(“Solemnidad de la Santísima Trinidad” B 2024)

Libro del Deuteronomio (Dt 4,32-34. 39-40)

“Habló Moisés al pueblo y dijo:

– Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, su Dios, hizo con ustedes en Egipto?

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre”.

Salmo Responsorial (Salmo 23)

R/. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
Él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo,
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque Él lo dijo y existió,
Él lo mandó y surgió.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:
Él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

Carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8,14-17)

“Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con el glorificados.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá.

Aleluya.

Evangelio de San Mateo (Mt 28,16-20)

“En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

– Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado.

Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”

Reflexión

¡Hoy la Iglesia universal celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad!

Pero ¿cómo Llegó la Iglesia a formular su fe en la Divina Trinidad? En el Nuevo Testamento no se emplea el término “trinidad” para designar el misterio de Dios, y sin embargo, se trata de la revelación fundamental, la cual si se pone en duda, cae al piso todo el edificio de la fe cristiana, puesto que “la confesión trinitaria es el resumen y la suma de todo el misterio cristiano, y de ella depende el conjunto de la realidad salvífica cristiana“ (cfr. W. Kasper, El Dios de Jesucristo, p. 267). El Nuevo Testamento, con lenguaje y fórmulas diversas, confiesa que Dios es Padre, que Dios es Hijo, que Dios es Espíritu Santo. Si el Nuevo Testamento no sustentara claramente la confesión de fe trinitaria, junto con la unicidad absoluta de Dios, la fe en la Santísima Trinidad se haría insostenible.

No olvidemos, que al hablar de la Santísima Trinidad nos movemos siempre en el ámbito del misterio más profundo. Por eso toda palabra en este campo es una pequeña aproximación.

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Dios uno en tres personas. Después de celebrar la fiesta al Padre -Creador-, al Hijo -Redentor, en Semana Santa- y al Espíritu Santo -Santificador– hace apenas ocho días en la solemnidad de Pentecostés, hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Esta fiesta es como el resumen final de otras muchas fiestas cristianas. A lo largo del año litúrgico hemos ido contemplando el Amor cariñoso de Dios Padre por sus hijos. Igualmente hemos recordado y celebrado el misterio de Jesús como Hijo de Dios: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único para que no perezca ninguno de los que creen en él». La figura de Jesús con sus rasgos humanos y divinos llena no sólo las páginas del evangelio sino también nuestra propia vida. En Él vemos el Amor salvador de Dios por nosotros: «No mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él». También hemos recordado y celebrado la presencia del Espíritu Santo de Dios entre nosotros reconstruyendo en nuestra alma los rasgos de Jesús. Esto lo celebrábamos de manera especial el domingo pasado en la fiesta de Pentecostés.

Así pues, no estamos solos en la vida. Siempre nos acompaña el Amor de Dios.

* Lo que une a las tres divinas personas es el Amor: Lo que mueve a Dios a crear cuanto existe es su gran Amor; lo que impulsa a Jesucristo a salvar al hombre mediante la Encarnación, muerte y Resurrección es el Amor; lo que identifica al Espíritu Santo y le lleva a entregarse a la Iglesia en Pentecostés es el Amor. Por este misterio del Amor, Cristo es uno con el Padre y con el Espíritu Santo.

* Jesucristo resucitado nos da las primicias de la resurrección: la Paz y la Alegría. Luego insiste en la unidad de todos como la unidad suya con el Padre en el Espíritu: «que todos sean uno como tú y yo somos uno… yo los amo con el mismo amor con que tú me has amado…» (Jn 17). Él nos envía a predicar para que todos sean uno; y nos envía para que testifiquemos la unidad y hagamos en su Amor la unidad.

* Para ser uno en Cristo es necesario que Cristo entre en nosotros, viva en nosotros y obre en cada uno, pues, sin Él nada se podeos hacer.

* Nuestra tarea es la reconstrucción de la unidad, en nuestro mismo ser personal, en nuestra familia y en la Iglesia. Reconstrucción del equilibrio, de la unidad, de la santidad, de la verdadera libertad perdida por el pecado. En la realidad espiritual de cada uno sucede lo mismo que sucede en una casa donde está llena de mugre: no hay libertad de movimiento, hay desequilibrio, mal olor, mal aspecto, causa malestar, etc. Para realizar esta tarea es necesario dejarnos guiar por el Amor de Dios. Sin este Amor no hay unidad porque el pecado hace el desorden, destruye la armonía.

