(II° Dom. Ord. B 2024)
Primer Libro de Samuel (1Sm 3,3b-10.19)
“En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió:
– Aquí estoy.
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
– Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Respondió Elí:
– No te he llamado; vuelve a acostarte.
Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel.
Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:
– Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Respondió Elí:
– No te he llamado; vuelve a acostarte.
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:
Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel:
– Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes:
– ¡Samuel, Samuel!
Él respondió:
– Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.”
Salmo Responsorial (Salmo 39)
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor;
Él se inclinó y escuchó mi grito:
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy
-como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad.”
Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios,
Señor, tú lo sabes.
Primera Carta Pablo a los Corintios (1Cor 6,11c-15a.17-29)
“Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo.
Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros.
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo?
El que se une al Señor es un espíritu con él.
Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en ustedes porque lo han recibido de Dios.
No se poseen en propiedad, porque los han comprado pagando un precio por ustedes.
Por tanto, ¡glorifiquen a Dios con su cuerpo!”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). La gracia y la verdad vinieron por medio de él.”
Aleluya.
Evangelio según san Juan (Jn 1,35-42)
“En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo:
– Éste es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían, les preguntó:
– ¿Qué buscan?
Ellos le contestaron:
– Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
– Vengan y lo verán.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús: encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
– Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
– Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).”
Reflexión
Han culminado las celebraciones navideñas y hemos iniciado, llenos de fe y esperanza, sueños y propósitos, el andar en el nuevo año 2024.
Las escenas de llamada (Ex 3; Is 6; Jr 1) están entre las páginas más vivas de la Biblia. Nos revelan a Dios en su majestad y en su misterio, y al hombre en toda su verdad: en su miedo y generosidad, en sus actitudes de resistencia y aceptación.
A pesar que Jesús, el Señor, nació en Belén hace más de dos mil años, no es un mero recuerdo del pasado. Él sigue vivo y continuamente llama a numerosas personas, hombres y mujeres, de todas las condiciones y lugares del mundo para que le sigan, para que estén con Él y para que vayan por todo el mundo predicando el Evangelio y bautizando a quien lo desee en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Cada hombre, por el hecho mismo de estar en el mundo, está en estado de “vocación”. A través de las vías misteriosas de los acontecimientos humanos más ordinarios y oscuros, Dios lo llama a la existencia para su particular proyecto de Amor. La vocación en efecto, como la existencia, es siempre una llamada personal. Dios no fabrica a los seres humanos en serie; no usa una impresora o fotocopiadora la más sofisticada que podamos imaginar. Él habla personalmente a cada uno.
Descubrir la propia vocación significa descubrir el proyecto de vida que Dios tiene para cada persona, pues la iniciativa es siempre de Dios, como podemos verlo en estos textos: “Habla, que tu siervo escucha” (cfr. Sm 1,3ss). “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 39). Profundizar la iniciativa proveniente de Dios, lleva consigo todo un proceso de interiorización y de descubrimiento progresivo de las exigencias espirituales y morales de la propia vocación (cfr. 1Cor 6,11ss.).
Vemos en el texto del Evangelio de este domingo, a Jesús que viene por la ribera del Jordán: ¡es Cristo que pasa! Debían ser las cuatro de la tarde cuando, viendo que dos jóvenes le seguían, se gira para preguntarles: “¿Qué buscan?” (Jn 1,38). Y los jóvenes sorprendidos por la pregunta, sólo dejan salir de su boca esta pequeña frase: “Rabbí -que quiere decir “Maestro”- ¿dónde vives? (…) ‘Vengan y lo verán’” (Jn 1,39).
