La ternura, más que compañera, es una de las grandes carencias que tenemos los seres humanos. No sólo porque la violencia, la agresividad y otros especimenes de la misma familia nos rondan de día y de noche, en la casa o en la calle, desde el televisor o en los periódicos, sino porque no sabemos expresarla. No nos enseñaron a despertarla. Y no lo hicieron porque tampoco nuestros mayores tuvieron quién ni cómo aprenderla. Pero, como nunca es tarde… y «nada está perdido si tenemos por fin el valor de admitir que todo está perdido», de lo que se trata ahora es de rescatar y revivir esa forma de comunicación del ser humano, tan olvidada, pero tan necesaria para sentirnos vivos.
La ternura no tiene cortapisas
La ternura es la capacidad que tiene el ser humano de expresar afecto a los seres que lo rodean. Es esa calidad especial del amor despojada de fin sexual.
La ternura, entonces, es esa forma de expresar el Amor (así con mayúscula) que se siente hacia los hijos, los padres, la novia, los amigos, los animales, las muñecas, los árboles… Pero es esa una expresión que compromete una actitud del cuerpo; una actitud que se da espontáneamente, sin prejuicios, sin cortapisas, sin pensar en si se da o no.
Porque la ternura no se rige por normas preconceptos o morales. Los niños son el prototipo de la ternura, y nunca un niño piensa antes de abrazar tiernamente las piernas de una amiga de mamá, hasta que llega mamá a decirle: no moleste a la señora.
Pero es desde mucho antes que hemos empezado a dejar de ser tiernos. Aunque no lo parezca, la ternura se ha perdido desde la relación padres-hijo. «Tan se ha perdido, que los psiquiatras viven de eso, de la carencia de ternura en un ser, a nivel de sus primeros años de vida».
En esa relación, los padres empiezan a utilizar el amor para moralizar a sus hijos, para adaptarlos a la sociedad. El amor se negocia. «Si tú me quieres, estudia seriamente» o «si tú quieres que yo te quiera, no salgas a la calle, no ensucies el vestido, no digas palabras feas…»
Entonces, en la medida en que el amor y la ternura como una expresión de ese amor, se empieza a condicionar, es decir, a utilizar como un arma de poder, se prostituye, pierde su valor. Y en esa medida, el niño aprende a obrar de la misma manera para conseguir cosas. Da un beso para que lo quieran y no lo castiguen, dará un regalo para conseguir unas caricias.
De ahí que el verdadero valor de la ternura lo hemos aprendido distorsionado. Por eso, muchas expresiones que creemos ternura son apenas gestos vacíos, meros ritos, actos que se ejecutan sin ningún espíritu. Y resulta tan sin sentido un abrazo dado sin querer, como otro que no se da cuando se quiere dar.
Lo que ha ocurrido con la ternura es que nos la han prohibido, nos la han constreñido.
«No llores, que los hombres no lloran». Infalible receta que produce ‘machos’ incapaces de ser tiernos. Porque muchas veces las lágrimas son una forma de ternura.
Los mas tiernos… los amigos
Se nos ha enseñado que la ternura es signo de debilidad o de sensiblería. Simplemente, porque los sinónimos de ternura son dulzura, cariño, sensibilidad, espontaneidad. Y eso siempre se asocia con niños, mujeres, homosexuales, en fin, con personas débiles. Por eso mismo, está más prohibida para los hombres que para las mujeres. Además, los hombres han sido educados aprobando lecciones, y no llorar es una de ellas.
Pero a todos, hombres y mujeres, se nos ha prohibido la ternura y por eso, cuando queremos expresar un sentimiento similar, sin sentirlo, nuestro propio cuerpo nos delata. Nada más diciente que un abrazo dado sin emoción o una sonrisa falsa. Y hasta el bebé percibe la falsedad de las caricias de su mamá cuando ella practica los ritos de ternura.
Además, la ternura está prohibida por los prejuicios, tanto los que tenemos arraigados desde niños como los dictados por las normas sociales vigentes.
Y es precisamente por esa misma prohibición que tenemos de ser tiernos, que proliferan las mascotas. Que muchas veces lo que evidencian es la miseria de amor de sus amos. Porque sus dueños las utilizan para replegar la ternura que no son capaces de manifestarle a otros seres humanos u otros seres humanos que los rodean no les llenan sus necesidades de ternura. En todo caso, los perros y otros de sus congéneres tienen la maravillosa cualidad de ser incondicionales con sus amos. Y en esa medida suscitan la ternura.
Porque la ternura como el amor es incondicional, comprensiva, servicial, no lleva cuentas… «Nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos». Y en esa medida la incondicionalidad del amor entre amigos se parece más al verdadero amor, que el amor entre padres e hijos o el de la pareja (amor romántico).
Como el de los padres e hijos, el amor romántico pone condiciones, se negocia. Queremos al otro siempre y cuando nos dé lo que esperamos; lo consideramos nuestra propiedad; le exigimos que sea como nosotros queremos; y si el otro no da nuestra medida, no nos sirve. Incluido el plano sexual.
Al contrario, si tú amas realmente a tu amigo y ese amigo tiene problemas, darás todo por ayudarle, gustoso de dar, sin esperar nada a cambio.
Para que viva
Y como «obras son amores y no buenas razones», la ternura no se dice, la ternura se expresa. Y se expresa con el cuerpo, con un gesto corporal. Cuando una mamá alimenta a su hijo, en un abrazo, un apretón de manos, un sollozo o un llanto, un beso, una caricia, una llamada «sólo para decirle que te quiero» (sin necesidad de gastar el resto de la conversación telefónica justificando esa expresión de ternura). También puede haber ternura en un “niño de la calle” que comparte las sobras de su comida con su perrito.
Expresiones estas que no son las más frecuentes, en un mundo donde reinan la violencia, la soledad, la falta de espacio y tiempo para las relaciones interpersonales. Sin embargo, todavía estamos a tiempo de recuperar la ternura. Por fortuna, aun quedan seres tiernos en este mundo. «Muchos están buscando la ternura y están dispuestos a hacer cambios radicales en sus vidas para encontrarla y eso indica el renacer de una energía diferente».
Y si otros son capaces de expresar su ternura, yo también puedo. Y más cuando lo ansiamos, lo necesitamos, lo pedimos a gritos (aunque ahogados), así nos digamos que no, tal vez para parecer fuertes.
Poco a poco podemos vencer los miedos que no nos dejan expresar la ternura.
Una madre puede aprender a ser tierna con su hijo gozando de él en el momento de alimentarlo, sintiendo su piel, disfrutando al acariciarlo, compartiendo con él la hora del baño.
Un padre puede hacer el esfuerzo para borrarse de la cabeza y la piel esa prohibición de abrazar a su hijo o a su hija, más allá de su sexto cumpleaños.
El éxito de un amigo puede celebrarse con ese abrazo que tenemos contenido, más que con un regalo, que ha perdido su sentido en esta sociedad de consumo.
Si usted o yo logramos ser tiernos con quienes nos rodean, venciendo la tacañería, la represión o la inhibición, ya va adelantada una enorme labor. Con el efecto repetidor, a la vuelta de tres o cuatro siglos, la ternura habrá invadido un núcleo mucho más grande de gente que estará trabajando en el reino de Amor. Para sentirnos vivos.