(Fiesta de la Sagrada Familia 2025)

Libro del Eclesiástico (Eclo 3,3-7.14-17ª.)

“Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole.

El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros, el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abandones, mientras seas fuerte.

La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.”

Salmo Responsorial (Salmo127)

R/. ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue tus caminos!

¡Dichoso el que teme al Señor,
y sigue tus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
Serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor:
Que el Señor te bendiga desde Sión
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.

Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (Col 3,12-21)

“Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.

Sobrellévense mutuamente y perdónense, cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en su corazón: a ella han sido convocados, en un solo cuerpo.

Y sean agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre ustedes en toda su riqueza; enseñándose unos a otros con toda sabiduría; exhortándose mutuamente.

Canten a Dios, denle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y todo lo que de palabra o de obra realicen, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivan bajo la autoridad de sus maridos, como conviene en el Señor.

Maridos, amen a sus mujeres, y no sean ásperos con ellas.

Hijos, obedezcan a sus padres en todo, que eso le gusta al Señor.

Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que pierdan los ánimos.”

Aleluya

 Aleluya, aleluya.

“Que a paz de Cristo actúe de árbitro en su corazón; que la palabra de Cristo habite entre ustedes en toda su riqueza.”

Aleluya.

Lectura del evangelio según san Lucas (Lc 2,41-52)

“Los pares de Jesús, solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlos entre los parientes y conocidos, al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

– Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.

Él les contestó:

– ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.”

Reflexión

Estamos celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret.

La familia, fundada en el vínculo indisoluble del matrimonio (GS, 48) es la célula vital y primera de la sociedad (AA, 11). En ella recibimos la vida y la persona es valorada por sí misma y no por su utilidad. En el molde de la familia se forja la personalidad individual, a través de ella nos insertamos en una comunidad y en una cultura y es la primera escuela de valores y virtudes sociales «que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma» (PC, 42; GEM, 3). Por esto se puede afirmar que “la familia es la escuela del más rico humanismo» (GS, 52). El bienestar y el correcto progreso de la sociedad depende del bienestar y salud moral de la familia, mientras que el deterioro de la sociedad familiar suscita ordinariamente el deterioro de la vida social y de los valores comunitarios.

A través de la familia nos insertamos en la Iglesia. Ella es el primer templo en el que aprendemos a orar, el lugar privilegiado de formulación y evangelización, la primera escuela de solidaridad y de servicio recíproco y el punto de partida de nuestras experiencias comunitarias (FC,21). Ella es la «iglesia doméstica» y la primera escuela de vida cristiana «en la que se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y, sobre todo, el culto divino por medio de la oración y de la ofrenda de sí mismo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1657, cfr. LG, 10 y 11).

A la familia y en particular a los padres, está encomendado, como honroso derecho y sagrado deber, la misión educadora. Ella es la primera responsable y la protagonista de la educación de los hijos (GEM, 3; FC, 36; DH,5).

Invitamos a todas las familias que viven gozosamente los valores familiares, a reforzar los vínculos de unidad y a vivir las virtudes domésticas (Ef 5,21ss; Col 3,12-13, 1Cor 13,1ss). Anímense para asumir su protagonismo en la vida de la sociedad a defender sus derechos e insértense en los movimientos familiares cristianos (FC, 72).

Se aconseja a los jóvenes a que se preparen adecuadamente para el matrimonio, pues de ello va a depender en gran medida su futura felicidad y la de la familia que pretenden formar (FC, 66). A los matrimonios jóvenes les decimos que sean generosos en la transmisión de la vida y ejerzan su misión de educadores en la fe.

Que todos miremos a la Familia de Nazaret para comprender «el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social» (Pablo VI, Homilía en Nazaret, 5-01-1964).

