(II° Dom. de Adviento B 2024)
Libro del profeta Isaías (Is 40,1-5. 9-11)
“Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice tu Dios; hablen al corazón de Jerusalén, grítenle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita: En el desierto prepárenle un camino al Señor; allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está tu Dios.
Miren: el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda.
Miren, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”.”
Salmo Responsorial (Salmo 84)
R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
“Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos.”
La salvación está ya cerca de sus fieles
y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra
y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia,
Y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.
Segunda Carta de san Pedro (2Pe 3,8-14)
“Queridos hermanos:
No pierdan de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.
El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos.
Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.
El día del Señor llegará como un ladrón.
Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus obras se consumirá.
Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser su vida!
Esperen y apresuren la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos.
Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, mientras esperan estos acontecimientos, procuren que Dios los encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.”
Aleluya
Aleluya, aleluya
“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Todos los hombres verán la salvación de Dios.
Aleluya.
Evangelio de san Marcos (Mc 1,1-8)
“Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.
Una voz grita en el desierto: prepárenle el camino al Señor, allanen sus senderos.
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
– Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.
Yo los he bautizado con agua, pero él les bautizará con Espíritu Santo.”
Reflexión
El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para recibir la llegada del Mesías. El Señor viene a nuestro mundo, a nuestra patria, a nuestra familia, a la persona de cada uno de nosotros, con todos los problemas, alegrías y esperanzas que hacen de nuestra situación algo irrepetible, y que también hacen irrepetible la misma venida del Señor.
El segundo y tercer domingo de Adviento nos traen la figura y mensaje de Juan Bautista. Juan es el último de los antiguos profetas del pueblo de Israel, que preanunciaban al Mesías, y al mismo tiempo es, en cierto modo, «evangelista», porque da la Buena Noticia de que ha llegado. El señala con el dedo, de modo personal y concreto al Mesías, de quien tantos profetas habían hablado a través de los siglos.
Cuando Dios envía a un profeta, es como si la historia de salvación se pusiera en marcha. En este Adviento, debe resonar con toda su novedad y su fuerza la predicación profética de los pobres, desplazados y violentados en su dignidad, que, en su angustia, dolor y hasta muerte, al igual que Juan el Bautista en el desierto, nos anuncian una próxima alegría. La Palabra de Dios en el desierto, difícilmente hallará eco en nosotros si no nos ponemos seriamente en presencia de Dios y no hacemos callar todas las voces que podrían impedirnos oír la voz de Dios en los pobres. Recordemos que el movimiento profético iniciado por Juan no nació en Jerusalén, ni en el templo, sino en el desierto.
Ese desierto hoy es la situación de los desplazados, de los atropellados en sus derechos y dignidad, de los perseguidos, de los desprotegidos, de los pobres y miserables, de los enfermos y ancianos. El desierto es el lugar donde Dios conduce a su pueblo para realizar con él la Alianza, es el lugar de las relaciones íntimas entre Dios y su pueblo.
En este camino de preparación y conversión, sólo Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira y cubrirnos con la luz de la Verdad. Esta acción que Dios realiza en el hombre (varón y mujer) es el juicio, el “juicio de Dios”; juicio que nos lleva a la conversión, inicio de nuestra justificación, de nuestra salvación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos meramente externos, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega hacia los más necesitados, a vivir en la justicia.
El Adviento nos muestra la seguridad de libertad y salvación; es decir, lo que nos anuncia es lo que deseamos. Hoy debemos experimentar el hecho de que Dios se acerca más y más a nuestra oscuridad. Esto nos lleva a un auténtico compromiso. Es verdad que la evidencia de la vida apaga la lámpara de la esperanza, pero recordemos que para esperar es preciso ser verdaderamente pobres.
Hay necesidad de tener un crecimiento en el Amor, en un amor lleno de «conocimiento y sensibilidad», conocimiento y profundidad de la realidad cristiana. Nuestra actitud de cristianos que vivimos el adviento debe estar adaptada a las características históricas, culturales, sociales, religiosas, económicas y políticas de nuestro país, nuestra familia, nosotros mismos.
Nuestra tarea es «escoger siempre lo mejor» para llegar «al día de Cristo» limpios e irreprochables, llenos de los frutos de la Justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios Padre.
Este tiempo de Adviento es el tiempo propicio para allanar los montes que están en nuestra vida personal, es el tiempo para rellenar los vacíos y curar las grietas que tenemos y que no son siempre y en todas partes las mismas. Pensemos ¿cuáles son estos montes que debemos allanar y esas grietas que tenemos que curar? Para ello es necesario hacer desierto, hacer silencio.
Aprovechemos este tiempo para que se dé el enriquecimiento de Gracia de Dios hacia cada una y cada uno de los que nos rodean, comenzando por los más cercanos en el hogar, en la familia, en el trabajo. No vayamos a ser obstáculo en el paso de la Gracia para los nuestros. No cerremos el camino de la salvación que Cristo viene a traernos.
El Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio de Dios está sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser cortado. De ti, de mí y de todos depende el que este juicio de Dios, dé paso a una conversión.
¿Cómo podemos prepararnos mejor para la solemnidad de Navidad? Si enderezamos nuestra vida veremos la salvación del Mesías. Esa salvación que a cada paso nos ofrece a manos llenas el Señor.