(XVI° Dom. Ord. C 2022)

Libro del Génesis (Gn 18,1-10ª)

“En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

– Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que se laven los pies y descansen junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que recobren las fuerzas antes de seguir, ya que han pasado junto a tu siervo.

Contestaron:

– Bien, haz lo que dices.

Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

– Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.

Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

Después le dijeron:

– ¿Dónde está Sara, tu mujer?

Contestó:

– Aquí, en la tienda.

Añadió uno de ellos:

– Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.”

Salmo Responsorial (Salmo 14)

R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta a usura,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.

Carta de san Pablo a los Colosenses (Col 1,24-28)

“Hermanos: Me alegro de sufrir por ustedes: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia. Dios me ha nombrado ministro de la Iglesia, asignándome la tarea de anunciarle a ustedes su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a su pueblo santo.

Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para ustedes la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana.”

Aleluya

Aleluya, aleluya

“Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la palabra de Dios, y dan fruto perseverando.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 10,38-42)

“En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:

– Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.

Pero el Señor le contestó:

– Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.”

Reflexión

El Libro del Génesis (Gn 18,1-10a) ha guardado una tradición popular sobre el paso de tres caminantes y la hospitalidad de Abrahán que sirvió para proclamar a Dios presente en el nacimiento de Isaac, pues, al ofrecer hospitalidad a esas tres personas, oyó la promesa del nacimiento de un hijo. Para el patriarca Abrahán el hijo equivalía al “pueblo grande” que esperaba, y sus descendientes se reconocerían allí hijos de la promesa. La hospitalidad de Abrahán quedó impresa en los pueblos de esa región y ha perdurado a través de los siglos en el pueblo de Israel y los pueblos del desierto hasta nuestros días.

Esa realidad de la hospitalidad se manifiesta en Marta y María, junto con su hermano Lázaro, quienes tuvieron la suerte de gozar de la amistad de Jesús de Nazaret como nos lo dice el evangelio: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5). ¡Marta es mencionada en primer lugar, antes que Lázaro! Estando de camino, Jesús entró en Betania; y Marta, lo recibió en su casa. María, por su parte, se sentó a los pies del Señor y escuchaba su Palabra. Mientras tanto Marta estaba atareada en muchos quehaceres, pues, para Marta Jesús era un huésped al que había que obsequiarle alojamiento y alimento. Para María Jesús era «el Señor», el Maestro, al que había que obsequiar con la atención a su Palabra y la adhesión total a ella.

Marta al encontrarse sola haciendo todo para atender lo mejor posible al Señor, le solicita su ayuda: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». ¡Qué lejos está Marta de entender! En realidad, lo que a Jesús más le importa es que, estando él presente y pronunciando esas «palabras de vida eterna» que sólo él tiene, Marta esté preocupándose de otras cosas, «atareada en muchos quehaceres». ¿Qué hacía Marta?  «Mucho que hacer».

Lejos de atender el reclamo de Marta, Jesús defiende la actitud de María. Ella había optado por la única cosa necesaria y ésa no le será quitada. Lo único necesario es detenerse a escuchar la palabra de Jesús, y acogerla como Palabra de Dios, pues, es el camino necesario para alcanzar la vida eterna, es decir, el fin para el cual el hombre -varón y mujer- ha sido creado y puesto en este mundo. Él es el objeto del amor de Dios. Si el hombre alcanza todas las demás cosas, pero pierde la vida eterna, realmente pierde todo y quedará eternamente frustrado. A esto es a lo que se refiere Jesús cuando pregunta: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida?» (Mc 8,36). María comprendía esta otra afirmación de Jesús: «Sin mí no puedes hacer nada» (Jn 15,5) y sabía que Él es lo único necesario. Con tal de tenerle a Él, se puede prescindir de todo lo demás. ¡Una sola cosa es necesaria!: habitar en la casa del Señor. Esta es la enseñanza que Jesús da a Marta cuando le dice: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11,25-26).

La palabra de Jesús a Marta, también está dirigida a cada uno de nosotros que nos encontramos inmersos en una sociedad donde lo que vale, lo que se aprecia, lo que se entiende es lo eficiente y lo útil. Es signo de importancia estar siempre “muy ocupado” y dar siempre la impresión de que se dispone de muy poco tiempo porque tiene mucho que hacer. Cuando se saluda a alguien no se le pregunta por la salud o por los suyos; es de buen gusto preguntarle: ¿Mucho trabajo? Como Marta, también nosotros nos preocupamos e inquietamos por muchas cosas que creemos importantes e imprescindibles. A esta situación el Señor responde: “sólo una osa es importante”. Esta palabra encierra un reproche ya que establece un contraste entre las “muchas cosas” que preocupaban a Marta y la “única cosa” necesaria la había desatendido: estar con el Señor.