(Solemnidad de la Epifanía del Señor 2025)
Lectura del profeta Isaías (Is 60,1-6)
“¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz!;
¡la Gloria del Señor amanece sobre ti!
Mira: las tinieblas cubren la tierra,
Pero sobre ti amanecerá el Señor,
Su gloria aparecerá sobre ti;
Y caminarán los pueblos a tu luz;
Los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira:
Todos esos se han reunido, vienen a ti:
Tus hijos llegan de lejos,
A tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, radiante de alegría;
Tu corazón se asombrará, se ensanchará,
Cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar;
Y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos,
Los dromedarios de Madián y de Efá.
Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro,
Y proclamando las alabanzas del Señor.”
Salmo Responsorial (Salmo 71)
R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes;
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributos;
que los reyes de Sabá y de Arabia
le ofrezcan sus dones,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Porque él librará al pueblo que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.
Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 3,2-3a.5-6)
“Hermanos: Ustedes han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor suyo.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Hemos visto salir su estrella, y venimos a adorarlo” (Mt 2,2)
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 2,1-12)
“Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
– ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
– En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
– Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.”
Reflexión
El profeta Isaías, vocero de Dios, en un momento oscuro de la historia del pueblo de Israel, anunció un amanecer luminoso, que expandiría su claridad al universo entero. Esta visión esperanzadora es llamada a levantarse ahora y ser luz, para que todos –varones y mujeres– nos sentemos a la misma mesa del bienestar y de la plenitud humana en la paz y la justicia, para llegar a ser verdaderos adoradores del mismo Dios.
El próximo domingo, cinco de enero, en la Iglesia universal celebramos la Fiesta de la «Epifanía del Señor», de la “revelación” o “manifestación” del Señor. En la carta a Tito se dice: «Se ha revelado la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres» (Tit 2,11), y entonces: «Se ha revelado la bondad de Dios, Salvador nuestro, y su amor por los hombres» (Tit 3,4). La revelación es el desvelar el misterio de Dios salvador. Existe una estrecha unión entre la una y el otro, entre revelación y misterio de salvación.
Únicamente Dios puede instruir al hombre sobre las realidades divinas. Dios en su bondad y sabiduría quiso revelarse a sí mismo (cfr. Const. Dog. DV, 2). Dios Creador nos ha dado a todas las personas la capacidad de conocer el mundo, las cosas visibles, los hechos históricos; nos ha concedido la capacidad de penetrar con la propia razón otra realidad diferente de lo que es sensible. También, Dios ha venido a nuestro encuentro hablándonos directamente. La revelación consiste efectivamente en esto: Dios ha hablado al hombre revelándole lo que Él conoce y piensa de sí mismo, del hombre, del universo. Así, gracias a la revelación, nosotros conocemos el pensamiento de Dios. Lo conocemos con nuestra razón, pero no en virtud de nuestra razón. Lo que Dios nos revela lo aceptamos porque nos fiamos de Él. Este confiarse a la autoridad de Dios revelador se llama fe.
El hecho que Dios haya querido revelarnos esta verdad sobre nosotros mismos, verdad que es misterio, testimonia que somos una criatura muy querida para Dios, una criatura hecha a su semejanza, la única en el mundo visible con la cual Dios puede dialogar, a la cual puede confiar la vedad sobre sí mismo y sobre la propia vida íntima, la verdad de sus divinos Misterios.
Este movimiento de Dios hacia nosotros es “Epifanía”. A la fiesta de Epifanía también se le llama la “fiesta de los reyes”, por la narración del evangelio que hace alusión a los magos de Oriente.
Dios se comunicó con los magos mediante una estrella. Este signo, entre millones de millones de estrellas que les habló del nacimiento del Hijo de Dios, fue posible que los tres Magos de Oriente lo pudieran captar, mediante la fe. Ellos llegaron a Jerusalén a buscar entre los expertos de la revelación de Dios a Israel, y obtuvieron la respuesta: el profeta Miqueas había anunciado que el Mesías nacería en Belén (cfr. Miq 5,1). Estos magos que venían averiguando el sitio donde nacería en nuevo Rey, muy poderoso, llegaron hasta el palacio de Herodes.
A Herodes sólo le interesaba de modo puramente humano, pero lleno de pérfida envidia. Los magos, en cambio, asumieron la revelación acerca del nacimiento del Señor. Los Sabios de Oriente, junto con los pastores de Belén, son aquellos que por Dios mismo han sido introducidos, iniciados en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Los pastores se encontraban ya casi sobre el lugar, en las cercanías de la «ciudad de David». Los Magos vienen de lejos, interpretando los signos que indicaban el tiempo y el lugar del nacimiento del salvador. Y un signo particular fue la estrella, que los condujo hacia el país de Israel: primero a Jerusalén, y después a Belén.
Se dirigieron entonces a Belén y entraron en el lugar donde se encontraba el Niño junto con su Madre y José, cayeron de rodillas y le ofrecieron sus simbólicos dones. Todo esto testimonia que la fe les había introducido por la justa vía al centro mismo del misterio del nacimiento del Señor.
Los tres Magos, llegados a Belén, inician la nueva gran peregrinación de la fe, de generación en generación, acercando a varones y mujeres, a los pueblos y naciones a Cristo, luz del mundo. En esta peregrinación han tomado parte numerosos pueblos y naciones. Y la luz, que surgió sobre Jerusalén hace dos mil años, no se apaga, sino que brilla con fulgor siempre nuevo. Esa luz ilumina el camino de la humanidad en medio de las tinieblas, que caen sobre el mundo. Y continuamente, a través de la noche de la que habla el profeta Isaías (cfr. Is 60,2), resuena el grito de los pastores, de los Magos, de todos los creyentes de cada época: «¡Jesucristo se ha aparecido a nosotros, vengan, adorémosle!».
Como consecuencia de lo anterior se inicia sobre la tierra otro movimiento, aquel que nos lleva de las tinieblas a la luz. Leemos en el libro del profeta Isaías: «Caminarán los pueblos hacia tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora. Alza en torno los ojos y contempla; todos se reúnen y vienen a ti, tus hijos llegan de lejos y tus hijas son traídas en brazos» (Is 60,3-4). Es el movimiento en dirección de la Luz, hacia Jerusalén que es su centro. Es el movimiento del corazón humano hacia Dios que ha venido al mundo.
¡Todos los cristianos tenemos que ser fieles testimonios de esta verdad, testimonio de la divina Epifanía! Esta Verdad se manifiesta a través del don sincero de la vida, no solo hablando sino con hechos, con la vida, indicándoles el camino hacia aquella Luz de esperanza que alumbra hacia Belén, hacia aquella Luz que es Cristo.
La luz de Cristo nos ilumine a todos y cada uno para llevar adelante nuestra fe católica y así cumplir el encargo que el señor nos dejó antes de subir a los cielos: «vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura». Esta es nuestra misión particular que tenemos que realizar allí donde el Señor nos ha colocado.
Que esta misión contribuya a realizar el deseo del salmista que canta: «te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra». ¡Todos los pueblos, Señor! Amén.”