(II° Dom. Cuaresma A 2023)

Libro del Génesis (Gn 12,1-4ª)

“En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán:

– Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.

Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.”

Salmo Responsorial (Salmo 32)

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

La palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

Segunda Carta de san Pablo a Timoteo (2Tim 1,8b-10)

“Querido hermano:

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méritos, sino porque antes de la creación, desde el tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.”

Versículo para antes del Evangelio

“En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.”

Evangelio de san Mateo (Mt 17,1-9)

“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

– Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:

– Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y tocándolos les dijo:

– Levántense, no teman.

Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

– No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

Reflexión

Jesús gustaba de retirarse a la montaña a orar (Mt 14,20), y en la soledad del desierto (Lc 15,4) buscaba un refugio contra la publicidad ruidosa que le perseguía (cfr. Jn 6,15). En los momentos más importantes siempre se dirigía al monte (al monte Tabor, monte de los Olivos, los montes cercanos al lago Tiberiades, etc.), donde tiene ocasión la aparición de unas revelaciones o manifestaciones, que son un gran impulso para lo que viene, v.gr.:

•        En el nacimiento en Belén, los ángeles cantan en el cielo: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

•        En el bautismo en el Jordán se escucha en lo alto: «Este es mi hijo predilecto, escúchenle», y de inmediato Jesús se dirige al desierto y luego a predicar la llegada del Reino. Algunos que lo escuchan se sorprenden de lo que ven y exclaman: «¿acaso este no es el hijo del carpintero? y no le creen».

•        En Filippos, el encargado de hacer la revelación es Pedro que le dice: «Tú eres Cristo el Hijo de Dios»; seguidamente Jesús comienza a comentarles lo que significa “Cristo”, “Mesías” -muerte y resurrección- e inicia su camino, como lo dispone san Mateo en su evangelio, hacia Jerusalén para cumplir la misión del Padre.

•        En el evangelio de san Mateo, la vida de Jesús está enmarcada por dos escenas que se dan en la montaña: las tentaciones (Mt 4,8) y la transfiguración (Mt 15,29). Su predicación la inicia en el monte con las bienaventuranzas y la termina en la cruz del Calvario.

•        En el evangelio de san Lucas: la «subida a Jerusalén», es el camino de la gloria a través de la cruz.

La transfiguración está situada en un momento decisivo de la vida de Jesús, reconocido por sus discípulos como Mesías; Jesús les revela cómo va a realizarse su obra: su glorificación será una resurrección, lo cual implica el paso por el sufrimiento y por la muerte.

En el monte Tabor Jesús aparece transfigurado por la gloria de Dios. Esta gloria no es la del último día, es la gloria misma de Cristo. Jesús aparece hablando con dos personajes del Antiguo Testamento: Moisés, el legislador; y Elías, el profeta. También están observando la escena los discípulos más cercanos y que luego serán testigos de su agonía en Getsemaní: Pedro, Santiago y Juan. En este acontecimiento se escucha en lo alto una voz que proclama: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo». La escena evoca las teofanías de que Moisés y Elías fueron testigos en la montaña de Dios.

Una Ley nueva va a ocupar a partir de ese momento el lugar de la ley dada en otro tiempo. El “escúchenlo» se refiere a esa Ley, es escuchar al Hijo de Dios hecho carne, en quien el creyente ve la gloria de Dios.

La transfiguración manifiesta a Jesús y su palabra como la Ley nueva, y está destinada a sostener a los discípulos en su participación en el misterio de la cruz que se acerca.

Estos impulsos, que forman señales importantes en la vida de Jesús, deben serlo también para nosotros que, por ser cristianos, vamos camino a Jerusalén, detrás del Maestro quien nos ha invitado a seguirle. Por esta razón se puede afirmar con toda certeza que ser cristiano es configurarnos con Cristo, casi como decir transfigurarnos con Cristo.

El color blanco que recibimos un día en el bautismo, debe ser signo de esta permanente transfiguración del cristiano en su camino hacia la Jerusalén celestial. Camino no exento desde luego de tropiezos, angustias, tristezas, etc. pero colmado de alegría y esperanza porque al final, como lo manifiesta la Transfiguración del Señor, está la luz indestructible de la Resurrección, la casa de nuestro Padre celestial.

Quien quiera de verdad seguir en pos de Cristo no podrá hacerlo sin tomar su cruz con alegría. Alegrémonos, pues, de ser pequeños. Alegrémonos de tener una cruz. Alegrémonos de ser presencia del Evangelio. Anunciemos con mansedumbre para morir a todo en cada instante. No es fácil, no lo es, pero no hay otra manera. Nada se transforma sin renuncia y muerte, sin dejar lo que se es, para dejarse hacer de otra forma, según la voluntad del artesano celestial.

Alegrémonos y exultemos de gozo como María, la Llena de gracias, la Inmaculada Concepción y siempre Virgen. Porque, nuestro Padre Dios, siempre ve y colma la humildad y entrega de los limpios, los mansos, los humildes, los que se entregan y se donan a su servicio. Pero, no nos durmamos.

Recordemos cómo los soldados en campaña no tienen derecho a descansar, a menos que quieran perder la guerra. El Señor es nuestro generalísimo, y estamos en campaña. Por eso carguemos sin vacilar con nuestras fatigas, angustias, dolores y lágrimas y sigámosle. Cuando sintamos tanto cansancio y tanto desaliento que creamos que nos estamos muriendo, miremos a Cristo, no en la transfiguración, sino en la Cruz. Pensemos, meditemos y reflexionemos, diciendo: ¿Es posible esto? La respuesta es obvia: ¡“Sí es posible”! En Él, por Él y con Él, todo es posible.

Entonces, digamos: Señor, dame tu fuerza para ser digno de Ti y para servirte hasta la muerte y más allá. Amén.