(Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo A 2023)

Libro del Deuteronomio (Dt. 8,2-3,14b-16ª)

“Habló Moisés al pueblo y dijo:

– Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná -que tú o conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.”

Salmo Responsorial (Salmo 147)

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión,
que has reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra
y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así
ni les dio a conocer sus mandatos.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 10,16-17)

“Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?

El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo -dice el Señor-; quien coma de este pan vivirá para siempre.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 6,51-59)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

– Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Disputaban entonces los judíos entre sí:

– ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

– Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de sus padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”

Reflexión

Esta fiesta del “Cuerpo y Sangre de Cristo” ya se celebró el Jueves Santo. Sin embargo, la Iglesia se ha dado cuenta de que el Jueves Santo nos ha dejado una maravillosa y misteriosa realidad sacramental, vinculada con nuestra vida en el tiempo, y por ello en un cierto sentido, permanente, siempre presente y jamás bastante meditada, apreciada, celebrada. Por esto, la Iglesia ha establecido esta festividad, como una reflexión del Jueves Santo, convencida que jamás llegará a agotar la riqueza, la comprensibilidad de este misterio eucarístico. Por ello lo recuerda de nuevo, por ello lo honra con nuevos ritos y lo estudia con nueva atención.

La Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es la Eucaristía, que es sacrificio, el sacrificio de Cristo sobre la cruz, reflejado, reproducido, perpetuado en la Santa Misa.

Para comprender este gran misterio, es necesario estar iniciados en los secretos de la caridad divina, como pueden hacerlo los santos. Solo así se comprenderá mejor cuál es la amplitud, la extensión, la altura y la profundidad del Amor de Cristo, que supera todo conocimiento, como escribe San Pablo (cfr. Ef 17,19). Al sentido hondo de esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo se accede desde una experiencia límite: la vida entregada.

No en vano, en las narraciones de la última cena se precisa un detalle: era la víspera de morir Jesús. ¿Qué sentiría Jesús en esos momentos? ¿Qué siente una persona a la que van a matar en unas horas? ¿Cómo está anímicamente una persona que intenta explicar su propia muerte?

A nosotros ahora nos resulta difícil entrar en esa experiencia de Jesús. Nadie nos va a matar ni hemos vivido una entrega tan total. Jesús había dejado su taller y su entorno familiar para ir por otros caminos más difíciles. Era un hombre sensible, cariñoso, compasivo. Le dolían los sufrimientos de la gente. A él acudían los enfermos, los pobres, los despreciados, los niños. Jesús les hablaba, los curaba y les devolvía la dignidad y la alegría perdida. Parece que Jesús no podía resistirse ante los sufrimientos de las gentes porque tenía un corazón grande. Y así se fue adentrando cada vez más en los problemas y angustias de las personas hasta no tener tiempo para descansar. Es significativo que el día de la tormenta, en la barca Jesús estaba dormido. Podríamos darle muchas interpretaciones piadosas a este hecho, pero la más elemental es que Jesús dormía simplemente porque estaba muy cansado. Es que Jesús tenía mucho trabajo. Él mismo decía: «La mies es mucha». ¡Cuántas veces llegaría a la noche cansado de caminar de pueblo en pueblo, cansado de atender a enfermos, cansado de escuchar y hablar a todos, cansado de atender necesidades! Y cada día se adentraba más en el corazón de los pobres. Jesús vivía en los demás y para los demás. Amar es desvivirse, gastar la vida a jirones, morir para la fecundidad nueva como el grano de trigo. Jesús llevaba en su vida otras muchas vidas como una carga agobiadora. Y además experimentó el rechazo de su pueblo, el desprecio de los influyentes, las zancadillas de los fanáticos. Llegó a sentir la experiencia del fracaso y de la noche oscura. Pensaría: ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más puedo entregar? ¿Qué me queda por dar? ¡»Nadie ama más que el que da su vida por sus amigos»! Ésta era su respuesta la víspera de morir.

El día que nosotros lleguemos a esta experiencia comprenderemos bien la Eucaristía sin que necesitemos a nadie que nos explique la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor. La viviremos en el alma. Ese día sentiremos un estremecimiento interior al oír: «Tomen y coman mi cuerpo entregado. Tomen y beban mi sangre derramada».

La Eucaristía es la celebración de la propia vida y comulgar es ofrecer al mundo nuestro cuerpo entregado y nuestra sangre derramada. Será, como en el caso de Jesús, llegar a la noche cansados de servir a los hermanos, dejados en las manos de los pobres, gastando sin límites la vida y haciéndonos pan para el mundo. Desde la vida sin generosidad, haciendo nuestros caprichos y mirándonos a nosotros mismos, no podremos jamás comprender la fiesta del Corpus Christi y la convertiremos en un entretenimiento para gentes satisfechas o en un cúmulo de símbolos enigmáticos o rutinarios. Sólo la experiencia límite de entrega generosa hace buena nuestra Eucaristía y nos introduce en el misterio asombroso del cuerpo entregado y la sangre derramada. Perdiendo la vida como Cristo por el bien de los hermanos(as) la recuperamos hecha Eucaristía con Jesús para la vida del mundo.