El ambiente de cada familia debe ser similar al de Nazaret, centrado en la fidelidad de padres y esposos, humildad, sencillez, bondad, generosidad, alegría, paz, fe y esperanza, trabajo humilde y honrado. En un ambiente como el de Nazaret escogido por Dios para su Encarnación y vida de niño, encontramos el ejemplo más importante de cómo se debe formar al niño, al hombre del mañana. María ni José fueron doctores, ni grandes profesionales para el mundo, Dios los escogió por su generosidad, por su fidelidad, por su fe. En una palabra, Dios los escogió por su riqueza espiritual de sencillez y bondad.

En este momento nuestra sociedad está deshaciéndose por falta de virtudes domesticas: comprensión, paciencia, laboriosidad, puntualidad, solidaridad, cariño, respeto… Precisamente es en este campo de las virtudes domésticas, en el que el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, merece ser proyectado sobre nuestras familias.

La primera lectura, del libero del Eclesiástico, es un comentario al cuarto mandamiento de la Ley de Dios, «honrar padre y madre». Todo lo que dice sobre no abandonar a los padres ancianos tiene una aplicación mayor en nuestros días que hace dos o tres mil años atrás, porque en nuestra sociedad los ancianos constituyen una parte cada vez mayor de nuestra población.

La segunda lectura, la carta a los Colosenses, habla tanto de los deberes de los hijos para con los padres, como de los padres para con los hijos, y de los esposos entre sí. Denuncia el pecado del mal humor, que es como un pecado capital, porque es el origen de otros muchos, y especialmente del mayor de todos: donde hay mal humor, flaquea el amor. San Pablo nos da una buena lista de «virtudes domésticas»: comprensión, bondad, humildad, dulzura, paciencia, soportarse, perdonarse; y podríamos completar la lista con aquel famoso capítulo 13 de la primera carta a los Corintios, que tantas veces hemos oído en la celebración de los matrimonios, y que siempre impresiona por su finura psicológica y por el realismo con que proclama las condiciones del verdadero amor. El amor verdadero pasa necesariamente por unas coordenadas de virtudes domésticas y de relaciones interpersonales muy concretas.

Como los casados lo han experimentado en carne propia, en la familia no todo es idilio, paz, serenidad: ella pasa a través del sufrimiento y las dificultades del exilio y de la persecución: a través de las crisis por el trabajo, la separación, la emigración, la lejanía de los padres. En la Sagrada Familia, como en cada familia, hay gozo y sufrimiento desde el nacimiento del Niño Dios hasta la edad adulta. En ella maduran hechos gozosos y tristes para cada uno de sus miembros.

Ahora recordemos a las familias con problemas de cualquier índole, a las familias vacilantes en su unidad y estabilidad, a las separadas por la emigración o el exilio o con dificultades de adaptación en los nuevos ambientes, a las familias que sufren como consecuencia de la enfermedad, la droga, el paro, el terrorismo o la pobreza. Queremos llevar una palabra de aliento a los hombres y mujeres que han perdido a su cónyuge y tienen que luchar con especiales dificultades. Tenemos particularmente presente el dolor de los matrimonios que se sienten fracasados en su esfuerzo por educar cristianamente a sus hijos. Nos sentimos cercanos a las familias que sufren por estas y otras causas; deseamos hacerles llegar una palabra de estímulo para que, apoyados en la fuerza del Señor y en la solidaridad de nuestras comunidades, luchen por superar sus dificultades. Que en cada familia seamos uno… Ante todo, los esposos… No dos que tratan, cada uno por su parte, de imponer sus puntos de vista, sus gustos, su autoridad… No dos, que siempre andan buscando la forma de lastimarse, de humillarse, de echarse en cara sus defectos… No dos, preocupados cada uno, de sí mismo y de sus comodidades… No dos, que se echen uno al otro la culpa de todo y sean incapaces de decirse «lo siento», «perdóname»… Sino uno, en el que cada cónyuge sea la mitad de la vida del otro, la mitad de sus alegrías, la mitad de sus tristezas… Que sean uno, ante todos, los esposos, para que también sean uno nuestras familias… A imagen de aquella sagrada familia de Nazaret que hoy celebramos. A todos los ponemos en las manos misericordiosas de María y José.