(XXV° Dom. Ord. C 2022)

Libro del profeta Amós (Am. 8,4-7)

“Escuchen esto los que exprimen al pobre, despojan a los miserables, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano? Disminuyen la medida, aumentan el precio, usan balanzas con trampa, compran por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás sus acciones.”

Salmo Responsorial (Salmo 112)

R/. Alaben al Señor, que ensalza al pobre.

Alaben, siervos del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre.

El señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre el cielo;
¿quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.

Carta de san Pablo a Timoteo (Tm. 2,1-8)

“Te ruego, pues, lo primero de todo, que hagan oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mando, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús que se entregó en rescate por todos: éste es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol -digo la verdad, no miento-, maestro de los paganos en fe y verdad. Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Jesucristo, siendo rico, por ustedes se hizo pobre, para que ustedes, con su pobreza, se hagan ricos.”

|         Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc. 16,1-13)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [-Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión porque quedas despedido.”

El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.”

Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite.” Él le dijo: “Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes? Él contestó: “Cien fanegas de trigo.” Le dijo: “Aquí está tu recibo escribe “ochenta”.

El amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

Y yo les digo: Gánense amigos con el dinero injusto, para que, cuando les falte, los reciban en las moradas eternas.]

El que es de fiar en lo poco, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo poco, tampoco en lo importante es honrado.

Si no fuiste de fiar en el vil dinero, ¿quién te confiará lo que vale de veras? Si no fuiste de fiar en lo ajeno, lo tuyo ¿quién te lo dará?

Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero.”

Reflexión

En los momentos de crisis política y económica el “mercado negro” y la explotación, como se dice vulgarmente, “hace su agosto”, “está a la orden del día”, y el que sufre las consecuencias, siempre es el pobre, el amigo del Señor. Esto sucedía igualmente en tiempo del profeta Amós. Pero, Dios es el defensor poderoso de los pobres en todo instante. Amós habla contra aquellos que compran la necesidad de los pobres y los engañan y explotan de muchas formas (cfr. Am 8,4-7).

Cuando se presentan estas situaciones hay necesidad de reforzar la fe, no bajar la guardia e intensificar la oración pública en la que se debe orar por todas las personas, sin distingo alguno (cfr. 1Tim 2,1-8).

En el texto del evangelio de san Lucas que leemos en este domingo XXV° (Lc 16,1-13), lo que interesa no es el hombre rico, el administrador deshonesto con sus deudores, los deudores, ni la deshonestidad con la que el administrador actúa, sino la habilidad en el manejo del dinero, habilidad que debe ser transferida al ámbito de la vida cristiana. ¿Cuándo será que un cristiano maneja justamente aquel dinero que puede servir a la deshonestidad? Cuando la riqueza no la convierte en riqueza de maldad. Cuando sabe socorrer con los propios bienes a los pobres, con vista a la vida eterna, cuando entiende que Dios es el único que amerita de verdad la absoluta atención de hombres y mujeres.

En el texto del evangelio, Jesús nos cuenta el caso del administrador deshonesto y ladrón que una vez descubierto por el dueño que le llama y le dice: «Dame cuenta de tu trabajo ¡estás despedido!», el mal administrador decide dar su último golpe para asegurar su futuro y hacerse amigos con el dinero que le roba a su señor y dueño.

Este administrador deshonesto es alabado por su señor, por la astucia con que se movió y actuó, por asegurar su futuro y por la rapidez de reflejos que tiene. Pero, también, es castigado: pierde la confianza de su señor, sufre la vergüenza del despido y para siempre queda marcado como ladrón.

Ahora, Jesús está aquí con nosotros y nos llama a todos a la responsabilidad y a rendir cuentas de los talentos y dones que nos ha entregado: «¿Qué es lo que dicen de ustedes de su mal comportamiento? Denme cuentas, inmediatamente, de su administración».

