(Solemnidad de la Santísima Trinidad C 2022)

Libro de Los Proverbios (Prov 8,22-31)

“Esto dice la sabiduría de Dios:

El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.

En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra.

Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.

Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.

No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.

Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.

Cuando ponía un límite al mar; y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.”

Salmo Responsorial (Salmo 8)

R/. ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.

Todo lo sometiste bajo sus pies:
Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.

Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 5,1-5)

“Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá.

Aleluya.

Evangelio según san Juan (Jn 16,12-15)

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

– Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, les guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará.”

Reflexión

En toda nuestra vida cristiana, desde el momento de nuestro bautismo, ha habido una constante, que cada uno de nosotros, cada familia, la Iglesia, lo repite con frecuencia: nos santiguamos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Esto mismo lo hacemos cada mañana o en la noche o incluso durante la actividad del día, en momentos de peligro, de esperanza y de alegría, en los acontecimientos más significativos de nuestra vida cristiana y religiosa. Invocamos a la «Santísima Trinidad».

La liturgia católica ha destinado cada domingo a celebrar un aspecto de la obra de Dios en favor de los hombres, obra de Dios en la que el acontecimiento central es la Pascua de Cristo y cuyo don final es la progresiva comunicación de su Espíritu, desde Pentecostés hasta el último día de la historia.

Dentro de las celebraciones litúrgicas dominicales hay una que pretende encerrarlas a todas, una fiesta para celebrar el conjunto de la obra de Dios en favor nuestro; es una fiesta que pretende establecer la unidad y la mutua relación de todas las fiestas entre sí. Es la Solemnidad de la Santísima Trinidad.

Antes del siglo IX no se celebraba la fiesta de la Santísima Trinidad. Para los cristianos, hasta entonces, todas las fiestas eran una celebración de la obra de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo. Pero surgió una herejía con el nombre de arrianismo que negó la divinidad de Cristo. Por reacción contra esta herejía se desarrolló la espiritualidad Trinitaria que dio lugar a la formación de unas oraciones propias para una Misa en honor de la Santísima Trinidad. La Misa en honor de la Santísima Trinidad empezó a celebrarse en aquellos domingos que no conmemoraban un misterio religioso en particular. El primero de esta serie de domingos ordinarios fue el domingo siguiente a Pentecostés. En el siglo XIV, el Papa Juan XXII estableció la celebración de la fiesta de la santísima Trinidad en la Iglesia universal.

Hoy celebramos la fiesta de Dios uno en tres personas. Después de celebrar la fiesta al Padre -Creador-, al Hijo -Redentor, en Semana Santa- y al Espíritu Santo -Santificador- hace apenas ocho días en Pentecostés, hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que es como el resumen final de muchas fiestas cristianas.

La Solemnidaf de la Santísima Trinidad es la celebración del Amor de nuestro Dios que es Padre, que es Hijo y que es Espíritu. No estamos solos en la vida. Siempre nos acompaña el Amor de Dios. Lo que une a las tres divinas personas es el Amor: Lo que mueve a Dios a crear cuanto existe es su gran Amor; lo que impulsa a Jesucristo a salvar a toda la humanidad mediante la Encarnación, muerte y Resurrección es el Amor; lo que identifica al Espíritu Santo y le lleva a entregarse a la Iglesia en Pentecostés es el Amor. Por este misterio del Amor, Cristo es uno con el Padre y con el Santo Espíritu.

La fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de la unidad: Jesucristo resucitado nos da las primicias de la resurrección: la paz y la alegría. Luego insiste en la unidad de todos como la unidad suya con el Padre en el Espíritu: «que todos sean uno como tú y yo somos uno… yo los amo con el mismo amor con que tú me has amado…» (Jn 17). Nos envía a predicar para que todos sean uno, y para que testifiquemos la unidad y hagamos en su amor la unidad. Esta es nuestra tarea: reconstruir la unidad a nivel personal, familiar y en eclesial.

Nuestra tarea es la reconstrucción del equilibrio, de la unidad, de la santidad, de la verdadera libertad perdida por el pecado. Cuando hay dentro suciedad, no hay libertad de movimiento, hay desequilibrio, mal olor, mal aspecto y mucho malestar. Para realizar esta tarea es necesario dejarnos guiar por el Amor de Dios.

¿Estás sucio? no importa. Rompe primeramente con el mal gravísimo del temor por la esperanza, déjate amar por Dios, quien nos ha dicho: «¿estás cansado y agobiado? ven a mí y bebe que soy manso y humilde de corazón. No te quedes en el piso, caído. ¡Cristo es el Salvador!

¿Estás sucio? ¡No importa! Ven a mí, nos dice el Señor, tal como estás; Él nos aseará bañándonos con el agua viva de su Misericordia, nos vestirá con el ropaje de su Gracia. Por eso no hay por qué temer. Cambia el temor por la Esperanza. No temas, no hay noche que no tenga su aurora, que es su fin. Déjate Amar por Dios. No te quedes caído, Él es el Salvador y está removiendo nuestras cargas. Él nos invita diciéndonos: Ven, beban, vivan, ¡Soy manso y humilde de corazón! Ven a mí. No desesperen. No teman. No huyan. Yo los amo. Si están caídos y sucios, no importa: el que lava soy yo. Yo soy el Agua Viva. No huyan. ¿Acaso crees que los horrores del pecado son más que el Amor de Dios? Por eso no te quedes caído. Para ser feliz sólo basta quererlo. Es ir a Él.

El Señor conoce nuestros pecados, sus causas, nuestras debilidades, nuestras torpezas y nuestros desalientos. Él es nuestro creador y por tanto nuestro médico; Él conoce nuestro origen y cómo reparar el daño que hemos hecho.

Tengamos la fe y la esperanza puesta en esta realidad: Jesucristo ya nos redimió, ya nos salvó. Ahora dejémonos tocar por el Amor del Espíritu Santo, ese Amor de Dios que se hace pleno en el Sacramento de la Reconciliación. Él es nuestra fortaleza, el agua limpia. Él nos puede lavar. No hay excusa para estar caído. Cristo todo lo puede porque venció la muerte y el pecado. Sólo necesitamos Amar y dejarnos Amar. Él es el Salvador. Ante tan profundo y maravilloso misterio de la Santísima Trinidad, exclamemos con todo nuestro ser: ¡La gloria, la alabanza, la bendición y la acción de gracias a Dios Uno y Trino, a Ti Padre Creador, a ti Hijo Redentor y a ti Espíritu Santo Santificador!