(XII° Dom. Ord. A 2023)
Libro del profeta Jeremías (Jr 20,10-13)
“Dijo Jeremías:
– Oía el cuchicheo de la gente:
“Pavor en torno; delátenlo, vamos a delatarlo”.
Mis amigos acechaban mi traspié:
“A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.”
Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo.
Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa.
Canten al Señor, alaben al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.”
Salmo Responsorial (Salmo 68)
R/. Que se escuche tu gran bondad, Señor.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre,
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión vuélvete hacia mí.
Mírenlo los humildes y alégrense,
busquen al Señor y vivirá su corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.
Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 5,12-15)
“Hermanos: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…
Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había ley.
Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“El Espíritu de la Verdad dará testimonio de mí, dice el Señor, y también ustedes darán testimonio”.
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 10,26-33)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
– No tengan miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que les digo de noche díganlo en pleno día, y lo que les digo al oído pregónenlo desde la azotea.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; teman al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga su Padre. Pues ustedes hasta los cabellos de la cabeza tienen contados. Por eso, no tengan miedo, no hay comparación entre ustedes y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”:
Reflexión
El pueblo de Dios ha experimentado, durante toda su historia, la violenta oposición de los pueblos vecinos. El misterio de la persecución, estando conectado al misterio del sufrimiento en general, es distinto. El sufrimiento constituye un tormentoso problema, porque toca a todos los hombres, varones y mujeres, niños jóvenes adultos ancianos, también justos e inocentes. La persecución golpea a los justos propiamente por ser justos; explican especialmente los profetas a causa de su amor a Dios y a su fidelidad a su palabra. Jeremías ocupa entre los perseguidos un puesto especial: él ha expresado mejor que los otros el estrecho vínculo que existe entre la persecución y la misión profética.
El profeta es un pobre y un siervo del Señor. Su misión es muy difícil, tanto que le llena la existencia de conflicto con Dios y con los hombres. Ante los innumerables “enemigos” y problemas, Jeremías encuentra refugio en Dios, quien se le ha revelado como su defensor.
En la enseñanza de Jesús, la persecución llega a ser objeto de bienaventuranza: «Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan» (Mt 5,11). La persecución es inevitable: «Un siervo no es más que su Señor. Si me han perseguido, los perseguirán también a ustedes». Esforzarse por vivir siguiendo la vía de Dios significa encontrar en el propio camino dificultades siempre nuevas y siempre más grandes.
En un mundo que está dominado por el egoísmo, la soberbia, la corrupción, la mentira y la búsqueda del propio interés, quien predica el amor, la pobreza, la humildad, la verdad y el perdón será inevitablemente perseguido, porque el pecado está profundamente radicado en el corazón del hombre, como lo vemos hoy en muchísimos lugares del mundo. Pero el perseguido no teme. Él tiene fe en el Señor. Los perseguidores pueden matar sólo el cuerpo, pero no tienen poder para matar el alma. Desde el inicio de la Iglesia, el cristiano afronta la persecución con gozo: «los apóstoles andaban al sanedrín felices de ser maltratados por amor del nombre de Jesús» (Hch 5,41; cfr. 2Cor 7,4); y hoy también lo vemos en los miles de mártires que caminan hacia el tormento, hacia la muerte, a rubricar con su sangre la fe en Jesucristo.
La palabra del Señor en este domingo nos ilumina y sostiene diciéndonos: en momentos de crisis, de problemas y de persecución no se puede perder la confianza, porque el Señor está metido en nuestra historia, camina con nosotros. Pero no camina con nosotros para quitarnos los trabajos o los problemas. Nuestra vida no será ”color de rosa”, sin sufrimiento. Lo que tengamos que sufrir, habrá que sufrirse y lo que tengamos que hacer habrá que hacerse porque nuestro Dios no va con nosotros quitándonos la cruz y allanando el camino. A veces, con nuestras reflexiones rutinarias, damos la idea que con el Señor todo lo tenemos ya resuelto y todo será alegría y felicidad. Pero, sabemos por experiencia que esto no es tan cierto y para comprobarlo basta que meditáramos en el sufrimiento afrontado por el profeta Jeremías o los sufrimientos de Jesús en su vida, pasión y muerte en la cruz. Las dificultades, los problemas y hasta las persecuciones nos acompañarán siempre. Con frecuencia nuestra oración será un puro grito de dolor o de auxilio: «¡Que me escuche tu gran bondad, Señor!».
Cuando se escribió el evangelio de san Mateo que se lee en este domingo eran tiempos duros. Eran numerosos los cristianos de aquella comunidad cristiana que vivían asustados, sin atreverse a dar testimonio de Jesús. El miedo les convertía en cristianos ocultos. ¿Estaban al borde del destierro? ¿Se jugaban la vida? Nosotros no sabemos bien cuáles eran, entonces, los riesgos que corrían, pero ellos se veían abocados a ocultar su cristianismo, a disimular y a callar su fe.
Ante esta dolorosa situación, el amor del evangelio como buen catequista de su comunidad les recuerda las palabras de Jesús. «No tengan miedo», repite por tres veces. Un cristiano no puede ser una persona encogida y asustada porque no está en las manos de los poderosos del mundo sino en las manos de Dios que son buenas manos. Jesús tiene un empeño claro; quiere infundirnos confianza en nuestro Padre Dios.
Nosotros sabemos que también pasamos por crisis de confianza. En los momentos difíciles, malos, pensamos: ¿Y si a Dios se le olvida que estoy aquí? ¿Y si me deja tirado(a)? ¿Cuidará de mí el Señor o me dejará sufrir más de lo soportable? ¿Cuándo aparecerá a rescatarme de la prueba? ¿Se enterará de verdad de lo que estoy sufriendo? Jesús responde diciéndonos que nada se escapa a la mirada cariñosa de Dios. No tenemos un Padre distraído y olvidadizo que no se entera de la suerte de sus hijos e hijas. Nuestro Dios no nos olvida, no nos abandona, no nos deja tirados. Somos muy importantes porque somos sus hijos(as). Y como una madre recorre con su mirada solícita el cuerpo de su niño(a) por si descubre alguna deformación o algún bulto o alguna herida, nuestro Dios tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza. Nada escapa a su mirada cariñosa del padre.
Con este mensaje sencillo y hermoso, Jesús quiere infundir en cada uno(a) de nosotros confianza para cuando lleguen los malos momentos. No estamos abandonados a nuestra suerte, sino que estamos en los brazos paternales de Dios, que nos cuida con mucho esmero como el Buen Pastor que es. Es verdad que no sabemos lo que el Señor nos tiene reservado para esta vida, pero lo que sea, viene preparado por el cariño de nuestro Pastor Eterno que nos ama entrañablemente. Y no nos dará una vida apacible, tranquila, plena de felicidad y paz… Seguro que pasaremos por momentos duros y difíciles; por esto nos dice: “toma tu cruz y sígueme”. Pero, saldremos adelante con su ayuda y su cariño.