(XXIII° Dom. Ord. C 2022)

Libro de la Sabiduría (Sab 9,13-19)

“¿Qué hombre conoce el designio de Dios?, ¿quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo?, ¿quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada; y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.

Salmo Responsorial (Salmo 89)

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tú reduces al hombre a polvo,
diciendo: “Retornen, hijos de Adán.”
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó, una vela nocturna.

Lo siembras año por año,
como hierba que se renueva,
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo;
baje a nosotros la bondad del Señor
y haga próspera las obras de nuestras manos.

Carta de san Pablo a Filemón (Flmon 1,9b10.12-17)

“Querido hermano: Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envió como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo le quiero tanto, cuánto más le has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes.”

Aleluya.

Evangelio de San Lucas (Lc 14,25-33)

“En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

– Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres, podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo ustedes: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

Reflexión

Hoy vivimos en el mundo una vida superficial en el que muchas personas, creyentes o no, desean conseguir las cosas siguiendo este refrán popular, “el máximo rendimiento con el menor esfuerzo” y tomando como norma el “todo vale”, asumiendo así un conformismo y poca exigencia en el cumplimiento de su compromiso cristiano. La defensa atroz de este comportamiento que se extiende como un peligroso virus, va carcomiendo profundamente nuestros principios humanos y cristianos, al ser contrario a los valores del evangelio anunciado por Cristo, haciendo perder la propia identidad y la solidez de la fe para que por cualquier asomo de sacrificio y de renuncia, ser capaces de abandonarlo todo por seguir caminos equivocados.

Cuando esto ocurre, predicar o asumir la exigencia del Evangelio se convierte en una tarea muy difícil de realizar, pues, aunque el Señor promete una “vida feliz” y un “haz esto y vivirás”, no se acepta su Palabra por la exigencia y radicalidad que tiene, donde la vida se pone en juego y hay necesidad de pasar por la cruz, por el sufrimiento, por el esfuerzo total que lleva a la muerte. “Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a seguir al Señor con la cruz hasta el final…, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,25-33). Esto es: amar al que no me ama, hacer el bien al que me hace mal, perdonar al que me ofende, rezar por los que me persiguen, acoger al esclavo como un hermano querido. Este seguimiento exige sacrificio. Seguir a Jesús exige renuncia, dolor, persecución. Dentro de esta realidad se encuentra el consejo del Señor: no hay que apurarse, no vaya a suceder que no podamos hacer más de lo que podemos cumplir; es el ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular todos los materiales y costos; o el ejemplo del rey que planea la batalla.

Este seguimiento en pos de Cristo el Señor lo podemos entender y seguir si somos conscientes que el discípulo no es aquella persona que deja algo, sino aquella persona que se ha encontrado con Alguien, que le ha causado tanto impacto en su interior que le hace pasar a un segundo plano todas las personas y cosas terrenas, por el tesoro hallado en la persona de Jesús. Se trata de renunciar, abandonar aquello que es incompatible con el proyecto de Jesús, incluso aquello en lo que hasta el momento hemos puesto nuestra propia seguridad. Seguir en pos de Jesús, es un proyecto muy serio y exigente que merece la pena asumir con alegría, esperanza y la fortaleza de nuestra fe.

La exclamación del salmo 89: “enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”, nos puede ayudar en nuestro caminar, si la hacemos nuestra y le pedimos a Dios que nos enseñe a optar radicalmente por Cristo Jesús, que nos de la fortaleza y nos enseñe a cargar con la cruz y renunciar a todo lo terreno, todo lo que no es de Dios, para adquirir una parte en su Reino. Pues “cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (cfr. Lc 14,25-33). Para seguir verdaderamente al Señor, se tiene que renunciar y dejar todo lo que se tiene, para evitar cualquier obstáculo que impida este seguimiento y el anuncio del Reino de Dios.

Estas condiciones competen a todos los cristianos y no sólo a un grupo de selectos. Además, se presenta como una propuesta y no como una obligación. Jesús propone y nosotros tenemos que decidir en libertad, con claridad y a sabiendas que el seguir a Jesús no es cuestión de un simple impulso, sino que es un estilo de vida que se vive en el día a día y en todas las opciones que hagamos. Poner la mano en el arado y echar la vista atrás no es correcto para ser seguidor de Jesús. En el seguimiento de Jesús, “la única elección equivocada es la neutralidad; el único compromiso imperdonable es el no comprometerse; y la única posición intolerable es la indiferencia.

El Señor nos dice: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser discípulo mío.” El discípulo debe estar dispuesto a poner todo en segundo lugar para seguir al Señor. Frente al seguimiento de Cristo, los seres queridos pasan a segundo plano, teniendo Cristo la preferencia. Su plan está por encima de cualquier lazo familiar o humano. La renuncia al mundo es un gesto posible solamente por la gracia, es una decisión madura de fe que exige estos valores insustituibles para los cristianos: la autonomía y la decisión.