). Con esta revelación, en efecto, Dios invisible en su inmenso amor nos habla como a amigos (cfr. Ez 33,11; Jn 15,14.15) y nos invita y admite a la comunión con Él.

El hecho que Dios haya querido revelarnos la verdad sobre sí mismo, verdad que es misterio, testimonia que nosotros somos una criatura muy querida por Dios, una criatura hecha a su semejanza, la única en el mundo visible con la cual Dios puede dialogar, a la cual puede confiar la verdad sobre sí mismo y sobre la propia vida íntima, la verdad de sus divinos Misterios.

Los magos de Oriente pronunciaron en Jerusalén estas palabras: “Hemos visto surgir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Estos magos, junto con los pastores de Belén que se acercaron al Niño recién nacido, son aquellos que Dios mismo les ha introducido en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Los pastores se encontraban cerca del lugar, en las cercanías de la «ciudad de David», cuidando los rebaños. Los Magos venían de lejos, interpretando los signos que indicaban el tiempo y el lugar del nacimiento del Salvador, la estrella les estuvo guiando hacia el país de Israel: primero a Jerusalén, y después a Belén.

En el signo visible de la estrella, hablaba a los magos el Dios invisible. ¿Cómo es posible que sucediera que, entre tantas estrellas observadas por los Sabios en el cielo, ésta única estrella les hablase del nacimiento del Hijo de Dios en la carne humana? Esto fue posible solamente mediante la fe. Los Magos, llegados a Jerusalén, buscaban entre los escribas, expertos de la revelación de Dios a Israel, la confirmación de su intuición. Y obtuvieron la respuesta: el profeta Miqueas había anunciado que el Mesías nacería en Belén (cfr. Miq 5,1). Se dirigieron, entonces, a Belén y entraron en la casa donde se encontraba el Niño junto con su Madre María y José, cayeron de rodillas y le ofrecieron sus simbólicos dones –mirra, incienso y oro–. Todo esto testimonia que la fe les había introducido por la justa vía al centro mismo del misterio del nacimiento del Señor.

La invitación que nos hace la Iglesia en el comienzo de este año 2024, en la Fiesta de Epifanía, es que acojamos a todas aquellas personas que llegan hasta la orilla de nuestra vida a través de un largo camino de fe, y que, luego continúen su marcha. Sigamos el ejemplo y consejo de la santa Madre Teresa de Calcuta: “si alguien llega hasta ti, no le dejes ir sin ser mejor y más feliz”.

Encomendemos al Espíritu Santo a todas las personas que han escuchado y seguido al Maestro en la predicación de la Buena Nueva, a fin de que la luz de Cristo les ilumine para llevar adelante nuestra fe católica y cumplan así el encargo del Señor antes de subir a los cielos: «vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio». Con este envío, cada persona se convierte plenamente en custodio del gran misterio de la revelación (cfr. Ef 3,2-6). Esta es la misión particular que tenemos que realizar en nuestros hogares y en los sitios donde habitamos y trabajamos. Tú y yo y todos los que hemos aceptado a Jesucristo tenemos que ser guardián del misterio de salvación, en el que Dios se revela a sí mismo, se acerca a hombres y mujeres de todas las razas, lugares y de todos los tiempos; Él les busca y conduce a cada uno sobre el camino de la fe.

Custodiar el Misterio de nuestra Salvación no significa esconderlo, sino transmitirlo. Por esto Dios nos llama de todos los lugares, para darnos tan sublime misión, en sintonía con el espíritu de la solemnidad de este día.

Tenemos que no olvidar que por la misión recibida en el sacramento del Bautismo y ratificada en el sacramento de la Confirmación, hemos llegado a ser en modo particular partícipes de la Epifanía de Cristo. Un día los Apóstoles recibieron de Cristo resucitado el mandato: «vayan a todo el mundo…». Comenzando por Jerusalén, se desarrolló así el gran movimiento de la «predicación del Evangelio a toda criatura». Siempre nuevos hombres y mujeres, de generación en generación, han recibido el Espíritu Santo, para participar en la misión apostólica de la Iglesia, que es la de anunciar el Evangelio en todo el mundo.

A la espiritual cadena de sucesores de los Apóstoles están unidos, además de nuestros obispos, sacerdotes y religiosos, cada uno de los fieles bautizados, casados o célibes, para manifestar en su vida diaria, el don de su vocación y el don del servicio.

Seamos todos fieles testimonio de la Verdad, de la Justicia, del Amor, de la Libertad y de la Paz. A través del don sincero de la vida, hablemos a los demás, indicándoles el camino y la luz que alumbra hacia Belén, hacia aquella luz que es Jesucristo.

Que el ejercicio de esta misión contribuya a realizar el deseo del salmista: «te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra». ¡Todos los pueblos, Señor! Amén.