(XXV° Dom. Ord. B 2024)

Libro de la Sabiduría (Sab 2,17-20)

“(Dijeron los malos):

Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios.

Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida.

Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.”

Salmo Responsorial (Salmo 53)

R/. El Señor sostiene mi vida.

Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras.

Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte
sin tener presente a Dios.

Pero Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario
dando gracias a tu nombre que es bueno.

Carta del apóstol Santiago (St 3,16-4,3)

“Hermanos: Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males.

La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera.

Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia.

¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es acaso de los deseos de placer que combaten en su cuerpo?

Codician lo que no pueden tener; y acaban asesinando.

Ambicionan algo y no pueden alcanzarlo; así que luchan y pelean.

No lo alcanzan, porque no lo piden.

Piden y no reciben, porque piden mal, para derrocharlo en placeres.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Dios nos llamó por medio del Evangelio, para que sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.”

Aleluya.

Evangelio de san Marcos (Mc 9,29-36)

“En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:

– El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm y una vez en casa les preguntó:

– ¿De qué discutían por el camino?

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

– Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

– El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”

Reflexión

En este domingo, el evangelista san Marcos nos ofrece el segundo anuncio de la pasión del Señor, quedando flotando una pregunta: ¿Por qué eligió el Hijo de Dios el camino del sufrimiento para salvarnos?

Para ti, para mí, para todos, es sabido que Dios es omnipotente, todopoderoso, que con sólo desearlo nos hubiera salvado, o, como le dice el Centurión a Jesús: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará” (Mt 8,8). La palabra de Dios tiene tanto poder que no hace falta nada más.

Sin embargo, la pasión y muerte de Jesús es lo que Dios quiere, “porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16). San Juan con la palabra “entregó”, refuerza la afirmación de san Marcos: “va a ser entregado en manos de los hombres” (Mc 9,31). Por esto, nuestro camino es el camino de Cristo, el camino de la cruz, el camino del sufrimiento.

Uno de los motores de la vida social es el prestigio, la gloria, ser el primero en algo. Subir al podio es el sueño de los deportistas; salir en hombros, el de los triunfadores; ser el más votado, el de los políticos; los de mayor audiencia, el de los presentadores de radio y televisión; los más leídos, el de los escritores; los más cotizados, el de los pintores; y hasta los más aplaudidos, el de los nuevos predicadores. Y así todos, quién más, quién menos, cada uno en su ambiente, quisiera ser el primero, el más famoso, reconocido y valorado.

Ante esta realidad, tenemos que saber que la vida cristiana tiene unos principios diametralmente opuestos. Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Mientras que la tendencia del mundo es correr hacia arriba, buscando los primeros puestos, la consigna cristiana es la de correr hacia los últimos, buscando el sitio de los camareros, los criados, los servidores de la gente. Aunque en la Iglesia y en la sociedad sea necesario el ejercicio de la autoridad, ésta debe tener una función de servicio y un carácter de humildad.

«Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males».

Jesús se identificó con el Siervo sufriente de Yahvé. El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir; lavó los pies de sus discípulos; tomó la condición de esclavo, fue vendido por el precio de un esclavo, y murió con la muerte más baja de los esclavos. Pero así entró en su gloria, como cabeza de la Iglesia, del mundo y de la humanidad, del universo. Aunque aparentemente abandonado, Dios le resucitó, justificando su nombre y asumiendo su causa.

Desde entonces, Cristo asume de manera especial el puesto de los pequeños: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». La Iglesia, cada uno de los cristianos tenemos que ser en el mundo ejemplo de una sociedad nueva, donde reinen el amor fraterno, el espíritu de servicio y la solidaridad, y donde los mayores estén, real y cordialmente, al servicio de los más débiles, de los pequeños. Así, la relación vertical con Dios se hace horizontal, al recibir con abrazos y cariño la débil fragilidad de los más pequeños. El ser humano se engrandece cuando sirve a los más desprotegidos y abandonados, a los más frágiles y pequeños. Este es el único y verdadero camino de la paz En este caminar, el apóstol Santiago nos ilumina con sus palabras para lograr determinar dónde tenemos que poner más atención a fin de sembrar y alcanzar la paz: “los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia. ¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es acaso de los deseos de placer que combaten en su cuerpo? Codician lo que no pueden tener; y acaban asesinando. Ambicionan algo y no pueden alcanzarlo; así que luchan y pelean.” Así, pues, el egoísmo, la codicia y sed de riqueza, el dinero fácil y sin trabajar, la ambición y los placeres, son fuente de violencia. Nuestra tarea de cristianos es sacar de nuestra mente y corazón, de nuestro ser, todo esto que no es de Dios, para que sólo Él pueda entrar, crecer y habitar allí y podamos decir como san Pablo: “y no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 3,20). Este es el único camino o salida para alcanzar verdaderamente la paz.