(Solemnidad de la Santísima Trinidad A 2023)
Libro del Éxodo (Ex 34,4b-6.8-9)
“En aquello días, Moisés subió a la madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
– Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
– Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.”
Salmo Responsorial (Dn 3,52)
R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre santo y glorioso:
a él la gloria y la alabanza por los siglos.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú,
que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.
Segunda Carta de san Pablo a los Corintios (2Cor 13,11-13)
“Hermanos: Alégrense, trabajen por su perfección, anímense; tengan un mismo sentir y vivan en paz.
Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo.
Les saludan todos los fieles.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con ustedes.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá”.
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn 3,16-18)
“En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
– Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.”
Reflexión
La liturgia cristiana ha destinado cada domingo a celebrar un aspecto de la obra de Dios en favor de los hombres, obra de Dios cuyo acontecimiento central es la Pascua de Cristo, y su don final es la progresiva comunicación de su Espíritu, desde Pentecostés hasta el último día de la historia.
Dentro de las celebraciones litúrgicas dominicales hay una que pretende encerrarlas a todas, una fiesta para celebrar el conjunto, la globalidad o la síntesis de la obra de Dios en favor nuestro; es una fiesta que pretende establecer la unidad y la mutua relación de todas las fiestas entre sí; una fiesta que nos sitúa ante el contenido más profundo de la Pascua y de todas las celebraciones relacionadas con ésta. Es la fiesta de la Santísima Trinidad, que celebramos en este domingo en la Iglesia universal.
Antes del siglo IX no se celebraba la fiesta de la Santísima Trinidad. Para los cristianos, hasta entonces, todas las fiestas eran una celebración de la obra de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo. Pero surgió una herejía con el nombre de “arrianismo” que negó la divinidad de Cristo. Por reacción contra esta herejía se desarrolló la espiritualidad Trinitaria que dio lugar a la formación de unas oraciones propias para una Misa en honor de la Santísima Trinidad. La Misa en honor de la Santísima Trinidad empezó a celebrarse en aquellos domingos que no conmemoraban un misterio religioso en particular. El primero de esta serie de domingos ordinarios fue el domingo siguiente a Pentecostés. En el siglo XIV, el Papa Juan XXII estableció la celebración de la fiesta de la santísima Trinidad en la Iglesia universal.
El hombre no ha llegado de un solo golpe y desde el comienzo al conocimiento completo de sí mismo y de la realidad que le rodea. Todos conocemos la larga evolución del hombre y de su cultura. El misterio inicial del mundo y del hombre se le ha ido desvelando poco a poco, y a pesar de la enorme cultura acumulada por la humanidad hasta hoy, sabemos que estamos apenas comenzando a hallar una respuesta. También el pensamiento religioso se ha ido perfeccionando, ha madurado mediante la acción del entendimiento y la aplicación de las experiencias. Ha madurado sobre todo gracias a la revelación de Dios que ha iluminado la reflexión y la experiencia del hombre.
La revelación de Dios y la experiencia más viva y personal de Él se concretó en un pueblo elegido para ese fin, el pueblo de Israel. Israel superó la idolatría y comenzó a tener la experiencia de un Dios único, supremo, superior al tiempo, al universo, a las fuerzas naturales y al hombre. Comenzó a experimentar a un Dios personal y cercano, y que desarrolla un plan amoroso de salvación hacia el hombre.
La revelación que fue desarrollándose en el Pueblo de Dios alcanzó su máxima expresión en Jesucristo. Los herederos de la sabiduría griega llamaron a esa revelación de Dios en Cristo: locura. Los judíos la llamaron: blasfemia.
Cristo fue la Buena noticia para toda la humanidad. El, Dios y hombre, vino a compartir su filiación divina con los hombres -varones y mujeres- con quienes estaba compartiendo su naturaleza humana. Cristo vino a participarnos el mismo Espíritu que comparte Él y su Padre, para que en Él todos seamos uno. Esto lo atestigua con palabras y con hechos prodigiosos.
Jesús, al llegar el tiempo señalado, nos dio a conocer la existencia de la Trinidad. El misterio de la Santísima Trinidad es la revelación más grande hecha por nuestro Señor Jesucristo.
En el evangelio Jesús nos revela el misterio más grande que existe, un dogma de fe, una verdad que debemos creer, si somos cristianos. Cada vez que rezamos el Credo, decimos creer en un solo y único Dios, que es Padre Creador, que es Hijo Redentor y que es Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida y Santificador.
El misterio de la Santísima Trinidad, es un «misterio escondido en la infinitud de Dios. Misterio que, si no es revelado, no puede ser conocido». Y, aun después de la Revelación, es el misterio más profundo de la fe, que el entendimiento por sí solo no puede comprender ni penetrar; o como decía san Agustín “si lo comprendes, no es Dios”.
A pesar del misterio, el mismo entendimiento, iluminado por la fe, puede en cierto modo, profundizar y explicar el significado del dogma de la Santísima Trinidad, para acercar al hombre al misterio de la vida íntima del Dios Uno y Trino.
La Sagrada Escritura revela que Dios es Amor en la vida interior de una única Divinidad, como una comunión de tres personas». El misterio de la Santísima Trinidad consiste en que son Tres Personas distintas entre sí, no por su naturaleza sino por su obrar en la historia de la salvación y un sólo Dios.
Dios Padre, es el «Principio-sin principio»; no fue creado ni engendrado; es por sí sólo el Principio de Vida de quien procede toda la creación; es la vida misma, que posee en absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Dios Hijo, es engendrado -no creado- por el Padre y asume la naturaleza humana; Jesús es Hijo eterno y consustancial (de la misma naturaleza o sustancia); Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e Hijo como el que es engendrado. Dios hijo es quien realiza el acto de la Redención.
Dios Espíritu Santo, procede del Padre y del Hijo; es como una «espiración», soplo del Amor consustancial entre el Padre y el Hijo. Dios en su vida íntima es Amor, que se personaliza en el Espíritu Santo, que se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús y luego el día de Pentecostés sobre los discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad. Su misión es la Santificación.
Mientras los judíos adoran la unicidad de Dios y desconocen la pluralidad de personas en la unicidad de la sustancia, y los demás pueblos adoran la multiplicidad de los dioses, el cristianismo es la única religión que ha descubierto, en la revelación de Jesús, que Dios es uno en tres personas. Este es el mayor misterio y lo que identifica al cristianismo.
¡Glorifiquemos a la Santísima Trinidad!