Saulo (tal era su nombre hebreo) nació en el seno de una familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de cultura helenística que poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos, en Tarso, capital de Cilicia (actualmente Turquía), gran centro comercial y cultural. Esto hace de Saulo un hombre que hablaba dos idiomas y conocía dos culturas: en casa hablaba el arameo y en las escuelas de la culta Tarso aprendió el griego y se inició en la cultura helénica. Sus dos nombres, Saulo y Pablo, reflejan esta doble faceta de su personalidad.
Después de los estudios habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo fue enviado a Jerusalén para continuarlos en la escuela de los mejores doctores de la Ley, en especial en la del famoso rabino Gamaliel, que le hizo apreciar el ideal fariseo y el fanatismo por la religión judía. Adquirió así una sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y arameo). Fue un hombre implacable y violento. No era creyente de Jesús ni de su pensamiento. Se convirtió en un perseguidor encarnizado de los cristianos, en Palestina.
No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año 30, en el momento de la crucifixión de Jesús de Nazaret; pero habitaba en la ciudad santa seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban, mártir de su fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida por la más rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo fue un acérrimo perseguidor del cristianismo, considerado entonces una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven Saulo de Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se ofreció además a vigilar los vestidos de los asesinos. Éste es el primer dato de Saulo que aparece por primera vez en el Nuevo testamento (cfr. Hch 7,54-60). También nos cuenta cómo Saulo entraba con violencia en las casas de los cristianos de Jerusalén para detener a hombres y mujeres y llevarlos a la cárcel (cfr. Hch 8,1-3)
El encuentro de Saulo con el Señor es narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 9,1-20). Camino de Damasco, a donde se dirigía, con autorización del Sumo Sacerdote, para detener y llevar presos a Jerusalén a los cristianos que encontrara en esta ciudad. Mientras viajaba, “le rodeó un resplandor de luz del cielo” (Hch 9,3). Después de caer en tierra, “oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9,4). Cristo mandó a Saulo, que había quedado ciego tras la visión tenida, que fuera a Damasco y esperara más instrucciones. Allí, después de tres días de ceguera, Saulo recibió la visita del discípulo Ananías, quien le sanó la vista (cfr. Hch 9,17-18). El Señor le comunicó, por medio de este discípulo, que iba a ser el instrumento que Él había elegido para llevar su nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Entonces recibió el bautismo. Así, el encuentro con el Señor cambió su vida, de perseguidor del cristianismo se convirtió en apóstol de Cristo.
Luego de su conversión se retiró durante algún tiempo al desierto (no se sabe exactamente adónde), haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y la soledad, los cimientos de su creencia. Volvió a Damasco y dio testimonio de Jesús siendo un modelo de ardoroso evangelizador para todos los cristianos porque después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio. En esta ciudad hubo una conspiración contra él y para poder salvarlo, sus discípulos tuvieron que sacarlo de noche descolgándole desde lo alto de las murallas de la ciudad metido en una cesta. De inmediato se dirigió a Jerusalén, pero allí todos los discípulos “le tenían miedo, pues, no creían que realmente fuese discípulo” (Hch 9,26). En Jerusalén se entrevistó con Pedro y Santiago. Se cree que también evangelizó en Tarso ya que allí fue a buscarle Bernabé que lo conocía bien y llevarle a Antioquía, el año 43.
A consecuencia de una carestía que atacó duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a Antioquía (Siria), ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de Jesús (allí se les había dado por primera vez el sobrenombre de «cristianos»), para llevar la ayuda fraternal de la comunidad de Antioquía a la de Jerusalén.
Saulo fue llamado a predicar el Evangelio de Cristo a los gentiles y, a partir de ese momento, la Biblia se refiere a él como Pablo, que es su nombre en latín. La conversión de Pablo es un testimonio de que el evangelio de Jesucristo está al alcance de todos los que se arrepienten y sin importar dónde se encuentra o qué haya hecho, no hay punto del que no se pueda volver.
Pablo fue un Apóstol que podía enseñar a “los gentiles de naciones no judías, que podía resistir las críticas de sus propios compatriotas (incluso en el interior de la comunidad de los cristianos), y tenía el conocimiento y la mejor formación para enseñar tanto a los judíos como a los gentiles de todos los niveles sociales en todo el Imperio Romano”, pues, era un ciudadano romano que había sido fariseo y hablaba, como se dijo antes, hebreo, griego y algo de latín. Estaba especialmente calificado para cumplir con esa comisión (cfr. Hch 9,15).
