Su nombre era Simón, aunque más tarde Jesús lo llamó Pedro. Lo único que sabemos de su vida antes de su conversión es que nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaúm, donde junto con Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, se dedicaba a la pesca. El Maestro a principio de su ministerio, mientras caminaba por la orilla del lago de Galilea lo invitó a seguirlo junto a su hermano Andrés, y con Santiago y Juan diciendo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19). Inmediatamente abandonaron sus redes y lo siguieron. Ellos fueron testigos de grandes hechos: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la agonía en el huerto de los olivos…

Simón Pedro fue uno de los apóstoles más cercanos a Jesús. Era un humilde pescador, escogido por Jesús para que lo siguiera en su misión de la predicación del Reino. Este apóstol fue el amigo frágil y apasionado de Jesús, el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,16). Le fueron concedidas las llaves del Cielo y de la Tierra, siendo designado por Cristo como fundador de su Iglesia.

Él aceptó con humildad su misión hasta el final, hasta su muerte como mártir. Su tumba, ubicada en la Basílica de San Pedro en ciudad del Vaticano, es meta de millones de peregrinos que llegan de todas partes del mundo.

En su camino al lado del Mesías, Pedro se mostró como un hombre sencillo, franco y a veces impulsivo. A menudo hablaba y actuaba en nombre de los apóstoles, no duda en pedir explicaciones y aclaraciones a Jesús acerca de la predicación o las parábolas, lo interroga sobre diferentes temas. Y es el primero en responder cuando el Maestro se dirige a los Doce. “¿También ustedes quieren marcharse?”, les pregunta, tras hablar en la sinagoga de Cafarnaúm suscitando desconcierto incluso entre sus discípulos, muchos de los cuales deciden dejarlo. “Señor -contesta Simón Pedro-, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.”

En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a los suyos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16,16).  Y Jesús afirma: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19).

Este es el encargo que recibe Pedro: gobernar la Iglesia. Los Evangelios revelan que Jesús escoge a un pescador sin instrucción para gobernar su Iglesia. Se trata de un hombre que a veces no ve la voluntad de Dios, es instintivo: Pedro protesta cuando Jesús revela su cercana Pasión; quiere evitar el momento del lavatorio de los pies en la última cena, no acepta ese gesto tan humilde del Maestro; niega tres veces que conoce a Jesús tras su arresto.

No obstante, los apóstoles reconocen la misión que Jesús le confirió, de modo que es Pedro quien está al frente de ellos y toma diversas iniciativas. La mañana de la Pascua, al ser informado por María Magdalena de la desaparición del cuerpo del Maestro, corre a verificar lo sucedido junto a otro discípulo quien, a pesar de que llega primero, espera a Pedro y le cede el paso para que entre en el sepulcro antes que él.

La misión de Pedro

Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se reúnen en el cenáculo, donde a veces se presenta el Maestro. Cada uno regresa a su propia vida cotidiana, y Pedro retoma su barca y sus redes. Y justo después de una noche en que estaba pescando, el Maestro se le aparece de nuevo, le pide que apaciente sus corderos y le predice con qué muerte glorificará a Dios (cfr. Jn 21,3-19).

Después de la ascensión del Señor, Pedro es el punto de referencia de los apóstoles y de los primeros seguidores de Cristo. Comienza a hablar en público, a predicar y a hacer curaciones. El Sanedrín lo arresta y lo libera varias veces. Toma conciencia de la autoridad con la que habla y del entusiasmo de la gente a su alrededor. El número de los primeros cristianos va en aumento cada día.

Pedro comienza a viajar de ciudad en ciudad anunciando la Buena Nueva. Regresa a menudo a Jerusalén, y es allí donde un día Pablo se presenta ante él y ante los otros apóstoles, dándoles testimonio de su conversión. A partir de entonces Pedro y Pablo viajan por caminos distintos, aunque se encuentran en Jerusalén. Pedro se confronta con Pablo muchas veces, acepta sus observaciones y consideraciones, y discuten sobre cómo orientar la Iglesia naciente. Por último, los dos apóstoles llegan a Roma.

Profesión de fe y primado de Pedro

Cristo resucitado es el fundamento de la Iglesia: “porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo” (1Cor 3,10). Sin embargo, el mismo Jesús quiso que su Iglesia tuviese un fundamento visible que serían Pedro y sus sucesores. Jesús presenta la vocación singular de Pedro en la imagen de roca firme. Es el primero que Jesús llama y lo nombra roca sobre la cual construirá su Iglesia. Pedro es el primer Papa ya que recibió la suprema potestad pontificia del mismo Jesucristo. El ministerio Petrino asegura los cimientos que garantizan la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas. La barca del pescador de Galilea es ahora la Iglesia de Cristo. Los peces son ahora los hombres y mujeres.

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista, otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.” Les dice Él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” Replicando Jesús dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (Mt 16,13-20).

Dar las llaves significa entregar la autoridad sobre la Iglesia con el poder de gobernar, de permitir y prohibir.  Pero no se trata de un gobierno como los del mundo sino en función de servicio por amor: “el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos” (Mt 23,11).

San Pedro murió crucificado, pero como él no se consideraba digno de morir en la forma de su Señor, lo crucificaron con la cabeza hacia abajo. El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición. Muy cerca del circo de Nerón, los cristianos enterraron a San Pedro.

Los únicos escritos que poseemos de San Pedro son sus dos Epístolas en el Nuevo Testamento. Pensamos que ambas fueron dirigidas a los convertidos de Asia Menor. La Primera Epístola está llena de admoniciones hacia la caridad, disponibilidad y humildad, y en general de los deberes en la vida de los cristianos. Al concluir, Pedro manda saludos de parte “de la iglesia situada en Babilonia”. Esto prueba que la Epístola fue escrita desde Roma, que en esos tiempos los judíos la llamaban “Babilonia”. La Segunda Epístola trata de las falsas doctrinas, habla de la segunda venida del Señor y concluye con una bella doxología, <<pero creced en la gracia y sabiduría de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. A Él sea la gloria, ahora y por siempre.

Se han encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro como un hombre de poca estatura, energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas tradicionales son un barco, llaves y un gallo.

Si nosotros hubiéramos asesorado a Jesús para elegir a sus discípulos, ¡qué distinto hubiera sido todo! Jesús, no le des la bolsa a Judas, que es ladrón; Jesús, no fundes tu Iglesia sobre Pedro, que anda siempre negando todo… ¿No es verdad que Jesús hizo las cosas muy mal? ¡Pero la Iglesia salió bien! ¿Por qué será?

Dicen que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y con san Pedro apóstol sí que se esmeró: ¿habrá habido algún renglón más torcido que el querido Pedro?

Y, sin embargo, lo elegiste. Y hoy, 265 papas después seguimos preguntándonos: ¿qué te llevó a elegirlo? ¿por qué Pedro y no Andrés que fue tu primer discípulo? ¿Por qué no Bartolomé que era un “israelita sin doblez? ¿por qué él? Claro, no es sencillo, pero tenemos que aprender a ver con tus ojos y no con los nuestros. Porque tu sabiduría es necedad para los que no ven con tus ojos, pero un tesoro infinito para los que sí lo hacen.

Hoy el Papa continúa el ministerio petrino como pastor universal de la Iglesia de Cristo. Al conocer los orígenes, debemos renovar nuestra fidelidad al Papa como sucesor de Pedro.

Fr. Luis Francisco Sastoque, o.p.