Según la tradición, los cristianos comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo, hacia el año 135 de nuestra era.

El papa san Telésforo (125 – 136) respaldó esta costumbre, aunque la conmemoración, según las diversas regiones, tenía lugar en distintos meses del año.

Pero fue san Francisco de Asís quien impulsó de veras la devoción al Niño Dios, cuando en 1224 celebró una devota y pintoresca Navidad en Greccio, un pueblecito de la Umbría.

Instaló rústicas imágenes de la Sagrada Familia en un pesebre, donde un asnillo y un buey descansaban y ante ellas él mismo cantó el Evangelio de la Natividad.

Ya en nuestro continente, la devoción navideña se incrementó por obra de Fray Fernando de Jesús Larrea, un franciscano nacido en Quito en 1700. Luego de su ordenación sacerdotal en 1725, ejerció como predicador en muchos lugares del Ecuador y de Colombia.

A este misionero debemos la primera novena de Navidad que circuló en nuestras tierras. Escrita, según parece, por petición de doña Clemencia Caicedo, fundadora del convento de la Enseñanza en la capital colombiana.

Dicho texto fue después adaptado por la madre María Ignacia (Bertilda Samper), religiosa de la misma orden de doña Clemencia.

Con el correr del tiempo, la Novena de Aguinaldos ha sido objeto de variados retoques, algunos poco afortunados, para adaptarla a los tiempos y las circunstancias de los fieles.
Aquí hemos reemplazado las consideraciones clásicas por reflexiones más cercanas al texto bíblico, presentadas con un lenguaje asequible aún a los niños.

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