Cuarto Domingo De Adviento C
Libro del profeta Miqueas (Miq 5,2-5)
“Esto dice el Señor:
Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel.
Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial.
Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel.
En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios.
Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y ésta será nuestra paz.”
Salmo Responsorial (Salmo 79)
R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete:
Mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste,
no nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Carta a los Hebreos (Hb 10,5-10)
“Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.”
Primero dice: No quieres sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se ofrecen según la ley-.
Después añade: Aquí estoy yo ahora para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 1,39-45)
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
– ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”
Reflexión
La Virgen María es el personaje más grande del Adviento. Ella es el prototipo y modelo de los pobres que esperan al Mesías enviado por Dios y que gritan: «Despierta tu poder y ven a salvarnos».
En el corazón de la Virgen María entraba la alegría de los pobres que durante siglos habían deseado al Enviado de Dios para cambiar su suerte. Pero no sólo estaba en ella la alegría de los pobres. En la Virgen María estaba también el cariño y la esperanza gozosa de una madre, que acoge a toda la humanidad en su regazo.
En este último domingo de Adviento, la Iglesia nos pone como modelo de espera y de gozo a la Virgen María. Sabemos bien que nosotros también tenemos que preparar el corazón para recibir al Señor, al igual a como lo hizo la Virgen María. Tenemos que desocupar mente y corazón de todo lo que no es de Dios, para darle cabida a nuestro Salvador en el interior del ser. Que nada de lo que llevemos en nuestra vida le moleste. Que el Señor también se pueda sentir a gusto con nosotros, y haya para nosotros Navidad.
La Virgen María no atravesó el mar Mediterráneo fundando iglesias como lo hizo san Pablo ni pronunció discursos elocuentes al estilo del protomártir san Esteban, tampoco gobernó la Iglesia como Pedro en Jerusalén. Lo que hizo nuestra Madre del cielo fue pronunciar un simple “Sí” a Dios en el encuentro que tuvo con el arcángel Gabriel en Nazaret. Ella creyó que Dios podía hacer lo que decía y que haría lo que había dicho.
La fe que tenía la Madre de Dios no era simplemente una convicción intelectual de que Dios existe o de que puede hacer esto o lo otro. La fe le llevó a abandonarse absolutamente en Dios y someterse totalmente a su voluntad. Es lo que San Pablo habla de “la obediencia de la fe” (Rm 16:26). La Virgen de Nazaret rindió su plan de vida y cedió ante el plan de Dios. Esto lo hizo muchas veces en el transcurrir de su vida en Nazaret y luego cuando acompañó a su Hijo en Galilea y finalmente en Judea hasta cuando permaneció segura en el horror del Calvario. Su fe la sostuvo al pie de la cruz.
La fe de la Virgen María es un regalo de la Gracia de Dios.
María sabía esto. Es por eso que responde a los elogios de Isabel con el cantico del Magníficat: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”. Ella es como un espejo que refleja los rayos del sol de vuelta al cielo. Ella devuelve todo el honor que recibe a Dios, quien es la fuente de su grandeza.
La devoción mariana es necesaria en la vida cristiana. Pero, ¿Cuál es la verdadera devoción mariana de acuerdo a la Constitución Dogmática Lumen Gentium 67 del Concilio Vaticano II? La imitación de las virtudes de nuestra Madre, particularmente de su fe.
Que este tiempo de Adviento y Navidad se construya siempre desde la apertura al Espíritu que nos permitirá descubrir que todos y todas nos hemos transformado en portadores del Cristo y que esa es una gracia que nos sobresalta. Que el Santo Espíritu nos ayude a tener una nueva relación entre los seres humanos, en quienes hemos de reconocer al Señor de todas las cosas y agradecer su infinita bondad y misericordia.
Permitamos en este tiempo de Adviento y Navidad que el Señor nos mire y podamos aceptar esa mirada en el amor totalmente gratuita e inmerecida para que podamos comenzar a mirar a los demás con el mismo amor transformador.
Nuestro deseo es que en este tiempo de Adviento y Navidad tengamos la virtud de reconocer a Aquel que nos visita inmerecidamente a través de personas necesitadas que están cerca de nosotros en el camino terrenal.