(XXVII° Dom. Ord. C 2022)

Libro del profeta Habacuc (Hab 1,2-3; 2,2-4)

“¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré “Violencia”, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencia y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas? El Señor me respondió así: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.”

Salmo Responsorial (Salmo 94)

R. Escucharemos tu voz, Señor.

Vengan, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.

Entren, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

“No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto,
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

Carta del apóstol san Pablo a Timoteo (Tim 1,6-8. 13-14)

“Querido hermano:

Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“La palabra del Señor permanece para siempre; y esa palabra es el Evangelio que les anunciamos.”

Aleluya.

Evangelio según san Lucas (Lc 17,5-10)

“En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:

– Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

– Si tuvieras fe como un granito de mostaza, dirías a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y les obedecería.

Supongan que un criado suyo trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, quién de ustedes le dice: “¿En seguida, ven y ponte a la mesa”?

¿No le dirás: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme, mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú”? ¿tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”

Reflexión

El tema central de la catequesis dominical de la Iglesia hoy, es “la fe”. “Fe” que se menciona en las tres lecturas que nos presenta la Liturgia de la Palabra: al final de la primera se dice “el justo por la fe vivirá”; Jesús en el Evangelio, ante el pedido de los apóstoles por aumentar la fe, coloca el horizonte de plenitud al que estamos llamados. La fe si bien es un don de Dios; exige de nosotros una generosa respuesta. Y, san Pablo exhorta a Timoteo a dar testimonio de su fe en Cristo Jesús y a aceptar la Buena Nueva recibida y custodiada en el “depósito de la fe”.

«Los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Entonces el Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y les obedecería» (Lc 17,5-6).

Este es un evangelio bien breve que, a pesar de esto, nos deja una lección completa sobre la fe y sobre nuestra relación con Dios. Porque, la fe es esa virtud sobrenatural a través de la cual la vida eterna está ya en nosotros, como lo afirma santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th. II-II, q. 4, a. 1, corp.).

La fe, siendo una realidad espiritual, no puede medirse con algo material, como es un grano de mostaza. Se trata de una expresión analógica, para indicar la mínima cantidad. En efecto, en el concepto de Jesús el grano de mostaza es “la más pequeña de todas las semillas” (Mt 13,32). La frase de Jesús está dicha en condicional, de donde se deduce que los apóstoles tienen fe, pero es aún una fe insuficiente, “menor que un grano de mostaza”, pues ellos no pueden ordenar al sicómoro que se arranque y se plante en el mar. El sentido de la respuesta de Jesús es este: si con una fe tan pequeña como un grano de mostaza ya se podría trasladar los montes, ¡qué no se obtendría con una fe robusta y sólida! Nosotros tendemos a considerar que una fe que traslada los montes, ya es una fe inmensa. En efecto, no nos ha tocado la suerte de conocer a nadie con una fe tan grande. Para Jesús, en cambio, eso es lo mínimo; hay que comenzar de aquí para arriba. De aquí se concluye que, como virtud teologal que es, la fe no tiene límite en su intensidad. Por esto, el mensaje del Evangelio nos debe interpelar en cada momento de la vida, como las mismas palabras de Jesús: «Si tuvieran fe como un granito de mostaza».

El problema de la fe no es la cantidad, sino: tenemos o no tenemos fe.  La fe hace posible lo imposible. La fe no es magia, es confianza absoluta en Dios, como la que tuvieron los apóstoles, que llenos de Dios, confiados en Él, sin organización, sin los medios de comunicación que hoy se tienen, pero llenos de fe cambiaron el curso de la historia. Llevaron el Evangelio al mundo entero. La música de Dios estaba en sus almas.

Dios se revela en Jesús, su Hijo, que es «la imagen de Dios invisible» (Col 1,15). Como Dios se revela en Jesucristo, la fe nos da una visión de Dios, una visión sobrenatural que se percibe con el alma, no con el cuerpo. La fe nace, crece y sale de dentro, del alma.

La fe es la virtud sobrenatural que Dios ofrece gratuitamente el día del bautismo y a través de ella da la vida eterna. Mediante la fe, de hecho, vivimos ya la misma vida de Dios: vivimos en comunión con Dios.

Creer en Dios ¡es la cosa más maravillosa que podemos lograr en este mundo! ¡El acto de fe es el más agradable a Dios! Porque aquél que cree verdaderamente en Dios, de todo corazón y con todo su ser, con todas sus fuerzas, aquél que renuncia verdaderamente a todo aquello que no es Dios, renuncia a sí mismo, a su propia persona, para no amar más que a Dios, y para ser uno con Él. Es esto lo que agrada a Dios.

La virtud de la fe ilumina nuestra vida con la luz misma de Dios. Para que esto suceda hay necesidad de desocupar nuestra mente y nuestro corazón y abrirnos a la obra de Dios.

La fe es la fe. Mientras que no estemos en el cielo, no veremos a Dios. Muy a menudo, nuestra falta de visión proviene de nuestra carencia de fe, o al menos de una fe que no es suficientemente sólida como para ver a Dios actuar entre nosotros y hacer nuestra su voluntad. Antes que nada, ¿la merecemos? ¿Acaso la fe no es una gracia, un don gratuito de Dios? Entonces, conformémonos con creer, como mejor podamos, y Dios hará el resto, aunque quizás no lo veamos: “Cuando hayamos hecho todo lo que nos ha mandado, digamos: Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, hicimos.»