(XXIV° Dom. Ord. B 2024)
Libro del profeta Isaías (Is 50,5-10)
“En aquellos días dijo Isaías:
– El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Tengo cerca, a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque.
Miren, mi Señor me ayuda; ¿quién probará que soy culpable?”
Salmo Responsorial (Salmo 114)
R/. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante;
porque inclina su oído hacia mí,
el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
“Señor, salva mi vida.”
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos;
estando yo sin fuerzas me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor,
en el país de la vida.
Carta del apóstol Santiago (St 2,14-18)
“Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de ustedes les dice: “Dios les ampare: abríguense y llénense el estómago”, y no les das lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Alguno dirá:
– Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.”
Aleluya.
Evangelio de san Marcos (Mc 8,27-35)
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
– Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
Pedro le contestó:
– Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
– El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:
– ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
– El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Miren el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.”
Reflexión
La celebración del “día del amor y la amistad”, impuesta por los comerciantes nos presenta un interrogante que a su vez es un gran reto personal y familiar: ¿Que es el amor?
Ante la pregunta que surge sobre el amor y la amistad, y ver cómo los enamorados tratan de manifestar este bello sentimiento obsequiando algún detalle a su amado(a), les invito a que también, tengamos presente que en el mundo entero hay millones de personas, que en su vida ordinaria, se enfrentan a un hecho que vale la pena no dejar pasar: Muchos seres humanos se encuentran abatidos por la angustia, el dolor, la enfermedad, el miedo, el secuestro, el desplazamiento forzado, el hambre, el sufrimiento, la desesperanza, la muerte, todo esto causado por la violencia, la injusticia, el terrorismo, la corrupción, el narcotráfico… En una palabra, por causa del pecado.
Esta dolorosa realidad la grita descarnadamente el protagonista del “Libro de Job”, en la Sagrada Escritura. Canta el sentimiento trágico de la existencia que acompaña al hombre de todos los tiempos. El sufrimiento y el dolor son huéspedes indeseables a los que nadie quiere recibir, pero que nadie puede desalojarlo del todo y para siempre, ni siquiera en esta civilización consumista y hedonista, donde la publicidad nos propone todo lo que puede colmar nuestros gustos, y promete evitarnos todos los disgustos. Sin embargo, la respuesta y solución a estos problemas no la encontramos ahí. Entonces ¿quién puede darnos una respuesta, una solución, una ayuda, un medio para lograr respondernos a esta dolorosa situación?
Les comento. Hoy nos llega una noticia muy importante, que responde a la pregunta por el amor y a la situación trágica y dolorosa del hombre. Esta noticia tan esperada, nos la da el profeta Isaías, el Señor en el evangelio de san Marcos y el apóstol Santiago.
El profeta Isaías (Is 50,5-10) nos habla del Siervo Doliente, que prefigura el sufrimiento del futuro Mesías, de Jesucristo, quien va a llevar sobre sus hombros todo el sufrimiento y la muerte de toda la humanidad y de cada uno de los seres humanos de todos los tiempos y lugares.
La realidad del sufrimiento del hombre que tiene fe, también la encontramos descrita en el Salmo 114. Este es un Salmo que da consuelo y fortaleza y que ojalá se lea y medite en los momentos difíciles por los que tenga que pasar alguna persona. Se puede aconsejar o se puede leer, por ejemplo, cuando se visita a un enfermo o a alguien que está sufriendo por alguna grave situación…
El evangelio de san Marcos (Mc 8,27-35) expresa cómo el Señor nos presenta tres aspectos que vale la pena resaltar:
* La pregunta que hace Jesús sobre su identidad y la respuesta dada por Pedro.
* La explicación que hace el Señor de su mesianismo que Pedro ha manifestado por el impulso del Espíritu Santo (como lo había afirmado el profeta Isaías, solidarizándose con quien sufre, y el escándalo de la cruz); y la reacción de Pedro y la respuesta de Jesús.
* La exigencia del seguimiento de Jesús; la salvación, es su cruz (la cruz como mensaje de esperanza).
El apóstol Santiago concluye esta novedosa noticia, diciéndonos: Quien escucha y recibe esta gran noticia, tiene la salvación. Este don se tiene que manifestar con obras concretas, tangibles, que se puedan tocar, y que los demás puedan ver y sentir.
Entonces, les pregunto: ¡Cómo responde el evangelio a nuestra situación particular que estamos viviendo y al tema del amor?
Jesús mismo nos lo dice: «No hay amor más grande que el que da la vida por su amigo». El dio la vida por cada uno(a) de nosotros(as) y así manifestó el gran Amor que nos tiene. San Juan nos dice que “Dios es Amor” (1Jn 4,16). Esta es la mejor definición de Dios que tenemos.
Mientras escuchamos que Amor es ser cercano, ser solidario del amigo; es reír con el otro, es llorar con el otro, es sentir con el otro; San Pablo nos describe el Amor de esta manera: “El Amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta…” (1Cor 13,4-7). Todo esto Jesucristo nos prodigó en este Amor, que llego al límite de entregar la vida en la cruz por toda la humanidad. Eso es Amor. Ahora, piense cada uno si cuando le dice a la otra persona que le ama, está diciendo todo esto que hemos recordado. O ¿qué es lo que entendemos por amor?
La situación de dolor y de angustia que muchas personas están viviendo actualmente, o aquella que hemos vivido antes o quizá vamos a tener que vivir en algún momento de nuestra vida, ha sido redimida por el Señor, quien ha llevado sobre sus hombros toda nuestra realidad humana de pecado, de dolor, de angustia, de tristeza, de violencia, de injusticia, de muerte… Él ha cargado todas nuestras angustias y dolores y ha vencido todo esto. Él ha vencido al pecado y a la misma muerte. Esto es el misterio de la redención realizado por Cristo, Mesías. Él es la respuesta precisa a la más grave situación que pueda estar viviendo una persona.
Por esto, nuestra respuesta a la pregunta del Señor: “¿quién dicen que soy?” debe incluir la adhesión a la cruz. Tenemos que admitir que la salvación de Cristo pasa por la cruz, que Dios está en el sufrimiento confortando y avalando nuestro sacrificio como hace con el Siervo Doliente que nos presenta el profeta Isaías. Esa fe, en segundo lugar, deberá ser vida, manifestada con obras concretas. Solo su expresión en el amor práctico y real podrá convencernos y convencer a los demás de su existencia.
Jesús que consumó la Redención en el fracaso, la desnudez y la impotencia, muriendo pobre, desnudo y crucificado, nos dice a todos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.” Más aún: nos salvaremos salvando, ayudando a llevar la cruz de los demás, defendiendo a los débiles, liberando a los oprimidos y socorriendo a los indigentes…
Finalmente, tengamos en cuenta que Cristo no ha venido a sufrir y a morir para dispensarnos del sufrimiento y de la muerte, de la fatiga de crecer y de madurar. Él ha vivido y ha muerto solidario con toda la humanidad, aceptando todo para que así podamos vivir, fatigarnos y morir a imitación suya, en comunión con Él, hacer de la propia vida y de la propia muerte un don ininterrumpido de Amor al Padre y a los hermanos. ¡Hermanos! para que llegue a ser nuestra su Riqueza, Dios ha hecho suya nuestra pobreza; para que llegue a ser nuestra su Fuerza, Él ha hecho suya nuestra debilidad; para que llegue a ser nuestra su Vida, Él ha hecho suya nuestra muerte.