* ¿Estás sucio o sucia? ¡No importa! Rompa primeramente con el mal gravísimo del temor, por la esperanza; déjate Amar por Dios, quien nos ha dicho: «estás cansado y agobiado? ven a mí y bebe que soy manso y humilde de corazón. No te quedes en el piso, caído; Cristo es el Salvador.

¿Estás sucio(a)? ¡No importa! Ven a mí, nos dice el Señor, tal como estás; Él nos aseará bañándonos con el agua viva de su Misericordia, nos vestirá con el ropaje de su Gracia. Por eso no hay por qué temer. Cambia el temor por la esperanza. No temas, no hay noche que no tenga su aurora, que es su fin. Déjate Amar por Dios. No te quedes caído, Él es el Salvador y está removiendo nuestras cargas. Él nos invita diciéndonos: Ven, bebe, vive, ¡Soy manso y humilde de corazón!

Él nos dice: Ven a mí. No te desesperes. No temas. No huyas. Yo los Amo. Si están caídos y sucios, no importa: el que lava soy yo. Yo soy el Agua Viva. No huyas. Si te alejas ¿quién podrá salvarte? Preguntemos a Pedro, a Zaqueo, a Agustín, ¿qué encontraron después de la conversión? Alegría y Misericordia, el gozo del perdón. ¿Acaso tú crees que los horrores del pecado son más que el Amor de Dios? Por eso no te quedes caído. Para ser feliz sólo basta quererlo. Es ir a Él.

El Señor conoce tus pecados, sus causas, tus debilidades, tus torpezas y tus desalientos. Él es nuestro creador y por tanto nuestro médico; El conoce nuestro origen y cómo reparar el daño que le hemos hecho.

¡Ah! Si Adán y Eva, en lugar de temer y huir se hubiesen acercado al Amor de Dios Creador, cuántas lágrimas se hubieran evitado.

¡Ah! Si Judas en vez de huir y ahorcarse, hubiese tenido el valor de acercarse a Cristo con esperanza, ¡qué hubiera alcanzado de su misericordia!

* Para ser limpios, felices, sólo basta quererlo. Vayamos a Él, que es el Misericordioso. Tengamos la fe y la esperanza puesta en esta realidad: Jesucristo ya nos redimió, ya nos salvó. Ahora dejémonos tocar por el Amor del Espíritu Santo, ese Amor de Dios que se hace pleno en el sacramento de la Reconciliación (piscina de la gracia).

* Jesucristo nos dice: Yo te he elegido a pesar del pecado para hacer la unidad. ¿O es que creen que los elegí porque eran buenos? No. Él todo lo sabe y así nos eligió. Si estás caído, levántate. Él es nuestra Fortaleza, el Agua Limpia. Él nos puede lavar. No hay excusa para estar caído. Cristo todo lo puede porque venció la muerte y el pecado. Sólo necesitamos Amar y dejarnos Amar. Él es el Salvador: Dios es Vida para quien cree en Él, Él es el Camino y la Verdad…

Él, nos está diciendo: Contigo haré mi obra, si me dejas. Y la haré a pesar de tus caídas y torpezas ¿lo entiendes? Y nos sigue diciendo: Ven… soy el Pan de Vida, el Agua Viva, el Salvador, yo te basto. Sólo necesitas Amar y dejarte Amar. Yo soy tu Salvador.

En esta solemnidad y ante tan profundo y maravilloso misterio de la Trinidad, ¿Qué podemos hacer? Contemplar ese gran misterio y exclamar con toda nuestra alma y nuestro ser:

La gloria, la alabanza, la bendición y la acción de gracias a Dios Uno y Trino, a Ti Padre Creador, a ti Hijo Redentor y a ti Espíritu Santo Santificador. Santísima Trinidad: Padre Santo, Jesucristo nuestro redentor y Espíritu Santo Bendito, llénanos de ti que eres Amor. Haz que seamos Amor, que vivamos Amor, que demos Amor, en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en todos los sitios donde nos encontremos. Así sea.