Como Apóstol, Pablo fue testigo de Jesucristo y de su poder redentor. “El mensaje principal de todos sus escritos es la manera en que Jesucristo redimió al mundo y la manera en que los santos pueden disfrutar de las bendiciones de su expiación”.
Viajes del “predicador de los gentiles”
San Pablo emprendió tres grandes viajes evangelizadores a través de Asia Menor, Macedonia y Grecia. En ellos presentó el cristianismo como una nueva religión, no como una forma modificada del judaísmo. Los judíos que aceptaban su mensaje podían seguir viviendo alguna de sus costumbres, pero los gentiles que se convertían al cristianismo, no tenían necesidad de realizar las prácticas judías.
En compañía de San Bernabé, San Pablo inició desde Antioquía el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para adoptar el nombre latino de Paulus. Su nacionalidad romana fue muy oportuna para el desarrollo de la misión que el apóstol llevó a cabo en los ambientes gentiles. En adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con Pablo, el mensaje de Jesús salió del marco judío y palestino, para convertirse en universal.
A lo largo de su predicación, San Pablo iba presentándose sucesivamente en las sinagogas de las diversas comunidades judaicas; pero esta presentación terminaba casi siempre en un fracaso. Bien pocos fueron los hebreos que abrazaron el cristianismo por obra suya. Mucho más eficaz caía su palabra entre los gentiles y entre los indiferentes que nada sabían de la religión monoteísta hebraica. En el primer viaje recorrió, además de Chipre, algunas regiones apartadas del Asia Menor. Creó centros cristianos en Perge (Panfília), en Antioquía de Pysidia, en Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El éxito fue notable; pero también fueron numerosas las dificultades. En Listra escapó de la muerte sólo porque quienes lo iban a lapidar creyeron erróneamente que ya estaba muerto y lo dejaron tirado en el suelo.
Entre el primer y el segundo viaje, San Pablo residió algún tiempo en Antioquía (49-50 d. C.), desde donde marchó a Jerusalén para asistir al llamado «Concilio de los Apóstoles». Las cuestiones que iban a tratarse en el concilio eran de una gravedad difícilmente concebible en nuestros días. Había que dilucidar la licitud de bautizar a los paganos (algunos judeo-cristianos se oponían aún a tal iniciativa), y, sobre todo, establecer o rechazar la obligatoriedad de los preceptos judíos para los conversos que procedían del paganismo. El éxito de su labor evangelizadora permitió a San Pablo imponer la tesis de que los cristianos gentiles debían tener la misma consideración que los judíos; profundo expositor del valor de la Ley mosaica y de su importancia histórica, San Pablo defendió que la redención operada por Cristo marcaba el definitivo ocaso de dicha ley y rechazó la obligatoriedad de numerosas prácticas judaicas.
El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la visita a las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes; luego fue recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas ciudades de la región y marchó después a Macedonia y Acaya. La evangelización se hizo particularmente patente en Filippos, Tesalónica, Berea y Corinto. También Atenas fue visitada por San Pablo, quien pronunció allí el famoso discurso del Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El resultado, desde el punto de vista evangelizador, fue más bien exiguo. Durante su estancia en Corinto, donde estuvo en contacto con el gobernador de la provincia, Gallón (hermano de Séneca), inició al parecer San Pablo su actividad como escritor, enviando la primera y segunda Epístola a los tesalonicenses, en las que ilustra a los fieles acerca de la parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de la carne.
El tercer viaje (53-54-58) se inició con la visita a las comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia y Acaya, donde el Apóstol de los gentiles estuvo tres meses. Pero como centro principal fue escogida la gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años, trabajando con un grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente en las localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero también lleno de fatigas para San Pablo: culminaron éstas con el tumulto de Éfeso, provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo, refiriéndose a un episodio anterior, habló de una lucha con las fieras; es casi seguro que la expresión era metafórica, pero convergieron muchos indicios en favor de la hipótesis de una auténtica prisión.
Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los corintios, en la que se transparentan muy bien las dificultades encontradas por el cristianismo en un ambiente licencioso y frívolo como era el de la ciudad del Istmo. Probablemente se sitúa en la misma ciudad la redacción de la Epístola a los gálatas y la Epístola a los filipenses, en tanto que la segunda Epístola a los corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde Corinto envió el apóstol la importante Epístola a los romanos, en la que trata a fondo la relación entre la fe y las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía preparar su próxima visita a la capital del imperio.