Dios es el dueño del cielo y de la tierra y de todo cuanto existe, Él es el único Señor. Todo es suyo. Pero «Dios ha destinado la tierra y todo y el universo lo que contiene para uso de toda la humanidad» y, además nos ha enriquecido con abundancia de riquezas espirituales, cualidades y dones.

Todos los humanos -hombres y mujeres- somos administradores. Los administradores de Dios, de sus cosas, de la vida que nos ha dado, de los bienes recibidos, de la familia, de la profesión, de nuestro estado de vida cristiana… ¿Cómo hemos administrado todo esto? ¿Somos estafadores y ladrones? ¿Somos fieles en las cosas pequeñas? ¿Nos aprovechamos de la bondad del Señor? ¿Somos conscientes de que estamos administrando algo que no es nuestro? ¿Pensamos que todo es nuestro y que no tenemos que dar cuentas a nadie? Pues el Señor te dice ahora: “¡dame cuenta de tu administración!».

Es verdad que tú no tienes una gran empresa que administrar ni siquiera una bodega que abrir todos los días, pero tienes un pequeño sueldo, un cuerpo, unas cualidades intelectuales y espirituales, una familia que cuidar, un alma que salvar, un universo que cuidar. Sin embargo, Dios te pide cuentas. No puedes malgastar los dones que Dios te ha dado. A Dios no le gusta el despilfarro, que es un insulto a los hermanos que carecen de todo.

En la parábola narrada en el evangelio (Lc 16,1-13) ¿qué hizo el administrador ladrón cuando el señor le pidió cuentas de su administración? Rápidamente ideó y puso en práctica una estrategia para salvarse y hacerse amigos.

Pues bien. A nosotros el Señor también nos está pidiendo cuentas de la administración encomendada; nos invita a la responsabilidad y nos urge a la conversión. Entonces, dedícate de inmediato a poner tu libro de la administración de tu vida al día. Determina una estrategia para hacerte amigo del único que te puede salvar.

Sé fiel en las cosas pequeñas: tus riquezas y bienes materiales no son solamente tuyas, son también de tu esposa(o) y de tus hijos(as) y juntos tienen que administrarlo

Tu cuerpo no es solamente tuyo. Es lo más precioso que tienes. Con él amas y sufres, te comunicas y gozas, respiras y cantas, trabajas y descansas. Con él das gloria a Dios. No lo conviertas en una máquina de egoísmo y placer. ¿A quién sirves con tu cuerpo? Cuida ese cuerpo que es una casa pasajera, casa de Dios, cuídalo y ponlo al servicio de Dios y de los hermanos.

Tu familia. No es solamente tuya. Tú eres el maestro y el sacerdote en tu familia. Dios te pedirá cuentas si no la cuidas y la llevas a buen puerto. Dios quiere tener un sitio en tu casa.

«No se puede servir a Dios y al dinero». El dinero es el pequeño negocio de este mundo. Para muchos el dinero es el único negocio, el único Dios. El gran ídolo de nuestra sociedad.

La salvación de Dios, el Amor de Dios es el gran negocio. Todo lo demás es efímero, no da la paz ni la felicidad ni la salvación. Entonces, ¿a quién servirás? Dios te pedirá cuentas en cualquier momento de la administración de todos los bienes materiales y espirituales que has recibido.

Entonces, tengamos presente que las riquezas mal habidas y también las mal administradas, es decir que no siguen la exigencia del Evangelio, son fuente de división y quien se aprovecha de ellas para tener el dominio económico, está cosechando frutos de muerte eterna.

Sin la conversión del corazón, las riquezas en nuestras manos pueden llegar a ser riquezas de iniquidad, ya sea en el acto de poseer o en el acto de dar.

La donación hecha para tapar la conciencia y no por amistad, no es verdadera donación, no es evangélica. Toda decisión que no culmine en el amor es errada desde la raíz. El hacerse amigo significa buscar en el uso de los bienes una realización horizontal, entre hermanos, y no vertical, de alto y bajo.

Las riquezas deben llegar a ser instrumento de comunión, amistad e igualdad entre las personas, en vez de ser vehículo de violencia, injusticia y discriminación.