Píldora De Meditación 407
Al llegar la navidad, el ambiente se impregna de luces, colores, cantos e invitaciones a la reflexión, al recogimiento, al desarme de los espíritus. Se predica el amor y el entendimiento, así nos sigamos matando unos a otros. Vendrán luego las fiestas de año nuevo. Y la ocasión para desear prosperidad, salud y felicidad. Lindas tradiciones, pero no puedo evitar sentir durante estos días una falsa alegría.
Pues, de los 365 días del año, apenas 10 o 15 días los que dedicamos a orar en familia a desearnos unos a otros lo mejor. ¿Qué tienen de diferente estos días de los demás del año cuando pareciera que nos entregamos con especial dedicación a la destrucción y a la barbarie? ¿Por qué no hemos conseguido que ese espíritu navideño vaya más allá de las fiestas y nos evite la tristeza que nos embarga el resto del año?
Todo se reduce a una profunda crisis de valores. Asociamos la Navidad con el comercio, las compras, el trago, los regalos materiales. Y no pasa por nuestra mente –o por lo menos para muchos esa no es la Navidad– regalar: tiempo, afecto, solidaridad y amor a quienes no lo tienen.
Algo esencial se ha dejado de hacer en los últimos años. Y es que se ha abandonado la educación a su suerte y pensamos –error fatal– que eso no le corresponde a los padres de familia.
De ahí que se haya descompuesto tanto y tan rápido el orden social. Muchos colombianos creen en el valor del trabajo, pero sostienen que siempre les ira mejor a los corruptos, narcotraficantes, bandidos y tramposos. Reconocen, entonces, que el ser ventajoso en la vida se ha convertido en un «valor» de los colombianos, cuando es el cáncer que carcome a nuestra sociedad.
¿Por qué Navidad no es todo el año? Es angustioso ver cómo se va acercando lentamente la normalización de la actividad y va terminando ese falso sueño de tranquilidad y regocijo que son estos días de celebraciones. Sabemos, y esto ha sido la costumbre, que una vez llega el año nuevo y comienza a regresar a sus ciudades y a sus trabajos los veraneantes, es como si se diera la partida para esa deprimente y sangrienta carrera en que se nos ha convertido nuestra cotidianidad. Entonces, el país entra en una desquiciada rutina donde no hay día en que no haya una nueva masacre, o los violentos no intimiden a pobres campesinos y los obliguen a abandonar sus tierras y emprender –con hijos, mujeres y ancianos y solo con lo que llevan puesto– el tortuoso calvario de los desplazados.
Volver a creer en los valores perdidos y transmitirlos con pasión a los niños y jóvenes es el único camino para “salir de la olla” en que nos encontramos. Esto, si queremos sobrevivir.
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