Últimos años de la misión de san Pablo
Habiéndose dirigido san Pablo a Jerusalén para entregar una cuantiosa colecta a aquella pobre iglesia, fue encarcelado por el quiliarca Lisia, quien lo envió al procónsul romano Félix de Cesarea. Allí pasó el apóstol dos años bajo custodia militar. Decidieron embarcarlo, fuertemente custodiado, con destino a Roma, donde los tribunales de Nerón decidirían sobre él. El viaje marítimo fue, por otra parte, fecundo en episodios pintorescos (como el del naufragio y la salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del apóstol se impuso al fin a sus guardianes (invierno de 60-61).
De los años 61 a 63 Pablo vivió en Roma, parte en prisión y parte en una especie de libertad condicional y vigilada, en una casa particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió por lo menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los colosenses y la Epístola a Filemón.
Puesto en libertad, ya que los tribunales imperiales no habían considerado consistente ninguna de las acusaciones hechas contra él, reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no es tan precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los Apóstoles, que se interrumpen con su llegada a Roma. San Pablo pasó por Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también en España. De este período datarían dos cartas de discutida atribución, la primera Epístola a Timoteo y la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola a los hebreos. Se percibe en ellas una intensa actividad organizadora de la Iglesia.
En el año 66, cuando se encontraba probablemente en la Tréade, San Pablo fue nuevamente detenido por denuncia de un falso hermano. Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la segunda Epístola a Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por Cristo y dar junto a Él su vida por la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel, vivió los últimos meses de su existencia iluminado solamente por esta esperanza sobrenatural. Se sintió humanamente abandonado por todos. En circunstancias que han quedado bastante oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como era ciudadano romano, fue decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente en el año 67 d. C., no lejos de la carretera que conduce de Roma a Ostia. Según una tradición aceptada, la abadía de las Tres Fontanas ocupa exactamente el lugar del martirio de san Pablo.
Los esfuerzos de San Pablo para llevar a buen fin su visión de una iglesia mundial fueron decisivos en la rápida difusión del cristianismo y en su posterior consolidación como una religión universal. Ninguno de los seguidores de Jesucristo contribuyó tanto como él a establecer los fundamentos de la doctrina y la práctica cristianas.
Características del pensamiento de San Pablo
Pablo trabajó más que los demás apóstoles y en sus cartas sentó las bases del desarrollo doctrinal y teológico del cristianismo. Pero su labor realmente meritoria, de la que él mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido intérprete e incansable propagador del mensaje de Jesús.
A San Pablo se debe, más que a los otros apóstoles, la oportuna y neta separación entre el cristianismo y el judaísmo. En el curso de sus viajes evangelizadores, San Pablo propagó su concepción teológica del cristianismo, cuyo punto central era la universalidad de la redención y la nueva alianza establecida por Cristo, que superaba y abolía la vieja legislación mosaica. La Iglesia, formada por todos los cristianos, constituye la imagen del cuerpo de Cristo y debe permanecer unida y extender la palabra de Dios por todo el mundo.
El vigor y la riqueza de su palabra están atestiguados por las catorce epístolas que de él se conservan. Dirigidas a comunidades o a particulares, tienen todos los caracteres de los escritos ocasionales. En ningún caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son una poderosa síntesis de la enseñanza evangélica expresada en sus más claras verdades y hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de vista literario, debe reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega al peso de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus argumentaciones, y su temperamento místico se eleva hasta la contemplación y alcanza las cumbres de la lírica en el famoso himno a la caridad de la primera Epístola a los corintios.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (debido a la inclusión de sus Epístolas, se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros que, junto con los Evangelios, componen el Nuevo Testamento).
Proceden de la interpretación de San Pablo ideas tan relevantes para la posteridad como la del pecado original; la de que Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su sufrimiento puede redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo Dios y no solamente un profeta. Según San Pablo, Dios concibió desde la eternidad el designio de salvar a todos los hombres sin distinción de raza. Los hombres descienden de Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la muerte; pero todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados y recibirán, en la resurrección, un cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta vida, la liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga y la certeza de una futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana el rechazo de la sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían aparecido en las predicaciones de Jesucristo.
En llamativo contraste con su juventud de fariseo intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y celoso de las prerrogativas espirituales de su pueblo, San Pablo dedicó toda su vida a «derribar el muro» que separaba a los gentiles de los judíos. En su esfuerzo por hacer universal el mensaje de Jesús, San Pablo lo desligó de la tradición judía, insistiendo en que el cumplimiento de la ley de Moisés (los mandatos bíblicos) no es lo que salva al hombre de sus pecados, sino la fe en Cristo; en consecuencia, polemizó con otros apóstoles hasta liberar a los gentiles de las obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo (incluida la circuncisión).
Fr. Luis Francisco Sastoque, o.p.