Cuando uno se halla en un laberinto y no le ve salida a veces conviene hacerse algunas preguntas. Cuando todo parece irremediable y se ha venido el mundo abajo, hay que hacer un esfuerzo por pensar en lo que aún se tiene, por enumerar las cosas que tienen valor para nosotros, por apreciar más las cosas buenas de que aún disponemos, tratando de buscar el lado positivo de cada situación, considerando que todo podría ser mucho peor.

Pregúntese ¿qué puedo aprender de lo sucedido? ¿Por qué sucedió tal cosa? ¿Fue culpa mía? ¿Podría evitarlo la próxima vez?

También es cierto que en ocasiones Dios permite que nos suceda cosas que nos desilusiona o que nos parece negativo y no lo hace para enseñarnos nada en particular ni para aplicarnos una tierna corrección, sino porque en su misericordia nos quiere evitar graves daños y desgracias que podríamos sufrir si todo marchara según nuestra voluntad.

Frecuentemente Dios no responde a nuestras oraciones tal como se lo pedimos porque sabe lo que hay delante y que el cumplimiento de ciertas peticiones nos afectarían negativamente.

La siguiente anécdota ilustra claramente esa eventualidad:

«Una noche tormentosa de 1910 un grupo de músicos viajeros cristianos llegó a la ciudad de Riga a orillas del Mar Báltico para dar un concierto, sin embargo hacía tan mal tiempo y la sala de conciertos quedaba tan lejos de la ciudad, que el director de la Orquesta trató de convencer al gerente de la Sala para que cancelara el acto, aduciendo que nadie se atrevería a salir en una noche tan inclemente.

El gerente se negó a la cancelación, pero convino en que si no se presentaba ningún espectador la orquesta podría marcharse temprano para tomar el barco de la noche rumbo a Helsinski (Finlandia). Cuando los músicos llegaron a la sala del concierto, encontraron que no había sino un oyente, un robusto de avanzada edad que parecía sonreír a todo el mundo. Por causa de aquel viejo melómano los músicos se vieron obligados a tocar todo el concierto, con lo que perdieron el barco que salía temprano.

Una vez concluido el concierto, el anciano permaneció sentado. Pensando que se había dormido, el acomodador le dio un golpecito en el hombro, fue entonces cuando se descubrió que el anciano no estaba vivo. Los músicos habían interpretado un concierto entero para un muerto, pero al hacerlo salvaron sus vidas, porque el barco que habrían tomado hacia Helsinski se hundió aquella noche en la tempestad sin dejar sobrevivientes.

Así pues, aquellos músicos de Dios, los músicos de la orquesta quisieron evitar a toda costa tocar el concierto para poder tomar el barco, el Señor sabía muy bien lo que sucedería y se valió de una circunstancia que, si bien primero les desagradó, al final los salvó a todos de una tragedia. Así, pues, nada ocurre porque sí a los hijos del Señor.
Todo es parte de un plan genial: cada problema, revés, castigo o dolor es un toque del escultor celestial. Cuando alguien se abate, como tormentas, en desgracias y asedios, los amigos se le oponen, le fallan, no están; por fin solitario, triste y perplejo. Miras y él sonríe. Todo es parte de un plan.

Lo que acontece a los suyos, sea lo que sea, toda prueba de la vida de Dios vino. Todo hecho grandioso, toda amarga odisea, no son obra del azar, sino de un plan divino. Jamás olvides que pase lo que pase, Jesús estará siempre a su lado.

El le quiere y hará que lo que parezca más deprimente y desolador, obre de algún modo a su favor. Y cuando parezca que lo ha perdido todo, ha llegado al límite, no olvide que sea lo que sea ya pasará.