(Pintura de Tiziano que se encuentra en la Iglesia de Santa María de la Salud de Venecia)

(Solemnidad de Pentecostés B 2024)

Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-11)

“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:

– ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos de Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”

Salmo Responsorial (Salmo 103)

R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Carta de san Pablo a los Gálatas (Gá 5,16-25)

 “Hermanos: Anden según el Espíritu y no realicen los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacen lo que quisieren. Pero si los guía el Espíritu, no están bajo el dominio de la ley.

Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismos, sectarismos, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y los prevengo, como ya los previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne, con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 15,26-27)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– Cuando venga el Defensor, que les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo.

Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará.”

Reflexión

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés, la llegada del Espíritu Santo. Llama la atención que Jesús habló poco del Espíritu Santo, a pesar de que toda su vida aquí en este mundo, transcurriera bajo el signo de su presencia. Pero, Jesús dijo algunas cosas, casi confidenciales, del misterio del Espíritu Santo a quien llama «Paráclito» (Jn 14,16) -el abogado, el consolador, el defensor-. Jesús les decía a los discípulos: y es que el Paráclito «que yo pediré al Padre» (Jn 14,16), «que el Padre enviará en mi nombre» (Jn 14,26), «que yo les enviaré de junto al Padre» (Jn 15,26), que «yo les enviaré» (Jn 16,7), va a desempeñar una misión.

En otro nivel y por otros caminos, la misión del Espíritu Santo va a ser la misma misión que Jesús inició. Va a continuar su misma obra hasta llevarla a su perfección. Va a ocupar el lugar de Jesús entre los discípulos. Por esto los discípulos han de alegrarse de que el Señor se vaya, «porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito» (Jn 16,7). La “partida” de Jesús a través de la cruz es condición para que venga el Espíritu Santo, ya que «aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39). A la tristeza de la partida sigue el gozo de su nueva y más profunda presencia en el Espíritu.

Hasta ahora, Jesús estaba con los discípulos, junto a ellos; una presencia física sumamente preciosa, pero insuficiente. Jesús no había llegado a entrar dentro de los discípulos; su palabra tampoco había penetrado en ellos. El misterio de la vida y muerte de Jesús, su relación única con el Padre, todo ello hubiera quedado en la sombra si no hubiera venido el Paráclito sobre los discípulos para quedarse con ellos para siempre (cfr. Jn 14,17). La acción del Espíritu Santo será en el interior de los discípulos, será desde dentro.

Jesús se va, pero dice: «no les dejaré huérfanos: volveré a ustedes» (Jn 14,18). Jesús vendrá en su Espíritu; esta es su nueva presencia, porque el Espíritu de la Verdad (Jn 14,17; 15,26; 16,13), es el Espíritu de Cristo que es la Verdad (Jn 14,6). Por eso, toda su obra, su misión a lo largo de la historia, se referirá siempre a Jesús, como lo afirma san Juan: Él «les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26), «les guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). El Espíritu Santo «les anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,13), porque «ahora no pueden con ello» (Jn 16,12). El futuro es obra del Espíritu Santo.

La acción del Espíritu junto a los discípulos y dentro de ellos no se limitó a conocer la verdad de Jesús; también «él dará testimonio de mí» (Jn 15,26), a través de los discípulos: «pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu del Padre es el que hablará en ustedes» (Mt 10,20), «porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12,12).

¡Pentecostés es un día de acción de gracias! Un día de gracia y bendición para todos. Este es un momento en el que, una vez más, Dios nos manifiesta cómo está tan cerca de ti y de mí, de cada uno de nosotros. Aprovechemos este tiempo para hacer silencio interior y pedir al Señor que perdone nuestros pecados y haga nuestro ser dócil a las gracias, dones e inspiraciones del Espíritu Santo. Como aquella comunidad apostólica capitaneada por nuestra Madre la Virgen María, llenos de confianza, abundancia de fe y sed de Dios digamos en lo más íntimo del corazón: «ven Espíritu Santo, llena mi corazón con tus gracias. Hazme dócil a tus inspiraciones y gracias».

A semejanza de Jesús al comienzo de su misión, los Apóstoles fueron también bautizados «en el Espíritu Santo» (Hch 1,5) y recibieron su fuerza para ser los «testigos del Señor en Jerusalén, en Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Esta es la misión de la Iglesia que tomó conciencia de sí misma y se manifestó públicamente al recibir el don del Espíritu en Pentecostés. Desde entonces, el Espíritu está en ella como memoria, presencia y testimonio de Jesús, como impulso y guía en su misión de llevar a todos los pueblos la Buena Nueva de la salvación.

En Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos y en la Iglesia, para siempre. Su morada está, pues, en los discípulos, para hacernos partícipes de la filiación adoptiva en el Hijo y poder clamar así con todo derecho ¡ABBA, Padre! (Gál 4,6; Rm 8,15ss); aquí en el interior del hombre, hace su trabajo, que no es otro que configurarnos con Cristo para poder reflejar la gloria del Señor (2Cor 3,18). Nosotros somos templos del Espíritu Santo (1Cor 6,19), «morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,22), que nos enriquece dándonos siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, temor de Dios, discernimiento (cfr. Is 11,2). Si somos de verdad templos del Espíritu Santo y le dejamos actuar, brotarán de nuestro interior sus frutos: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio (cfr. Gál 5,22).

La primera experiencia de la Iglesia fue Pentecostés. Esta fiesta nos recuerda que el Espíritu Santo es el alma y el motor de la Iglesia y de cada bautizado, y que Él nos reparte a cada uno sus dones y gracias para el bien común, en el servicio a los hermanos. Si el Santo Espíritu vive en ti y si le has dejado actuar en lo más íntimo de tu ser, Él se manifestará en sus dones y frutos, anotados antes.

En esta solemnidad de Pentecostés te deseo que experimentes los efectos sensibles y prodigiosos de esta maravillosa presencia del Espíritu Santo dentro de ti. El Espíritu es luz, es fuerza, es gracia, es infusión de una vitalidad superior, es capacidad de superar los límites de la actividad natural, es riqueza de virtudes sobrenaturales, riqueza de dones y frutos espirituales que adornan de belleza el fecundo jardín de la experiencia cristiana (Cfr. Gál 5,22-23).

Pero la acción del Espíritu Santo no es sólo hacia dentro de cada uno. Hemos recibido también una misión sublime: «vayan al mundo entero, y proclamen el Evangelio a toda criatura». Pero ¿cómo podemos cumplir esta tarea? Esta es la misión del Espíritu Santo, que entra en escena para culminar la Revelación, y fecundar y madurar la Redención.

La Iglesia ha predicado el mensaje de los Apóstoles, y ha sido entendido por todos, porque ellos hablaron desde el Espíritu y con la palabra del Espíritu Santo; pues, sólo así el corazón comprende un mensaje de Amor.

Para presentar la Buena Nueva y que pueda llegar al corazón de los oyentes, se requiere la palabra del Amor. Sólo se puede ser católico si se tiene una experiencia profunda de Dios, si se tiene la experiencia del Amor infinito de Dios. Esto del Amor estaba tan profundamente arraigado en cada uno y en la comunidad de los Apóstoles, que a los cristianos se les señalaba así: «mira cómo se Aman». Estos primeros cristianos, siguiendo los pasos del Maestro, demostraron que “no hay Amor más grande que dar la vida por su amigo”.

Somos amigos del Señor si hacemos lo que Él nos dice: “Sean perfectos como el Padre es perfecto”. Serán mis discípulos si guardan mis mandamientos, si se Aman unos a otros como yo los he Amado.