(XVII° Dom. Ord. C 2022)

Libro del Génesis (Gn 18,20-32)

“En aquellos días, el Señor dijo:

– La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar; a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

– ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?

Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta inocentes que hay en ella? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo ¿no hará justicia?

El Señor contestó:

– Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

Abrahán respondió

– Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

Respondió el Señor:

– No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

Abrahán insistió:

– Quizá no se encuentren más que cuarenta.

– En atención a los cuarenta, no lo haré.

Abrahán siguió hablando:

– Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

– No lo haré, si encuentro allí treinta.

Insistió Abrahán:

– Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran veinte?

Respondió el Señor:

– En atención a los veinte no la destruiré.

Abrahán continuó:

– Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más.

¿Y si se encuentran diez?

Contestó el Señor:

– En atención a los diez no la destruiré.”

Salmo Responsorial (Salmo 137)

R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros,
me conservas la vida.

Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo
y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

Carta de san Pablo a los Colosenses (Col 2,12-14)

“Hermanos: Por el bautismo ustedes fueron sepultados con Cristo y han resucitado con él, porque han creído en la fuerza de Dios que lo resucitó. Estaban muertos por sus pecados, porque no estaban circuncidados; pero Dios les dio vida en Cristo, perdonándoles todos los pecados, borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

Aleluya           

Aleluya, aleluya

“Han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! Padre.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 11,1-13)

“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

– Señor, enséñanos a orar, como Juan enseño a sus discípulos.

Él les dijo:

– Cuando oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

Y les dijo:

– Si alguno de ustedes tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamándolo, yo les digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menor por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre ustedes, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

Reflexión

El texto del Libro del Génesis no pone el dilema de si los buenos deben sufrir con los malos y por causa de ellos, sino si los justos pueden obtener el perdón para muchos culpables. La respuesta de Dios establece la función de las personas santas en el mundo. Ante la súplica de Abrahán, Dios se declara dispuesto a perdonar a todos si encuentra un solo justo. Esto mismo se revela en el Libro del profeta Isaías (cfr. Is 53): un sólo justo salvará al pueblo. ¿Cómo? Por la intimidad del justo con el Padre.

Una oración insistente y perseverante del pobre alcanza el favor de Dios. Dios le escucha.

La vida del cristiano que tiene que estar a la escucha de la Palabra del Maestro, debe desarrollarse sobre el ejemplo de Cristo. En el evangelio de san Lucas Jesús es presentado como modelo de oración. Pero ¿qué palabras debe utilizar el discípulo cuando ora? ¿Cómo y cuándo debe orar? A la primera pregunta responde la oración del Padre. En ella el cristiano pide a Dios realizar sobre la tierra su Reino e, implícitamente, que los hombres no pongan obstáculos. El hombre no realiza el Reino, sólo lo puede buscar, invocar, heredar y el Reino viene a él y lo alcanza como un don de Dios (cfr. Mt 21,43). Además, se pide al Padre el pan de cada día -como dice el Libro de los Proverbios: “el discípulo se contenta con lo necesario” (Prov 30,8)- y un perdón fundado sobre el perdón. En fin, se pide a Dios que nosotros no seamos inducidos por la tentación. A la segunda y tercera pregunta se responde: «con insistencia, sin desfallecer, siempre»: “Oren, oren, oren. Oren siempre. Sean oración”.

La oración, en su definición más universal es compartida por todas las religiones, es: diálogo con Dios. Pero poner al hombre en diálogo con Dios puede ser un riesgo. El hombre en la oración puede reducir a Dios a su bien de consumo, a un fácil remedio para sus propias insuficiencias y para sus propias perezas. Y puede reducirse a sí mismo a un ser que descarga sus propias responsabilidades sobre otro.

En el pueblo de Israel que vive en un régimen de fe, es salvada la verdad de la relación del hombre con Dios, la verdad de la oración. Una libre respuesta a Dios que se revela y que habla, una acción de gracias por los grandes acontecimientos que Dios realiza por su pueblo. La oración es por esto, primero que todo, respuesta antes que pregunta.

Un hombre vivo, un hombre verdadero, encuentra al Dios vivo y verdadero. Una libertad está frente a la Libertad, el polvo está frente a la Roca.

Los salmos son los más grandes testimonios de la oración de Israel en los que el hombre permanece hombre y Dios permanece Dios en un auténtico diálogo de amor, un diálogo en el que entra la vida, la historia. Moisés es la figura de aquel que ora, el orante por excelencia, y es el hombre de la liberación de un pueblo, una figura histórica; la acción y la política son las constantes de su existencia. También su oración más contemplativa, aquella que hace antes de ver la gloria de Dios, es una oración encarnada en aquella expectativa y, así, la esperanza de un pueblo entra con fuerza. Ellos llevan delante de Dios la situación política de un pueblo, no como observador, sino como realizador. Jesús realiza la oración de Israel.

Mientras Moisés ora, utilizando fórmulas tradicionales de su pueblo y creando libremente otras, Jesús no sólo ora, sino que Él es la oración. En su persona se da el diálogo total y absoluto del hombre con Dios. El vértice de esta oración es la muerte de Jesús en la cruz. Por esto el culto cristiano se concretiza en la absoluta sumisión al Amor, el cual puede manifestarse únicamente en aquel en el que el Amor mismo de Dios es hecho amor humano. El cristiano “participa” en la oración de Jesús.