Ha llegado aquel tiempo tan importante y solemne, que es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación.
Ha llegado el tiempo que tan ardientemente desearon los Patriarcas y Profetas en el Antiguo Testamento y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos, el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros los cristianos debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado.
El Padre por su inmenso amor hacia nosotros, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su Reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de la gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
¡Ha llegado el tiempo del Adviento!
“Adviento”, palabra que repetiremos muchas veces a lo largo de estas cuatro semanas que vienen, es el tiempo en que esperamos a Jesús que un día subió a la diestra del Padre y nos prometió que volvería para llevarnos a donde Él vive con el Padre y el Espíritu Santo.
Adviento es tiempo y lugar de espera.
La expresión «Ad-viento«, advenimiento, tiene un acentuado sentido de dirección y de situación en la venida de alguien. En lenguaje cristiano hace referencia a la última venida del Señor, su vuelta gloriosa y definitiva en su Reino. Pero más que un período de preparación, polarizado sobre todo en el acontecimiento natalicio de la Navidad, el Adviento se perfila como el tiempo de la espera, como la celebración solemne de la esperanza cristiana, abierta hacia la venida última y definitiva del Señor al final de los tiempos.
Es verdad que el Adviento del Señor reviste múltiples facetas: se espera su llegada en la historia de la humanidad; se espera la visita del Señor en la profundidad de la historia de cada persona. No obstante, la espera expresada es única; porque la venida del Señor, aparentemente múltiple y fraccionada, también es única.
Nuestra sala de espera, en este final de 2023 y comienzo de 2024, está teñida por un ambiente de corrupción, de violencia, de injusticia, de pobreza y de amenazas de destrucción de nuestros valores humanos y cristianos, de incertidumbre. Y es precisamente aquí en donde se sitúa nuestro compromiso en la espera de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap. 21,1), «en donde reine la Justicia y la Paz» (Salmo 71,7). La espera debe ser estímulo a un compromiso más intenso y a una integración mayor para «hacer más decente la sala de espera». El evangelio nos lo recuerda: «Preparen los caminos del Señor en el desierto» (Mt 6,13).
Hay tres venidas del Señor. En la primera venida Jesucristo fue nuestra Redención; en la última venida Jesucristo se manifestará como nuestra Vida; y en esta venida intermedia, el tiempo en que nos encontramos, Jesucristo es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Todo esto es cierto, pero, ¿por dónde viene Jesucristo en esta venida intermedia?
Para encontrar la respuesta adecuada, les invito a leer despacio esta anécdota de un “experto en huellas”:
“Yo soy un experto en huellas. Estudiando las huellas he detenido a muchos ladrones y asesinos.
Un día me llamó el director del Departamento de Seguridad y me dijo: tengo un nuevo caso para usted. Quiero que descubra el camino por el que va a venir Jesús, Dios. Usted es un experto en huellas, confío en que lo resolverá.
Salí a la calle, recorrí caminos y avenidas, pregunté a los seguidores de ese tal Jesús, examiné muchas huellas y por primera vez en mi vida sentí que el caso se me escapaba de las manos.
Decidí abandonar el caso y, una mañana, muy desilusionado, me dirigí a la oficina del director de seguridad.
En mi camino leí el rótulo de un escaparate que decía: “Los zapatos de Dios”.
Entré y le expliqué al anciano que tenía el negocio, mi gran problema. Éste me escuchó con mucha atención y entró en el interior de la tienda y me sacó unos zapatos desgastados, sin marca alguna y que no eran de mi número. Eran más pequeños.
Tanto me insistió el buen hombre que me los puse y salí a la calle con los zapatos puestos.
Lo que pasó a continuación es un misterio que espero que ustedes también lo experimenten.
La tienda fue destruida para edificar apartamentos de lujo. Yo decidí irme a otra ciudad.
Así que amigos, como el caso está aún sin resolver, les invito a hacerse cargo de él.
Tienen dos pistas fiables. Primera, deben ponerse los zapatos de Dios, calza el mismo número que tus hermanos más pobres y menos queridos. Segunda, las huellas de Dios son las huellas de la humanidad pobre, sufrida y violentada y necesitada.
Si siguen estas huellas descubrirán el camino por el que Dios viene a su vida y experimentarán la alegría de la salvación.”
Dios no anuncia su venida en las vallas publicitarias de las grandes y concurridas avenidas, ni en las propagandas de internet, ni en la web “ventana al infinito” u otra por el estilo.
Ustedes y yo tenemos que hacer de detectives y descubrir sus huellas en nuestro corazón.
Hermoso trabajo para el tiempo de Adviento, es decir, para toda nuestra vida, es ponernos los zapatos de Dios y descubrir sus huellas.