(XXVIII° Dom. Ord. C 2022)

Libro de los Reyes (2R 5,14-17)

“En aquellos días, Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo:

– Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.

Contestó Eliseo.

– Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía, lo rehusó.

Naamán dijo:

– Entonces, que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor.”

Salmo Responsorial (Salmo 97)

R/. El Señor revela a las naciones su justicia.

Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.

Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo;
el Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
a favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamen al Señor, tierra entera,
Griten, vitoreen, toquen.

Segunda Carta de san Pablo a Timoteo (2Tim 2,8-13)

“Querido hermano.

Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor.

Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.”

Aleluya

Aleluya. aleluya

“En toda ocasión tengan la Acción de gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ustedes.”

Aleluya.

Evangelio según san Lucas (Lc 17,11-19)

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

– Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

 Al verlos, les dijo:

– Vayan a presentarse a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

– ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Y le dijo:

– Levántate, vete: tu fe te ha salvado.”

Reflexión

El segundo libro de los Reyes nos narra cómo, invadido por la lepra, Naamán el sirio, siguiendo la invitación de su esclava, fue al país enemigo de Samaría para encontrarse con Eliseo. Naamán tuvo que humillarse y en vez de ser sometido a una terapia digna de él, como magistrado del Rey de Siria, debió lavarse siete veces en el Jordán; también vio cómo su paga por la curación fue rechazada. Dios no puede y no quiere ser pagado. El hombre debe reconocerlo como el único Dios y entender que todo lo recibe de Dios (2Re 5,14-17).

San Pablo no sólo exhorta a Timoteo a conservar intacto el depósito de la fe (1Tim 6,20), sino también a transmitirlo a personas rectas y de absoluta confianza y que sepan a su vez transmitirlo a otros. También el apóstol le recuerda a su discípulo que en este ministerio no faltarán los sufrimientos, e invita a Timoteo a vencer en la lucha con la ayuda del Espíritu, como un buen soldado o como un atleta. Esto lo logrará si sabe guardar el depósito de la fe, siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo (2Tim 2,8-13).

Por su parte, san Lucas nos narra la curación que Jesús realizó en la humanidad de diez leprosos. La enseñanza de este hecho evangélico traspasa las actitudes de los leprosos. Ellos observaban la ley que decía: «el leproso andará harapiento, despeinado, la cara medio tapada y gritando: ¡impuro! ¡impuro! Mientras le dure la lepra, será impuro y, siendo impuro, vivirá aislado, fuera del campamento» (Lev 13,45-46). Los leprosos obedecieron a la palabra de Jesús porque era complemento de la ley, pero por el camino son curados porque observando la ley, la merecen. Uno sólo de los diez leprosos sanados, reconoció que todo es siempre y exclusivamente don de la bondad de Dios que se revelaba en Jesús: retornó al Señor y recibió la palabra de salvación (cfr. Lc 17,11-19).

El anuncio del Reino de Dios es anuncio de salvación hecho no solamente con la palabra, sino también con acciones.

«Los milagros sugieren el triunfo del Espíritu sobre Satanás, y es por esto que Jesús, asistido por el Espíritu Santo, entró en lucha con Satanás en el desierto. Jesús inauguró el Reino mesiánico destruyendo la empresa de su adversario.

Así, los milagros se inscriben en la perspectiva de la inauguración del Reino mesiánico. Por su contenido, el milagro es una anticipación del Reino escatológico. Este no será definitivamente revelado sino cuando el último enemigo, la muerte, sea vencida. Los milagros profetizan la vivificación definitiva: la Vida Eterna.

Por medio del milagro, la potencia vivificante de Dios hizo erupción en el tiempo. Ella se metió en un mundo que declinaba hacia la muerte. El milagro es una rotura en la orientación normal de las cosas, y esta rotura nos toca como el signo de una trascendencia. Los milagros, en el tiempo intermedio, son los adelantos de la realidad futura. Ellos subrayan concretamente la eficacia invisible de la palabra de salvación y manifiestan la esencial gratuidad. Los milagros dicen en forma evidente que la salvación no es una conquista humana, sino un don de Dios. Los milagros suscitaron la fe por la persona de Jesús e hicieron que se manifestara la acción de gracias.

El mensaje de las lecturas de la Sagrada Escritura de este domingo no es una simple enseñanza sobre el deber moral del reconocimiento humano -como lo recordamos al inicio de esta reflexión- Naamán pasó de la curación a la fe; él no reconoció a otro Dios más que al Dios de Israel.

El leproso del evangelio (un samaritano) regresó «alabando a Dios a grandes voces». El milagro le abrió los ojos sobre el significado de la misión y de la persona de Jesús. Él samaritano dio gracias a Dios no tanto porque su deseo de sanarse haya sido satisfecho, sino porque entendió que Dios estaba presente y activo en Jesús. Él reconoció que Cristo era el Salvador en el que Dios estaba presente y obró no sólo la salud del cuerpo sino la salvación total del hombre. Y esta es fe. En Jesús él vio manifestarse la gloria de Dios.

Por esto Jesús concluyó el relato con: «Levántate y anda: tu fe te ha salvado». Salvado no ya de la lepra, sino salvado en el sentido cristiano del término. La curación de la lepra es sólo signo de otra salvación.

La acción de gracias del leproso sanado nació primero que todo de la fe y no de la utilidad: esta contemplación gloriosa es gratuita del amor salvador de Dios antes que dada por la salud adquirida. Sólo en un segundo momento incluyó el reconocimiento, pero no el simple agradecimiento cortés por la sanación recibida.

Hoy, el evangelio no quiere darnos una lección de galantería, sino que quiere decirnos que la acción de gracias es la actitud fundamental del hombre que en la fe ha descubierto que su salvación proviene sólo de la acción generosa de Dios en Cristo.

Así pues, si la gratitud humana y la acción de gracias a Dios, entre las que hay continuidad, no se identifican cuando todas las relaciones personales están basadas sobre lo útil y el placer, es bien difícil abrirse a la contemplación del Amor gratuito de Dios.