Vamos a orar siguiendo a Santo Domingo. Nuestra oración será lenta, pero personal e interior.
Tenemos en nuestras manos los «modos de orar de Santo Domingo». Iremos contemplándolos uno a uno. Son como «cuadros o escenas de la vida de un orante», aunque, en la realidad de la vida de oración, los deberíamos vivir en continuidad, sin interrupción en «cada modo».
Al final del día Domingo oraba después de predicar, enseñar, caminar… Estaba cansado, como quizás lo estamos hoy nosotros por otros motivos. Y oraba en diferentes posturas para mantenerse vigilante.
Orar unas veces es escuchar, otras hablar, otras pedir, otras… «dormir» (es decir que hasta nos podemos quedar dormidos reposando en los brazos de Dios…) porque simplemente es «estar en la presencia de Dios teniéndole como amigo».
Domingo ora ante Cristo crucificado, pero fijémonos que en casi todas las imágenes, María está presente.
Primer modo de orar
Nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser. Se inclinaba ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente.
Se comportaba así en conformidad con este fragmento del libro de Judit: «Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes» (Jdt 9, 16)…También se inspiraba en estas palabras: «Yo no soy digno de que entres en mi casa» (Mt 8, 8); «Señor, ante ti me he humillado siempre»(Sal 146, 6).
Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad.
Jesús es el único Señor de la historia: un crucificado se erige como salvador de todos los hombres y mujeres.
Inclinamos unos instantes nuestras cabezas ante Jesús crucificado porque es el único Señor de nuestras vidas.
Ante Él recordamos a tantos jóvenes envueltos en historias oscuras: drogas, problemas familiares, sin ilusiones y esperanzas de futuro, parados, sin techo…
Ante Él oramos por tantos jóvenes que trabajan como voluntarios sociales, en hospitales, albergues, asilos, campos de trabajo, misiones… por todos los que trabajan en favor de los marginados.
Segundo modo de orar
Oraba con frecuencia Santo Domingo postrado completamente, rostro en tierra. Se dolía en su interior y se decía a sí mismo, y lo hacía a veces en tono tan alto, que en ocasiones le oían recitar aquel versículo del Evangelio: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador» (Lc 18, 13). Con piedad y reverencia, recordaba frecuentemente aquellas palabras de David: «Yo soy el que ha pecado y obrado inicuamente» (Sal 50, 5).
Del salmo que comienza, «Con nuestros oídos ¡oh Dios! hemos oído», recitaba con vigor y devoción el versículo que dice: «Porque mi alma ha sido humillada hasta el polvo, y mi cuerpo pegado a la tierra» (Sal 43, 26). En alguna ocasión, queriendo exhortar a los frailes con cuanta reverencia debían orar, les decía: «Los Reyes Magos entraron…, y cayendo de rodillas, lo adoraron» (Mt 2, 11)…
Nosotros pedimos perdón por nuestros pecados y decimos: ¡Señor, ten piedad!
Hacemos memoria en nuestro interior de los niños y niñas que en el mundo están sometidos a todo tipo de explotación, trabajo o delincuencia.
Recordamos a emigrantes humillados por nuestras maneras de vivir que justificamos hasta con leyes.
Tercer modo de orar
Motivado Santo Domingo por todo cuanto precede, se alzaba del suelo y se disciplinaba diciendo: «Tu disciplina me adiestró para el combate» (Sal 17, 35), «Misericordia, Dios mío,» (Sal 50), o también: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 129). Nadie, por inocente que sea, se debe apartar de este ejemplo.
Sufre y ora por todos los que sufren, prolongando en su cuerpo la Pasión de Jesús.
Nosotros hacemos memoria en nuestro interior por los que sufren, en el cuerpo o en el espíritu, quizás conocidos o familiares nuestros.
Pero recordamos, de manera especial a los enfermos incurables, a los de SIDA, a tantas personas, cuyas imágenes nos llegan por los medios de comunicación, que son víctimas de guerras, violencia y terrorismo
Cuarto modo de orar
Después de esto, Santo Domingo, se volvía hacia el crucifijo, le miraba con suma atención. A veces, tras el rezo de la oración de Completas y hasta la media noche, y decía, como el leproso del Evangelio: «Señor, si quieres, puedes curarme» (Mt. 8, 2); o como Esteban, que clamaba: «No les tengas en cuenta este pecado» (Hc 7, 60).
Tenía una gran confianza en la misericordia de Dios, en favor suyo, en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. En ocasiones no podía contener su voz y los frailes le escuchaban decir: «A ti, Señor, te invoco, no seas sordo a mi voz, no te calles» (Sal 27, 1); así como otras palabras de la Sagrada Escritura.
Domingo ora ante Cristo presentándole la obra de sus manos, unas manos que son también las nuestras ¿qué le podemos presentar de nuestras vidas?
Levantemos nuestras manos ante Él, no buscamos méritos ni alabanzas, pero deseamos tener un corazón lleno de nombres, de rostros concretos a los que amamos y deseamos amar más.
Por eso recordamos a nuestras familias, que nos han transmitido una vida, o que les hemos dado una vida, el amor, la educación… o que nos han posibilitado el estar aquí.
Por eso recordamos a nuestras comunidades, fraternidades, grupos, movimientos, nuestros superiores, líderes…
Por eso recordamos a nuestros amigos, amigas, vecinos, gente que comparte nuestra vida, compañeros de trabajo, alumnos…
Pero no podemos olvidar a los que aún no queremos, a aquellos con los que mantenemos relaciones tensas…
Quinto modo de orar
Algunas veces el Padre Domingo, estando en el convento, permanecía ante el altar; mantenía su cuerpo derecho, sin apoyarse ni ayudarse de cosa alguna. A veces tenía las manos extendidas ante el pecho, a modo de libro abierto; así se mantenía con mucha reverencia y devoción, como si leyera ante el Señor.
