Píldora de Meditación 516
Al imponer la ceniza sobre la cabeza de los fieles, se dice: «Recuerda que eres polvo y al polvo volverás» (cfr. Gn 3,19). ¡Todos volveremos al polvo!
También existe otra fórmula litúrgica para la imposición de la ceniza: «¡conviértete y cree en el Evangelio!» (Mc 1,15).
Estas palabras constituyen para nosotros un programa de vida. Son palabras con la que Jesús comenzó su predicación en la región de Galilea.
“Creer en el Evangelio” significa aceptar toda la verdad sobre Jesucristo. El apóstol San Pablo escribe: «Al que no conoció el pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios» (2Cor 5,21). Cristo es nuestra justificación. Es en Él y por medio de Él como se rompe ese dramático nudo que une indisolublemente muerte y pecado.
«El Señor ha hecho recaer sobre sí la perversidad de todos nosotros», como lo afirma el profeta Isaías (Is 53,6) y Cristo cargó sobre Él aquel terrible peso, para que fuéramos en Él justicia de Dios.
Como se anotaba al comienzo, con estos dos imperativos en la imposición de la ceniza, la comunidad cristiana es convocada para acogerse a la acción misericordiosa de Dios y volver a Él. Es un gesto de ingreso en el estado de penitencia, que conlleva la oración, el ayuno y la abstinencia.
Pero si no se cambia el corazón, las oraciones, los ayunos y las abstinencias u otras formas de penitencia no sirven para nada.
Para el cristiano el ayuno no es proeza ascética, ni farisaica ostentación de «justicia», sino un signo de la disponibilidad al Señor y a su Palabra. Abstenerse de comer es declarar que lo absolutamente necesario en la vida es Dios. Según el pensamiento hebreo, el ayuno, era el medio ideal para encontrar a Dios, en una oración de súplica, de total independencia frente a Él… Ayunando la Iglesia manifiesta la propia vigilancia a la espera del retorno del Esposo (Cfr. Mc 2,18-22; Mt 9,14-15; Lc 5,34-35). La verdadera esposa no come antes, sino que espera la llegada de su esposo…
El ayuno se hace por Amor a Dios. Un Amor que se hace plegaria, pero que reclama la solicitud por el prójimo, la solidaridad con los más pobres, un mayor sentido de justicia (cfr. Is 1,17; Zac 7,5-9). Hoy día hay necesidad de renovarnos, para poder celebrar verdaderamente la Pascua.
La verdadera Cuaresma, es una «Cuaresma de fraternidad, de solidaridad». Solo así la participación en la Cena del Señor llega a ser un gesto de pobreza, de arrepentimiento, de esperanza, de anuncio. Quien participa seriamente en la pasión del Señor, sabe que el retorno al Padre ha comenzado, y que en la mortificación de la carne puede florecer el Espíritu de la Resurrección a la vida.
El ayuno es el alma de la oración y la misericordia es la vida del ayuno.
Quien ponga estos signos sabe que el retorno al Padre ha comenzado y que la resurrección y la vida son ya una realidad.
En este camino de conversión que comenzamos con la celebración del Miércoles de Ceniza, nos acompaña María, Madre de la Esperanza: Ella nos sostiene con su ternura materna y nos guía a acoger con espíritu renovado el anuncio gozoso de la Pascua, y así ser vivo testimonio de la Verdad, de la Justicia, del Amor y de la Paz.