(3° Dom. Cuaresma C 2025)

Libro del Éxodo (Ex 3,1-8ª.13-15)

“En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián, llevó el rebaño trashumado por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
El ángel de Dios se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo:

  • Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.
    Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
  • Moisés, Moisés.
    Respondió él:
  • Aquí estoy.
    Dijo Dios:
  • No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.
    Y añadió:
  • Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jaco.
    Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
    El Señor le dijo:
  • He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
    Moisés replicó a Dios:
  • Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de sus padres me ha enviado a ustedes. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?
    Dios dijo a Moisés:
  • “Soy el que soy.” Esto dirás a los israelitas: “Yo soy” me envía a ustedes.
    Dios añadió:
  • Esto dirás a los israelitas: El Señor Dios de sus padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a ustedes. Este es mi nombre para siempre: Así me llamarán de generación en generación.”

Salmo Responsorial (Salmo 102)

R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso.
lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.

Primera Carta de Pablo a los Corintios (1Cor 10,1.6.10-12)

“Hermanos:
No quiero que ignoren que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues, sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres.
No protesten como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del exterminador.
Todo esto les sucedió como un ejemplo; y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! No caiga.”

Versículo para antes del Evangelio

“Conviértanse, dice el Señor, porque está cerca el reino de los cielos.”

Evangelio según san Lucas (Lc 13,1-9)

“En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contesto: ¿piensan que esos galileos eran más pecadores que los demás pecadores, porque acabaron así? Les digo que no; y si no se convierten, todos perecerán lo mismo.
Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no. Y si no se convierten, todos perecerán de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:

  • Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
    Dijo entonces al viñador:
  • Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtela. ¿Para qué va a ocupar terreno en valde?
    Pero el viñador contesto:
  • Déjela todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

Reflexión

Hoy la humanidad necesita de un “corazón nuevo” para poder responder adecuadamente a la llamada de Jesús. Nos encontramos en una situación crítica, de la que Dios quiere que salgamos y por eso nos invita y está presto a ayudarnos a superar este grave problema.

¿Cuáles son estos males?
Auschwitz, Hiroshima, Torres Gemelas, terremotos, tsunamis, huracanes, desplazamientos por causa de la violencia y todas las demás consecuencias de guerras (Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, la guerra civil en Somalia y los enfrentamientos mortales entre grupos violentos fuera de la ley por el control del narcotráfico. También atentados, masacres, violencias, esclavitudes, epidemias, sida… ¿Quién tiene la culpa de estos males? ¿Es un castigo de Dios? ¿Existe una manera diferente de mirar las desgracias? ¿Pueden ser una invitación a la conversión del corazón? ¿Cómo interpreta Jesús los hechos de este tipo? Estas son algunas de las muchas preguntas que nos hacemos ante males tan grandes. Jesús estaba informado y atento sobre los hechos del día: reflexiona sobre ellos, los juzga con criterios propios, nuevos, no según la mentalidad corriente, hace de ellos un análisis crítico, los comenta.

Para muchas personas lo importante es el tener, es la riqueza, es el poder… y esto hace que quieran escaparse de los verdaderos problemas de la vida y se engarcen en cosas que no tienen importancia, cayendo cada vez más en el abismo de la esclavitud, del pecado, y son muy fáciles en echarle la culpa a los otros. Pero, si lo pensamos en serio hay algo más importante que todo lo anterior: el Amor, la Paz, la Tranquilidad interior, que nacen de la Justicia.

En tiempo de Jesús también quisieron involucrarlo en una crítica a Pilato por un hecho ciertamente sanguinario y sacrílego. La lección que Jesús saca de aquel hecho, así como de la muerte de 18 personas por la caída de la torre de Siloé, sobrepasa la interpretación común de la mayoría, que, de una manera simplona, los atribuía a un castigo de Dios. Jesús, en cambio, lee en esos hechos una invitación de Dios para un cambio de vida, al fin de no perecer todos de la misma manera (Lc 13,3.5). La provocación era insidiosa: en el caso de Pilato, creer que bastaba con rebelarse y suplantar al procurador romano; en el caso de las víctimas de la torre, pensar en seguida en un castigo por un pecado o en una intervención de agentes externos (incluido Dios). Es la reacción más frecuente y más cómoda: acusar a los demás, buscar un culpable externo, pensar que el mal está en las cosas fuera de nosotros, vincular desgracias y enfermedades con culpas cometidas o con un castigo divino…

Esa mentalidad nos impide llegar a las causas verdaderas de los males que ocurren, sumiéndonos en el fatalismo y en la pasividad; nos hace olvidar que la enfermedad y la muerte son connaturales con nuestra vida humana limitada; y nos induce a la falsa idea de un dios castigador e intervencionista. Jesús nos libera de esa mentalidad y nos ofrece criterios nuevos para afrontar los problemas agobiantes e inevitables acerca de la relación entre Dios y las desgracias, enfermedad, sufrimiento, muerte… Jesús va a la raíz de los problemas. Ante todo, nos invita a rechazar la idea de un Dios que golpea y castiga, que derriba torres y hace sufrir a gente inocente; Dios no tiene nada que ver con el derrumbe de una casa, con un puente o un avión que cae, un temblor o un huracán o los muertos en una guerra. Jesús nos presenta a un Dios que se hace cargo de nosotros, sana, enseña, acoge, perdona, está cerca del que llora y sufre; pero no realiza milagros para dar espectáculo o para suplir a injusticias y estupideces humanas. Es un Dios que nos ha creado libres, capaces y responsables, para resolver numerosos problemas.

