(XV° Dom. Ord. A 2023)

Libro del Profeta Isaías (Is 55,10-11)

“Esto dice el Señor:

Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no vuelve a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.”

Salmo Responsorial (Salmo 64)

R/. La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua.

Tú preparas los trigales:
riegas los surcos, igualas los terrenos,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes.

Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría.

Las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.

Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 8,18-23)

“Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.

Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“La semilla es la Palabra de Dios. El sembrador es Cristo. Quien lo encuentra, vive para siempre.”

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 13,1-23)

“Un día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas:

– Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.

Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.

El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.

El que tenga oídos que oiga.”

Reflexión

La realidad de la lluvia que fertiliza y de la tierra que da frutos sirven al profeta Isaías para hacer sentir a sus oyentes, casi muertos, la potencia creadora de la Palabra de Dios que anuncia salvación. No vuelve al lugar de su procedencia, sin haber cumplido su encargo. Y su encargo es crear como de la nada un pueblo nuevo. Desde la infinitud trae fuerza de vida. Al revelarse, crea lo que anuncia.

Nuestra visión cristiana del mundo es profundamente optimista: todo lo que hay de trágico y doloroso en la historia humana es considerado como dolores de parto en orden a alumbrar un mundo mejor que el que vivimos. Eso sí, ese mundo mejor no será otro mundo, sino este mismo mundo, que ya desde ahora los cristianos tenemos la obligación de transformar sin tregua.

Jesús proclama el Evangelio mediante el empleo de parábolas, estilo utilizado también por otros maestros, tal y como lo leemos o escuchamos en el texto del Evangelio de san Mateo que hoy nos ofrece la liturgia de la Iglesia. De esta forma y sin dejar de apuntar a lo esencial, no obliga a las personas a creer por la fuerza. La libertad religiosa no es solamente un compromiso con los de otras creencias, sino una existencia íntima de la misma proclamación evangélica: la fe es un libre obsequio de la voluntad.

Esta forma de predicar de Jesús, nos invita a precisar lo que es una parábola, a distinguir las parábolas de las alegorías. Mientras en las alegorías cada elemento narrativo tiene un significado, en las parábolas todo el conjunto tiene una sola finalidad: generalmente son una interpelación a descubrir el misterio de la persona de Jesús y a optar por Él. En la parábola que trae el evangelio de este domingo, el sembrador esparce cuatro veces la semilla, de las que tres son un fracaso debido a la acción de un elemento externo y aniquilador: los pájaros, el sol y las zarzas. De la misma manera, tenemos que saberlo, el Reino de Dios se realiza pasando por el fracaso y el rechazo.

En la palabra de Dios hay una eficacia que depende de la Palabra misma, pero otras veces somos nosotros los que tenemos que convertir esa eficacia en realidad.

Acoger la Palabra de Dios significa llevarla a la vida de cada día. La Palabra de Dios nunca será plenamente eficaz si nosotros no la llevamos a la práctica. Son hechos no meras palabras. Tenemos que trabajar porque efectivamente la Palabra de Dios esté inspirando, determinando nuestra vida y la de los demás.

Preguntémonos todos: ¿Cuál es nuestra actitud ante la Palabra de Dios? ¿hasta qué punto tomamos en serio la Palabra de Dios leída y comentada cada domingo? ¿Compromete algo nuestra vida práctica? ¿Es una actitud acogedora?  Acoger la Palabra de Dios significa creer en ella, fiarse totalmente de ella, y por lo tanto tomarla como criterio práctico en nuestra vida personal y familiar.

¿De veras, nos interesa la Palabra de Dios? Entonces, tenemos que procurar conocerla, para comprender cada día mejor la Sagrada Escritura, la Verdad del Evangelio, la Persona de Jesús. Recordemos, la Palabra de Dios no será plenamente eficaz, si no la llevamos a la práctica diaria, allí donde nos encontremos, pues, tenemos que florecer donde el Señor nos ponga.

Tengamos presente que la primera palabra que Dios dirigió al mundo fue la creación de todo cuanto existe. Luego nos habló por la ley; en el monte Sinaí Dios entregó a Moisés diez palabras que revelaban al pueblo su amor. Después nos habló por los profetas y, por último, Cristo, quien es la PALABRA de Dios. Jesucristo es la Palabra última y definitiva de Dios. Última no en el tiempo sino en la perfección.