La Palabra de Dios es viva y eficaz, concede la paz y la salvación
(IV° Domingo Ord. B 2024)
Libro del Deuteronomio (Dt 18,15-20)
“Habló Moisés al pueblo diciendo:
– El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus hermanos. A él le escucharán. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.”
El Señor me respondió: “Tienen razón: suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte.”
Salmo Responsorial (Salmo 94)
R/. Ojalá escuchen hoy su voz; no endurezcan sus corazones.
Vengan, aclamemos al señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos en su presencia dándole gracias,
vitoreándole al son de instrumentos.
Entren, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchen hoy su voz:
“No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.”
Primera carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 7,32-35)
“Hermanos: Quiero que se ahorren preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Les digo todo esto para su bien, no para ponerles una trampa, sino para inducirlos a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en tierra y sombra de muerte, una luz les brilló.”
Aleluya.
Evangelio de san Marcos (Mc 1,21-28)
“Llegó Jesús a Cafarnaúm, y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
– ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús lo increpó:
– Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
– ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.”
Reflexión
La reflexión de este cuarto Domingo Ordinario del año 2024, se dirige en especial a aquellas personas que tienen la obligación, por llamado divino, de ser predicadores de la Palabra de Dios, y también a quienes esta Palabra va dirigida, pues deben aceptarla como venida del mismo Señor.
Desde los tiempos más remotos de la historia de la humanidad ha habido personas que tratan de hacer creer que hablan guiados desde lo alto. Estas personas siguen existiendo, y los conocemos con el nombre de agoreros, adivinos, brujos, hechiceros, médiums, espiritistas, reveladores, echadores de cartas y tantos mentirosos que engañan a la gente con sus aparentes poderes mágicos.
Es verdad que existen personas dotadas de dones naturales extraordinarios, que pueden hasta leer la mente de otros y logran predecir cosas y acontecimientos que van a ocurrir en el futuro. Esto, en sí mismo, no es nada malo, como tampoco nada sobrenatural. Es algo que pertenece a los poderes de la mente humana, de los que se ocupa la “Parapsicología”. Lo malo está en la interpretación que estas “personas dotadas”, y otras que no lo son, pero fingen serlo, dan a esto, afirmando que se trata de comunicación de espíritus de muertos o de algo que viene del más allá. Eso es falso, pues todo queda en el más acá. Los verdaderos parasicólogos afirman que el subconsciente de la mente de los dotados logra leer, en ciertas circunstancias, el subconsciente de otras personas, a las que les informan sobre cosas futuras. Esto es premonición, telepatía, o percepción extrasensorial, pero nada de muertos ni aparecidos.
Estas “personas dotadas”, generalmente, se presentan como profetas -son falsos profetas- que, por el solo afán de ganar dinero, se ponen a predicar afirmando que lo hacen por mandato divino.
El problema ya se lo plantea Moisés, profeta por excelencia, en el libro del Deuteronomio (Dt 18,15-20), donde manifiesta cómo es la relación de Dios y el pueblo de Israel. No es igual al de otras religiones de los pueblos vecinos ni de la época. En esta relación el pueblo no intenta el dominio de Dios por la magia, sino que se orienta hacia él en actitud de adoración. Dios se le deja sentir a través de la palabra y en la misión del profeta. El profeta no posee la palabra, sino que la palabra le posee a él.
En el Antiguo Testamento descubrimos que también surgieron en el pueblo de Israel “profetas de la corte” o “profetas falsos”. Dios dice a su pueblo, por medio del profeta Jeremías: “Aquí estoy yo contra los profetas que profetizan falsos sueños -oráculo del Señor- y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus falsedades y su presunción, cuando yo ni les he enviado ni dado órdenes, y ellos de ningún provecho han sido para este pueblo -oráculo del Señor” (Jr 23,32).
En el recorrido de nuestra vida es posible que en algún momento nos tropecemos con algún “predicador” de aquellos, que puede ser un profeta engañoso y de desastre o un auténtico profeta. En este caso, lo primero que hay que hacer es pedir a Dios la asistencia del Espíritu Santo y proceder a hacer un discernimiento serio para verificar si se trata o no de un hombre de Dios, de un profeta verdadero o de un falso profeta, que pretende arrancarnos la fe con falsas profecías o doctrinas contrarias a lo que la Iglesia ha recibido del propio Jesucristo.
Esto ya nos lo habían advertido los propios apóstoles del Señor. Veamos, por ejemplo, lo que dice san Pedro: “Como hubo falsos profetas en el pueblo, también habrá entre ustedes falsos maestros, los cuales enseñarán doctrinas de perdición, negarán al Señor que los redimió y se buscarán una ruina fulminante” (2Pe 2,1). Y san Juan en su primera Carta, dice: “Queridos míos, no se fíen de todos los que dicen que hablan en nombre de Dios, compruébenlo antes” (1Jn 4,1). El mismo Jesús nos advierte: “Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos” (Mt 24,11). Más adelante repetirá el Señor: “Surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios para engañar, si fuera posible, aun a los mismos elegidos. Miren que se los he dicho!” (Mt 24,24-25).
Al fundar su Iglesia sobre los doce apóstoles, Jesús quiso asegurarnos que en ella encontraríamos siempre la Verdad, sin importar la santidad o la indignidad de sus ministros y miembros.
Los que han querido destruir la Iglesia a través de los siglos, casi siempre se han valido de calumnias y mentiras para apartar a los fieles de la Verdad que Ella predica en nombre del propio Dios, pero no lo han logrado.
Ni siquiera los muchos pastores y fieles que han sucumbido a las tentaciones del Maligno, han llevado a la Iglesia a apartarse de la Verdad en ningún momento de su historia de más de veinte siglos. De allí que un cardenal respondiera al emperador Napoleón que afirmaba que destruiría la Iglesia: “Ni nosotros mismos hemos podido hacerlo”.
Jesús demostró que Él era la Palabra Viva del Padre. Y los judíos que lo escuchaban se daban cuenta, como leemos en el evangelio de san Marcos hoy: “El asombro de la gente al observar que Jesús “enseñaba con autoridad” (cfr. Mc 1,21-28), se refiere claramente al hecho de que Jesús no solamente enseñaba de palabra, sino que al mismo tiempo actuaba en consonancia con la buena noticia de liberación que anunciaba. ¡Eran hechos, no palabras!
También nosotros tenemos que saber descubrir, con la ayuda del Espíritu Santo, dónde están hoy los falsos profetas para desenmascararlos, y evitar que muchos sean engañados y apartados de la Verdad. El verdadero discípulo de Jesús se fía de sus palabras. Él dijo a Simón: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,19).
Quien cree en la Palabra de Jesús sabe que sólo la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia que Él fundó.