Jesús nos amonesta: “Si no se convierten, perecerán todos” (Lc 13,5). Es decir, si malgastamos agua, aire, creación, nos destruiremos todos. Si seguimos olvidando a Dios para dar prioridad al provecho y al dinero, prevalecerá la cultura de la indiferencia, de la violencia, del desecho, y moriremos todos. Si no aprendemos a convivir con respeto y fraternidad entre personas de culturas y religiones diferentes, provocaremos una catástrofe universal. Jesús nos invita a convertirnos, a cambiar el corazón para que las cosas mejoren. Las cosas van a prosperar, si las personas cambian desde dentro; solo a partir de un cambio del corazón mejorarán las estructuras humanas, religiosas, sociopolíticas y económicas. Esta es la noticia buena y nueva: el Evangelio cambia la mentalidad, el corazón, la vida.

El comentario de Jesús sobre esos sucesos no es una evasión, sino una lectura más profunda. El Evangelio no pasa al margen de la historia, no se limita a rozarla, entra dentro de los hechos, llega a la conciencia de las personas: allí Dios construye su Reino de amor y de libertad. El Reino de Dios no es algo paralelo a la historia, la interpela y la interpreta. A su vez, los hechos de nuestra vida nos permiten comprender mejor el alcance del mensaje. Rozamos aquí la relación, siempre misteriosa, entre la Providencia divina y la autonomía de la historia con sus acontecimientos, que no son, de por sí, portadores de castigo o de premio. El cristiano, con un discernimiento iluminado por la fe, sabe leer en ellos un mensaje, una oportunidad de conversión, el sentido de la existencia humana. El cristiano experimenta que el Amor de Dios no nos libera del sufrimiento, pero nos acompaña el sufrimiento y lo llena de su presencia.

Ante hechos dolorosos y atroces, no sirve preguntarse: ¿dónde estaba Dios con su omnipotencia? Nos exponemos a olvidar los amplios espacios de libertad que Dios confía al hombre. Solo el hombre es responsable de las injusticias que comete, de los males que no evita, de las desgracias que no previene. Dios no hace morir a gente inocente; Dios no tiene que ver con el derrumbe de una casa. ¿Dónde estaba Dios? No. ¿Dónde estaba el hombre, ese día? Si el hombre no cambia, si no se convierte en constructor de alianza y de libertad, esta tierra irá a la ruina porque se funda sobre la arena de la violencia y de la injusticia”. Por dos veces Jesús repite: “Si no se convierten, perecerán todos” (Lc 13,3.5). Por eso, Dios tiene con nosotros misericordia y paciencia: nos regala el tiempo como realidad en la cual se realiza la salvación. Es más, nos da un tiempo adicional, “todavía este año”, para dar fruto (Lc 13,7-9). En la parábola del dueño que quiere cortar el árbol, podemos ver nuestra falsa idea de un dios castigador, impaciente. Por el contrario, nuestro Dios ama identificarse con el viñador que cultiva y poda la vid para que dé más fruto (cfr. Jn 15,1-2); Él es el “Dios campesino” enamorado de cada una de sus plantas, que espera con paciencia, dispuesto a dar siempre nuevas oportunidades, nuevos cuidados (podar, cavar alrededor, abonar). Dios no se queda en aquello que hemos hecho ayer, nos ofrece nuevas estaciones para que demos mejores productos.

San Pablo nos advierte que la experiencia del pueblo de Israel nos sirva de ejemplo y para escarmiento nuestro (1Cor 10,6.11): a pesar de que todos fueron testigos y partícipes de incontables obras de Dios en su favor, muchos no agradaron a Dios y se perdieron. El mensaje es claro: no ilusionarse con supuestos méritos, sino vivir humildemente con coherencia. Siempre con la confianza puesta en Dios, amante y liberador de su pueblo. En efecto, en la zarza que ardía sin consumirse (Ex 3,1ss) Dios se ha revelado a Moisés como Dios de la vida, Dios de los antepasados, Dios que ve la opresión de su pueblo, oye sus quejas, conoce sus sufrimientos y se acerca para liberarlo. Él es el que es, Dios presente siempre, en todas partes, con todos. Emmanuel. Presencia creadora y liberadora. El compromiso evangelizador de los grandes misioneros nace siempre, como en Moisés (Ex 3,4-5), de una fuerte experiencia de Dios y de la cercanía al sufrimiento de la gente: este fue el camino de Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Teresa de Calcuta…