(XXI° Dom. Ord. C 2022)
Libro del profeta Isaías (Is 66, 18-21)
“Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: Vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia; a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos sus hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi Monte Santo de Jerusalén –dice el señor–, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-.”
Salmo Responsorial (Mc 16,15; Salmo 116,1-2)
R/. Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio.
Alaben al Señor todas las naciones,
aclámenlo todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Carta a los Hebreos (Hb 12, 5-7. 11-13)
“Hermanos: Han olvidado la exhortación paternal que les dieron: “Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su represión. Porque el Señor, reprende a los que ama y castiga a sus preferidos.” Acepta la corrección, porque Dios les trata como a hijo, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice el Señor, nadie va al Padre sino por mí.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 13, 22-30)
“En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
– Señor, ¿serán pocos los que se salven?
Jesús les dijo:
– Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Les digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, quedarán fuera y llamarán a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos” y él les replicará: “No sé quiénes son ustedes.” Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él les replicará: “No sé quiénes son. Aléjense de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y ustedes se vean echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Miren: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.”
Reflexión
Según el profeta Isaías, la salvación verdadera no se entiende sino en un contexto universal. Esta es una convicción despertada por la fe monoteísta del pueblo de Israel, acentuada por la profecía del exilio. Aquí, la salvación se define con el término “reunir”, que es un movimiento contrario al de la dispersión dada en la torre de Babel (cfr. Gn 11) y al de todas las expatriaciones presentadas a lo largo de la historia. La meta y esperanza de la unidad armónica de todos los pueblos, es sólo concebible bajo el signo del Dios universal (cfr. Is 66,18-21).
El Reino de Dios tiene un protocolo inverso al de las sociedades terrenas. Allí no valen los privilegios dinásticos, ni las viejas tradiciones, sino las actitudes personales, sean quienes fueren los que las adopten (cfr. Lc 13,22-30). En este contexto la Carta a los Hebreos recuerda a los responsables de las comunidades cristianas la necesidad de hacer corrección a los miembros de ellas en función de la recuperación y de la buena salud de éstos. Siempre es condenable cualquier clima de terror producido por los dirigentes de cualquier sociedad (cfr. Hb 12,5-7.11-13).
El pueblo de Israel creía, por su historia y por su pasado, ser un pueblo privilegiado y poder gozar incondicionalmente de una singular y exclusiva invitación de Dios. El profeta, que lee en profundidad los acontecimientos históricos, reconoce que el privilegio no es ni incondicionado ni exclusivo. Mujeres y hombres estamos frente a Dios como una única y sola humanidad. Desde el encuentro con Él no es excluido ningún pueblo, ninguna persona. Todos somos hermanos porque una relación radical nos une al mismo Padre.
El privilegio del pueblo de Israel tenía este significado: proclamar a todos los hombres y mujeres, que no es la unidad de origen la que funda la igualdad entre todos; ni tampoco la pertenencia a una raza o a una clase social determinada la que justifica una riqueza o una libertad. Todos tenemos las mismas posibilidades porque todos tenemos una idéntica meta: encontrarnos con el Padre celestial y contemplar la misma gloria.
Una idéntica invitación de Dios a todas las personas y con las mismas condiciones para responderle, es el principio de una nueva igualdad y de nuevas relaciones en la humanidad. Todos debemos llegar al Reino, entrar en la casa del Padre, sentarnos a la misma mesa. Todos nos movemos en la historia hacia un mismo futuro, hacia una misma tierra prometida. Todos tenemos que comprender que, si hay una sola meta también hay una sola puerta de ingreso.
Así pues, la pertenencia al pueblo de Dios no es un privilegio para unos pocos, para nosotros solos, sino un servicio hacia los demás, hacia toda la humanidad.
El universalismo que se entrevé en los profetas es realizado a plenitud por Jesús de Nazaret. Para sus contemporáneos, que estaban cerrados por creerse que eran los únicos que podían gozar del privilegio del reino, Jesús les presenta la parábola de la «puerta estrecha». Está para nacer un mundo nuevo, en el que los judíos y paganos se encontrarán juntos y se sentarán a la misma mesa, porque la impureza de los paganos, que era vetada por los judíos y que les impedía ponerse juntos a la mesa con ellos, es definitivamente cancelada. La selección para participar en el banquete no consistirá, en adelante, en la separación de Israel de los paganos, sino en el escoger quién ha respondido a la invitación con solicitud y quién ha practicado la justicia, en cualquier tiempo, circunstancia y lugar.
Jesús con su resurrección es el primer invitado, ha entrado y está presto para el Banquete; es el primero que ha conquistado el Reino de nuestro Padre Celestial. Esto confirma que la invitación que hace el Padre Celestial es real, y que verdaderamente nos espera a todos. Cristo con su muerte ha demostrado que la entrada en el Reino no es un privilegio para ninguno. La invitación es para todos. Ahora somos todos verdaderamente iguales.
Como la muerte es la puerta estrecha por la que Cristo ha entrado en el Reino del Padre, solamente quien done su vida como Jesús podrá entrar en la sala y sentarse a la mesa del Banquete.
Ni la tradición ni el parentesco llevarán por sí a la salvación y tampoco las palabras, la cultura o la pertenencia a la Iglesia. Lo que nos llevará a la salvación es sólo el esfuerzo por la construcción de un mundo que sea visiblemente la concreta realidad del Reino de Dios.
El esfuerzo por realizar una comunión hace descubrir el rostro de quien se sienta cerca o delante en la mesa del Reino. La invitación al Banquete tiene para todos, una sola respuesta: donar la vida sobre el ejemplo de Cristo. La invitación que nos hace la catequesis de este XXI° Domingo del Tiempo Ordinario es a seguir en pos de Cristo por la puerta estrecha de la cruz. Pidámosle al Señor su fortaleza, su ayuda, para poderlo seguir y alcanzar la vida eterna.