(V° Dom. de Pascua C 2022)
Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 14, 21b-27)
“En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.”
Salmo responsorial (Salmo 144)
R/. Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
Libro del Apocalipsis (Ap 21, 1-5 a)
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
– “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”.
Y el que estaba sentado en el trono dijo:
– “Todo lo hago nuevo”.
Aleluya
Aleluya
“Les doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que se amen unos a otros,
como yo los he amado.
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn 13, 31-33a. 34-35)
“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
– Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo les he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se aman unos a otros.”
Reflexión
Ante la grave situación que atraviesa nuestro país, no logramos comprender esa otra realidad: Se dice que la mayoría de los colombianos somos cristianos. Si esto es verdad, ¿por qué se presenta tanta injusticia, tanta corrupción, tanta violencia, tanto asesinato…? ¿Qué es lo que pasa?
La epístola y el Evangelio de este domingo de pascua nos traen dos noticias supremamente importantes:
* «Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor…» (Ap 21,1-5a).
* «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado. La señal por la que conocerán que son mis discípulos será que se aman unos a otros» (Jn 13, 31-33a.34-35).
El núcleo del mensaje dominical nos habla del Amor, ese don que Dios ha puesto en el interior de cada persona para iluminar nuestra existencia, para hacernos crecer, reconociendo al otro como hermano.
Si cumpliéramos aquello de que «de la abundancia del corazón habla la boca», ¿qué podríamos hablar con más frecuencia los cristianos? ¿Podrían los demás por nuestra conversación descubrir nuestra fe, adivinar nuestros criterios sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo, de acuerdo con el mensaje de Jesús?
La Iglesia debe ser siempre y toda ella evangelizadora y misionera (Hch 14,21b-27). Y éste habría de ser nuestro mensaje principal y permanente, que todo el mundo atiende y que cualquiera entiende. Sobre todo, porque no debe hacerse tan sólo con palabras, sino ante todo con obras empapadas de Amor. Un amor todavía imperfecto, creciente y en camino, pero que es ya un anuncio y anticipo de la nueva ciudad, la nueva sociedad que Dios ha preparado en Cristo: La Ciudad del Amor (Ap 21,1-5a).
Recuerden la costumbre que se tiene en las haciendas ganaderas: con un hierro privado o “cifra” que deja impreso un número o letra se marcan las reses para distinguirlas de otras propiedades. Las empresas y fábricas tienen su marca particular para distinguir sus productos. A los soldados se les da una contraseña para custodiar el sector. La contraseña distintiva de los católicos es Amar.
El mismo Señor, además de decirnos muchas cosas y muchos consejos, nos dejó un distintivo que nos identificara como cristianos, como su testamento, al despedirse: «La señal por la que conocerán que son mis discípulos será que se aman unos a otros», con un matiz que añadió poco antes: «como yo les he amado».
Los textos de la Sagrada Escritura que leemos en este quinto domingo de pascua, nos recuerdan que Cristo no vino a anunciar más que tres cosas esenciales:
– Que Dios nos ama como Padre.
– Que debemos amarnos como hermanos.
– Que Cristo nos ofrece una resurrección a una vida eterna.
Jesús nos muestra y nos entrega una nueva imagen de Dios: un Dios acogedor, un Dios capaz de enjugar nuestras lágrimas; un Dios capaz de compartir con nosotros los valores y ambigüedades de la vida presente; un Dios que es nuestro Padre. ¿Quién no le ha experimentado así? Acaso por nuestro alejamiento por el pecado no le reconocemos verdaderamente como es…
Hoy se nos ha sido proclamado con toda sencillez y con toda exigencia, la norma de conducta básica de nuestra fe, el mandamiento nuevo, el Amor.
Si Jesús, su vida, su muerte, su resurrección, es el signo palpable del don gratuito de Dios. Nos corresponde también a nosotros ser signos de gratuidad. ¿Qué actividades, qué esfuerzos, qué apuros esparcidos a lo largo de la semana podemos presentar a nuestra propia conciencia como signos gratuitos en bien de los demás?
El Dios que se nos ha dado a conocer como Padre no puede ser para nosotros Padre como premio de consolación por una temporada solamente; la que cubre el largo camino de nuestra existencia. Ni nosotros, cuando amamos de veras, queremos hacerlo sólo durante una temporadita. Nuestra decisión de Amar y de Servir contiene escondida, una chispa de eternidad, de siglos y siglos.
Finalmente, tengamos en cuenta que no es por esa medallita que llevamos colgada al cuello, o el escapulario o el rosario, que nos reconocerán como discípulos de Cristo.
– No es porque nos echemos la bendición cada vez que pasamos frente a un templo o antes de una competencia o un viaje, que reconocerán que somos discípulos de Cristo.
– No porque tengamos alguna imagen religiosa o crucifijo en nuestra oficina, en la casa o en el bus que conducimos, reconocerán que somos verdaderos cristianos.
– No porque veamos la misa por televisión o las redes o la escuchemos por radio, o incluso asistamos todos los domingos a la celebración en el templo -por rutina o costumbre-.
– A nosotros nos reconocerán que somos discípulos de Cristo porque nos amamos los unos a los otros… es decir, porque en casa no nos mordemos unos a otros con un “quítame de ahí esa ropa sucia que no es mía» o «cambie ese programa de TV que quiero ver este otro»…
– Nos reconocerán como discípulos de Cristo porque nos aguantamos los unos a los otros, nuestros malos ratos, nuestros defectos, nuestras «impertinencias», nuestras limitaciones y pobrezas…
– Nos reconocerán como discípulos de Cristo porque no nos echamos unos a otros, los trabajos más pesados o menos agradables de la casa.
– Nos reconocerán como discípulos de Cristo porque procuramos ayudarnos unos a otros. Porque no andamos pregonando unos los defectos de los otros y viceversa. Porque sabemos sobrellevarnos mutuamente nuestras debilidades…