(II° Dom. Adviento C 2025)

Libro de Baruc (Ba 5,1-9)

“Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia, Gloria en la piedad”.

Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria como, llevados en carroza real.

Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.”

Salmo Responsorial (Salmo 125)

R/. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar;
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían: “El Señor
ha estado grande con ellos.”
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares.

Al ir, iban llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas.

Carta de san Pablo a los Filipenses (Flp 1,4-6.8-11)

“Hermanos:

Siempre que rezo por ustedes, lo hago con gran alegría.

Porque han sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.

Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre ustedes una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.

Testigo me es Dios de lo entrañablemente que les quiero en Cristo Jesús.

Y ésta es mi oración: que su comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.

Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.”

Aleluya

Aleluya, aleluya

“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 3,1-6)

“En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

“Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.”

Reflexión

Todos los acontecimientos importantes suponen innumerables preparativos. Los Juegos Olímpicos, por ejemplo, requieren grandes instalaciones deportivas, ampliación de carreteras, construcción de viviendas para atletas, instalación de torres de comunicación, y hasta la misma ciudad procura embellecerse para sus visitantes, etc.

En Adviento, los cristianos esperamos al Señor. Aunque está viniendo continuamente, en Navidad lo hará solemnemente, de manera especial. Debemos prepararnos, limpiar la casa, arreglar desperfectos, reparar muebles, repintar las paredes y disponer la cena. Es decir, convertirnos: revisar nuestra vida, arrepentirnos del pecado, confesarnos y hacer nuevos propósitos de vivir como buenos cristianos, como Cristo quisiera vivir en nuestras vidas y en nuestras circunstancias.

Mientras que en el AT el Mesías era esperado sólo en Jerusalén, ahora podemos esperarle en todo el mundo. La Misa es un «Belén» o un “Pesebre” a donde viene Dios para salvarnos, en un pueblo formado por todas las razas de la Tierra, reunida en una sola familia de los hijos de Dios: en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

El Señor viene a nuestro mundo, a nuestra patria, a nuestra familia, a la persona de cada uno de nosotros, con todos los problemas, alegrías y esperanzas que hacen de nuestra situación algo irrepetible, y que también hacen irrepetible la misma venida del Señor.

Juan es el último de los antiguos profetas, que preanunciaban al mesías, y al mismo tiempo es en cierto modo «evangelista», porque da la Buena Noticia a toda la humanidad: “el mesías ha llegado”. Él señala con el dedo, de modo personal y concreto, al mesías de quien tantos profetas habían hablado a través de los siglos.

Cuando Dios, en Juan Bautista, envía nuevamente a un profeta, es como si la historia de salvación se pusiera en marcha. También en nosotros, en este Adviento, debe resonar con toda su novedad y su fuerza la predicación profética de Juan Bautista. Pero si él recibió la Palabra de Dios en el desierto, difícilmente hallará eco en nosotros si no nos ponemos seriamente en presencia de Dios y no hacemos callar todas las voces que podrían impedirnos oír la voz de Dios. El movimiento profético iniciado por Juan no nació en Jerusalén, ni en el templo, sino en el desierto.

La actividad de Juan estaba dirigida a un lugar concreto y tiempo concreto. El objetivo de su predicación es la conversión, el cambio de vida que queda sellado con el Bautismo en el Río Jordán.

Decíamos antes que el movimiento de Juan había comenzado en el desierto. El desierto es el lugar donde Dios condujo a su pueblo para realizar con él la Alianza, para hacer de él su pueblo, es el lugar de las relaciones íntimas entre Dios y su pueblo. El Adviento debe ser otro nuevo éxodo hacia la tierra prometida, más gloriosa aún que la primera; tierra prometida que será ganada con la muerte-resurrección-ascensión de Jesús.

Adviento es la llegada solemne. No es mero recuerdo de algo pasado. El Adviento nos muestra la seguridad de libertad y salvación; es decir, lo que nos anuncia es lo que deseamos. Hoy debemos experimentar el hecho de que Dios se acerca más y más a nuestra oscuridad. Esto nos lleva a un autentico compromiso. Es verdad que la evidencia de la vida apaga la lámpara de la esperanza. Pero recordemos que para esperar es necesario ser verdaderamente pobres.

Debemos tener un crecimiento en el amor, en un amor lleno de «conocimiento y sensibilidad», conocimiento y profundidad de la realidad cristiana. Nuestra actitud de cristianos que vivimos el adviento debe estar adaptada a las características históricas, culturales, sociales y políticas de nuestro país, nuestra familia, nosotros mismos.

Nuestra tarea es «escoger siempre lo mejor» para llegar «al día de Cristo» limpios e irreprochables, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios Padre.

Nuestro compromiso hoy es abajar los montes que están en nuestra vida personal; rellenar los vacíos que tenemos y que no son siempre y en todas partes los mismos. Pensemos ¿cuáles son estos montes que debemos allanar? ¿Cuáles son los míos? ¿Cómo voy a descubrirlos si no hago desierto, si no hago silencio?

Cierto cristiano en cierto país socialista que trataba de vivir su vida cristiana a pesar de las limitaciones a que estaba sometido, admiraba a Juan Bautista y escribió de él así: «El Bautista es el hombre que busca, que pregunta; incluso hacia el fin de su vida, desde la cárcel, envía a los discípulos suyos a preguntar a Jesús si es él el que tenia que venir o hay que esperar a alguien más». Y añadía: «es esta actitud de búsqueda lo que yo tengo en común con los no creyentes que me rodean todos compartimos las angustias de un mundo lleno de interrogantes, todos deseamos una sociedad más justa, una humanidad más feliz, todos estamos en búsqueda, abiertos al futuro, a un futuro que esperamos sea mejor».

En la celebración litúrgica revivimos hechos reales. En ella se da un encuentro real, concreto, de Dios con cada uno de nosotros. En ella Dios está pronto a comunicar su propia gracia.

En esta celebración ¿cuál es nuestra actitud? ¿Sí se dará ese enriquecimiento de gracia de Dios hacia cada uno de nosotros, y de nuestras familias? ¿Nosotros no estaremos obstruyendo el paso de la Gracia para los nuestros? ¿No nos estaremos cerrando a la salvación que Cristo viene a traernos?

Debemos prepararnos para la Navidad. Pero ¿Cómo podríamos prepararnos mejor para esta solemnidad? Podrían preguntar algunos de ustedes.

Prepararse para la Navidad es enderezar:

* ese matrimonio que, quizá, se está muriendo -como una plantica sin agua por falta de delicadezas mutuas, de demostraciones de afecto, de todos esos detalles que gustaban cuando se eran novios.

* las relaciones con los hijos, inclinadas -a veces- más a corregir sus faltas de urbanidad que a convivir con ellos, a interesarnos en sus problemas, a compartir el tiempo con ellos.

* el negocio que se tiene, que tiene muchas cosas que no andan muy derechas que digamos: salarios por abajo del mínimo, utilidades que no se reparten como Dios y las leyes mandan, acaparando productos para subirles el precio, estafando, etc.

* ese asunto en el que se anda «jugando sucio» a la novia, al patrón, al cliente, a los padres, a la esposa o esposo, a los alumnos, a Dios.

Si enderezamos nuestra vida veremos la salvación del Señor. Esa salvación que celebramos en la Eucaristía.