(Natividad del Señor 2025)

Libro del profeta Isaías (Is 62,11-12)

“El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra: Digan a la hija de Sión:

Mira a tu salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede.

Los llamarán “Pueblo santo”, “redimidos del Señor”; a ti te llamarán “Buscada”, “Ciudad no abandonada.”

Salmo Responsorial (Salmo 96)

R/. Hoy brilla una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Los cielos pregonan su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, con el Señor,
celebren su santo nombre.

Carta de san Pablo a Tito (Tit 3,4-7)

“Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre. No por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador.

Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.”

Aleluya.

Evangelio de San Lucas (Lc 2,15-20)

“Cuando los ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros:

– Vamos derecho a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor.

Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.”

Reflexión

¡Hermanas y hermanos!

Les anuncio una grande y verdadera alegría: “hoy ha nacido el Salvador que es el Cristo Señor”. Hago mía esta voz angélica, que resonó en la noche feliz del nacimiento de Jesús en Belén, y deseo ardientemente que te llegue a ti y a todos tus seres queridos. Sí, el nacimiento de Cristo se renueva constantemente en el tiempo; y desde el mismo instante en que el acontecimiento, incomparable, madurado desde siglos en el pensamiento de Dios, apareció en la historia, el acontecer humano alcanza en él su designio universal, descubre en él su significado permanente, escruta en el mismo sus destinos finales. En el plano total del género humano, el Nacimiento del Señor marca una fecha perenne; y la Iglesia hace bien al celebrar cada año el recuerdo lejano del singular y maravilloso acontecimiento, la venida del mismo Hijo de Dios entre los hombres.

Navidad es el misterio extraordinario de la Encarnación, la fiesta del Dios con nosotros. Nuestra fe tiene allí su fundamento; nuestra concepción del enigma humano, su única clave de interpretación; y para nosotros, hay allí una legítima estación de nuestro itinerario espiritual, la fórmula satisfactoria y definitiva: en la venida de Cristo al mundo está la salvación; su nombre es Jesús, que quiere decir Salvador, y que como estandarte queda izado para siempre sobre la faz de la tierra. San Pedro afirma: «Fuera de Jesucristo no se ha dado otro nombre a la humanidad, bajo el cielo, en el cual nosotros podamos ser salvados» (Hch 4,12).

¡Felices Pascuas de Navidad! Recibe este saludo cristiano, el más alegre y lleno de esperanza. Es la fiesta de la vida humana, asumida como propia por el Hijo Eterno de Dios.

Con María, la Virgen, Madre de Cristo, saludamos, también, con inmenso respeto a las madres, deseándoles que su humanísima y trascendental misión sea honrada, protegida y celebrada por nuestra sociedad civil y cristiana.

Hoy, en la Navidad, nos acordamos, de modo especialísimo, de todos los pobres, los enfermos, los ancianos, los que están solos, los desocupados, los «marginados», los que son víctima de la violencia y la injusticia. No puede ser feliz nuestra Navidad, si no es piadosa y generosa de interés y de ayuda hacia quien, próximo o lejano, se nos presenta con el rostro de Cristo, es decir, de hombre necesitado de nuestra solidaridad y de nuestro amor.

María, la Madre de Cristo, se hace abogada de nuestra Navidad feliz…

¡Feliz Navidad!

Digamos hoy: «¡Feliz Navidad!» También mañana y pasado mañana. Una vez y muchas veces.

Digamos «¡Feliz Navidad!» a las personas con quienes vivimos y a los compañeros de trabajo. A los amigos y a los que no lo son tanto. A las personas con las que nos cruzamos. A aquellos a quienes hace tiempo no vemos. A nuestros vecinos.

Ahora preguntémonos qué podemos hacer para ser feliz y comunicar la felicidad a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados de nuestra cercanía -enfermos, ancianos, pobres y víctimas de la injusticia y la violencia…-. Para hacer de este un mundo feliz.

Recordemos: La felicidad es ver una sonrisa en los labios de los demás. Pero una sonrisa que no se apague al día siguiente. Es la satisfacción del deber cumplido. Es poder contar con lo necesario para vivir dignamente. Es sentirnos respetados y apreciados.

Tú y yo queremos la paz y la felicidad. La propia y la ajena. Las buscamos ansiosamente y sin descanso. A veces las sentimos cercana y hay momentos en que se escapan. Entonces, ¿dónde encontrar la paz y la felicidad?

La única y verdadera paz y felicidad viene de Dios. Y ese es el deseo navideño que casi maquinalmente intercambiamos. «¡Feliz Navidad!” es desear que se haga Navidad en el corazón de todas las personas, que Dios nazca en ti y en mí, que el amor de Dios irrumpa en nuestras vidas para alcanzar la paz y ser felices. Ese es mi deseo para esta Navidad y para todos los días del 2025. Para que, con la paz y la felicidad de todos, hagamos un mundo feliz.

Y otra vez, reciban mi saludo fraterno que nace de lo hondo del corazón: «¡Feliz Navidad!»