En la oración se le veía meditar la Palabra de Dios, y cómo se la recitara dulcemente para sí mismo. Le servía de ejemplo aquel gesto del Señor: «Que entró Jesús según su costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura» (Lc 4, 16).
A veces juntaba las manos a la altura de los ojos, entrelazándolas fuertemente y dando una con otra, como urgiéndose a sí mismo. Elevaba también las manos hasta los hombros, tal como hace el sacerdote cuando celebra la misa, como si quisiera fijar el oído para percibir con más atención algo que se diría desde el altar.
Domingo ora en actitud de ofrenda, ora por toda la creación, ora con toda la naturaleza. Es el universo hecho oración en la mente y corazón de Domingo.
Nosotros también oramos con nuestras manos y oramos por los que se preocupan de la naturaleza, aunque con frecuencia no lo damos importancia. Pedimos que Dios ponga en nuestro corazón sentimientos llenos de esperanza para cuidar la creación, pero sobre todo para cuidar a la humanidad y que la humanidad no destruya la obra que Dios le entregó, recordando ese Cántico del Profeta Daniel: «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor… Hijos de los hombres, bendecid al Señor…bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos» (Dan 3, 57ss)
Sexto modo de orar
A veces se veía también orar al Padre Santo Domingo con las manos y brazos abiertos y muy extendidos, a semejanza de la cruz, permaneciendo derecho en la medida en que le era posible. De este modo oró el Señor mientras pendía en la cruz y «con el gran clamor y lágrimas fue escuchado por su reverencial temor» (Hb 5, 7).
Pero Santo Domingo no utiliza este modo de orar sino cuando, inspirado por Dios, sabía que se iba a obrar algo grande y maravilloso en virtud de la oración, o que Dios le movía con especial fuerza a una gracia singular.
Pronunciaba con ponderación, gravedad y oportunamente las palabras del Salterio que hacen referencia a este modo de orar; decía atentamente: «Señor, Dios de mi salvación, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia;…Todo el día te estoy invocando, Señor, tendiendo las manos hacia ti» (Sal 87, 2-10)
Se identifica con Cristo y abraza a todos los hombres y mujeres con su oración.
Nosotros podemos elevar nuestros brazos y formar una gran cruz de humanidad.
Unidos hacemos memoria de los hombres y mujeres que no son cristianos pero creen en Dios y lo buscan con sincero corazón, oramos por todos los buscadores de Dios.
Oramos por los que desde su fe buscan la paz y lo hacen desde la justicia. Pedimos a Jesús que murió por todos que seamos capaces de superar actitudes racistas o de marginación por cuestiones religiosas o de cultura.
Recordamos a quienes llevan su cruz de cada día, a quienes les cuesta aceptarla, a quienes la rechazan, a quienes se la cargan a otros…
Séptimo modo de orar
Se le hallaba con frecuencia orando, dirigido por completo hacia el cielo. Oraba con las manos elevadas sobre su cabeza, muy levantadas y unidas entre sí, o bien un poco separadas, como para recibir algo del cielo.
Pedía a Dios para la Orden los dones del Espíritu Santo y la práctica de las bienaventuranzas. Pedía mantenerse en la pobreza, en el hambre y sed de justicia, en el ansia de misericordia, hasta ser proclamados bienaventurados; pedía mantenerse devotos y alegres en la guarda de los mandamientos y en el cumplimiento de los consejos evangélicos. A veces decía «Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario» (Sal 27, 2).
Domingo se deja llevar por sus pensamientos, por sus deseos, por sus dudas, por sus proyectos y se los expone a Jesús con sinceridad de corazón.
Nosotros también podemos situarnos ante Jesús sin engaños, abrirle nuestro corazón y decirle lo que nos preocupa, los proyectos, los anhelos… Jesús escucha.
Octavo modo de orar
Nuestro Padre Santo Domingo tenía otro modo de orar, hermoso, devoto y grato para él. Se iba pronto a estar solo en algún lugar, para leer u orar, permaneciendo consigo y con Dios. Se sentaba tranquilamente y, hecha la señal protectora de la cruz, abría ante sí algún libro; leía y se llenaba su mente de dulzura, como si escuchara al Señor que le hablaba, según lo que se dice en el salmo: «Voy a escuchar lo que dice el Señor» (Sal 84, 9). A lo largo de esta lectura hecha en soledad, veneraba el libro, se inclinaba hacia él, y también lo besaba, en especial el Evangelio.
Sería interesante que orásemos como hoy nos enseña Nuestro Padre: con la lectura de la Palabra de Dios, sólo así de nuestros labios saldrán de aquello que abunda el corazón: amor, porque Dios es amor.
Noveno modo de orar
Observaba este modo de orar al trasladarse de una región a otra, especialmente cuando se encontraba en lugares solitarios. Decía a veces a su compañero de camino: Está escrito en el libro de Oseas: «La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2, 14). En ocasiones se apartaba de su compañero y se le adelantaba y oraba.
Y es que siempre «hablaba de Dios o con Dios».
Domingo ora mientras va de un lugar a otro como testigo, como predicador. Oración de súplica, de alabanza, de acción de gracias, de petición, de contemplación.
Es la oración de toda la Familia Dominicana: monjas contemplativas, frailes, religiosas, seglares, movimientos juveniles… todos en camino con Santo Domingo para hacer realidad aquellas palabras del Maestro: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes»
Y es que Santo Domingo para nosotros es aquel de quien proclamamos: «Luz de la Iglesia, Doctor de la Verdad, ejemplo de paciencia, fulgor de castidad, predicador de la gracia, nos regalaste la fuente de la sabiduría, únenos un día a los santos».