El Señor te llama para que le sigas. A todos nos llama de la misma manera como llamó a los apóstoles Juan y Andrés, Simón y demás discípulos, Agustín de Hipona, Domingo de Guzmán, Francisco de Asís, Martín de Porres, Juan Pablo II, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Madre Teresa de Calcuta… multitud de mártires, vírgenes, pastores, confesores…
La “llamada” y el “seguimiento de Cristo” representa una de las realidades fundamentales de la vida cristiana, cuya estructura es claramente dialógica: pregunta y respuesta, de llamadas que pasan a través de las vivencias de la vida y de respuestas que se expresan no sólo en profesiones de fe o en oración, sino en opciones de vida y en continua disponibilidad del corazón.
Esta invitación resuena hoy igual que como fue hace veinte siglos. Para respondernos a todos los posibles interrogantes que esto trae, miremos aquello que hizo el mismo Señor. Él siguió fielmente la voluntad de su Padre, tanto que en el momento de morir en la cruz gritó: “todo se ha cumplido”. Esta voluntad hizo de Él un hombre absolutamente libre. Él ha proclamado al mundo una palabra nueva, creadora, aquella que había escuchado de su Padre. Si Él llama a los discípulos a seguirle es solamente para decirles: “Como el Padre me ha enviado así yo los envío a ustedes”. En el seguimiento a Jesús, unidos a Él, seremos libres de cualquier atadura con las tradiciones o costumbres y con cualquier poder de este mundo. Seguir al Señor, es andar adelante, crear junto con Él, permaneciendo en comunión con todos aquellos que lo siguen y están unidos a Él por este vínculo único y múltiple creado por su llamada.
En este día y todos los días el cristiano, especialmente los jóvenes, tiene que hacerse con plena conciencia la pregunta fundamental de nuestra existencia cristiana: “¿A qué me llama Dios?” “¿qué quiere de mí?” “¿cuál es mi tarea?” Podrá ser la llamada a una determinada profesión puesta al servicio de los otros y de la sociedad, como médico, enfermera, maestro, abogado, profesional, obrero…; o la vocación a la vida familiar, mediante el sacramento del matrimonio; o, para algunos, la llamada al servicio exclusivo de Dios, como nos lo recuerda la liturgia de este domingo, en el caso de Samuel, Juan y Andrés. Pero toda la vida del hombre cristiano, fruto del Amor infinito de Dios Padre, es una “vocación”, que abraza las etapas de la existencia y da sentido a las diversas situaciones, incluso al sufrimiento, a la enfermedad, a la vejez… Siempre y en todas las circunstancias, el cristiano debe saber repetir, con fe y convicción, las palabras del joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,9).
El Señor nos invita para que colaboremos en la extensión del Reino de Dios. A algunos nos llama a colaborar en el ministerio del presbiterado o de la vida religiosa, pero a todos sus hijos nos llama para que colaboremos con Cristo en la salvación del mundo, cada uno según nuestras capacidades y en el estado y lugar en que nos encontremos. Allí cada uno de los cristianos, consagrados o no, tenemos que extender el Reino de Dios, siempre y cuando nuestro corazón esté colmado del mismo Amor del Señor, ese Amor que lo llevó a encarnarse y morir crucificado en la cruz y resucitar y estar sentado a la diestra del Padre celestial (cfr. 1Cor 13,1-13). Tú y yo estamos llamados a ser el Amor en el corazón de la Iglesia, con la seguridad que Él estará con nosotros cada día hasta el fin del mundo (cfr. Mt 28,20).
El Señor llama a hombres y mujeres para que estemos con Él, para que seamos sus amigos, para darnos su Amor y Misericordia, su Vida, su Paz, su Alegría. Pudiéramos decir que en estas breves palabras se encuentra centrado todo lo que Él quiere para cada uno(a) y que san Pablo lo dejó escrito en su carta dirigida a la comunidad de cristianos de Roma: “A los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó” (Rm 8,29-30). Aunque Dios nos ama desde siempre y quiere tener una vida con nosotros, respeta nuestra autonomía y libertad, para que cada uno decida si acepta o no esta maravillosa y exigente invitación. Así pues, tú y yo y toda la humanidad podemos aceptar o rechazar la invitación de nuestro Padre Dios.