(Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret B, 2024)

Libro del Génesis (Gn 15,1-6; 21,1-3)

“En aquellos días, Abrán recibió la palabra del Señor:

– No temas, Abrán, yo soy tu escudo y tu paga será abundante.

Abrán contestó:

– Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?

Y añadió:

– No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará.

La palabra del Señor le respondió:

– No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas. Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:

– Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.

Y añadió:

– Así será tu descendencia.

Abrán creyó al Señor, y se le contó en el haber.

El Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya viejo, en el tiempo que había dicho. Abran llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara, Isaac.”

Salmo Responsorial (Salmo 104)

R/. El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente.

Den gracias al Señor, invoquen su nombre,
den a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cántenle al son de instrumentos,
hablen de sus maravillas.

Gloríense de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurran al Señor y a su poder,
busquen continuamente su rostro.

Recuerden las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac.

Carta a los Hebreos (Hb 11,8. 11-12. 17-19)

“Hermanos: Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: “Isaac continuará tu descendencia”.

Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“En distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres, por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo”.

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 2,22-40)

“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor [(de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”) y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”).

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo.

Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz;

porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones,

y gloria de tu pueblo Israel.

José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo diciendo a María, su madre:

– Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios, lo acompañaba.”

Reflexión

En este primer domingo después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia.

El mensaje que viene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe: la familia de Nazaret es una familia en la que Dios ocupa verdaderamente un lugar central. Para María y José esta opción de fe se concreta en el servicio al Hijo de Dios que se le confió, pero se expresa también en su amor recíproco, rico en ternura espiritual y fidelidad.

María y José enseñan con su vida que el matrimonio es una alianza entre el hombre y la mujer, alianza que los compromete a la fidelidad recíproca, y que se apoya en la confianza común en Dios. Se trata de una alianza tan noble, profunda y definitiva, que constituye para los creyentes el Sacramento del Amor de Cristo y de la Iglesia. La fidelidad de los cónyuges es, a su vez, como una roca sólida en la que se apoya la confianza de los hijos. Cuando padres e hijos respiran juntos esa atmósfera de fe, tienen una energía que les permite afrontar incluso pruebas difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia.

Les invito a que hoy y todos los días, encomendemos a María, «Reina de la familia», a todas las familias del mundo especialmente a las que atraviesan grandes dificultades, y pidamos para ellas su protección materna.

La familia, fundada en el vínculo indisoluble del matrimonio (Const. Gaudium et Spes, 48) es la célula vital y primera de la sociedad (Decret Apostolicam actuositatem, 11). En ella recibimos la vida y la persona es valorada por sí misma y no por su utilidad. En el molde de la familia se forja la personalidad individual, a través de ella nos insertamos en una comunidad y en una cultura y es la primera escuela de valores y virtudes sociales «que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma». Por esto se puede afirmar que “la familia es la escuela del más rico humanismo» (Gaudium et Spes, 52). El bienestar y el correcto progreso de la sociedad depende del bienestar y salud moral de la familia, mientras que el deterioro de la sociedad familiar suscita ordinariamente el desorden y deterioro de la vida social y de los valores comunitarios.

A través de la familia nos insertamos en la Iglesia. Ella es el primer templo en el que aprendemos a orar, el lugar privilegiado de formulación y evangelización, la primera escuela de solidaridad y de servicio recíproco y el punto de partida de nuestras experiencias comunitarias. Ella es la «iglesia doméstica» y la primera escuela de vida cristiana «en la que se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y, sobre todo, el culto divino por medio de la oración y de la ofrenda de sí mismo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1657, cfr. Const. Lumen gentium, 10 y 11).

A la familia y en particular a los padres, está encomendado, como honroso derecho y sagrado deber, la misión educadora. Ella es la primera responsable y la protagonista de la educación de los hijos.

Todas las familias que viven gozosamente los valores familiares, han de reforzar los vínculos de unidad y vivir las virtudes domésticas (cfr. Ef 5,21ss; Col 3,12-13, 1Cor 13,1ss). Las familias tienen que asumir su protagonismo en la vida de la sociedad defendiendo sus derechos y dignidad e insertándose en los movimientos familiares cristianos (Encíclica Familiaris consortio, 72).

El ambiente de cada familia debe ser similar al de la familia de Nazaret, centrado en la fidelidad de padres y esposos, humildad, sencillez, bondad, generosidad, alegría, paz, fe y esperanza, trabajo humilde y honrado. En un ambiente como el de Nazaret escogido por Dios para su Encarnación y vida de niño, encontramos el ejemplo más importante de cómo se debe formar al niño, al hombre (varón y mujer) del mañana. María ni José fueron doctores, ni grandes profesionales para el mundo, Dios los escogió por su generosidad, por su fidelidad, por su fe. En una palabra, Dios los escogió por su riqueza espiritual de sencillez y bondad.

Que la Familia de Nazaret, como lo pedía san Pablo VI en Nazaret en 1964, nos haga comprender «el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social».

Nuestra sociedad está deshaciéndose por falta de virtudes domesticas: comprensión, paciencia, laboriosidad, puntualidad, solidaridad, cariño, respeto… Precisamente es en este campo de las virtudes domesticas, en el que el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, merece ser proyectado sobre nuestras familias.

No se puede desconocer que en la familia no todo es idilio, paz, serenidad: ella pasa a través del sufrimiento y las dificultades del exilio y de la persecución: a través de las crisis por el trabajo, la separación, la emigración, la lejanía de los padres. En la Sagrada Familia, como en cada familia, hay gozo y sufrimiento desde el nacimiento del Niño Dios hasta la edad adulta. En ella maduran hechos gozosos y tristes para cada uno de sus miembros.

Por todo esto, Cuán importante es que los jóvenes que se preparan para el matrimonio, lo hagan con mucha seriedad y responsabilidad, pues de ello va a depender en gran medida su futura felicidad y la de la familia que pretenden formar (Encíclica Familiaris consortio, 66). Ojalá que estos matrimonios jóvenes sean generosos en la transmisión de la vida y en ejercer su misión de educadores en la fe.

En nuestra oración diaria, recordemos a las familias con problemas de cualquier índole, a las familias vacilantes en su unidad y estabilidad, a las separadas por la emigración o el exilio o con dificultades de adaptación en los nuevos ambientes, a las familias que sufren como consecuencia de la enfermedad, la droga, el paro, el terrorismo, el secuestro o la pobreza. A quienes han perdido a su cónyuge y tienen que luchar con especiales dificultades, Dios les permita encontrar fortaleza y luz en el Señor de la Vida. Igualmente tengamos presente en la oración, el dolor de los matrimonios que se sienten fracasados en su esfuerzo por educar cristianamente a sus hijos, y a las familias que sufren por estas y otras causas. Nuestro deseo es que todos los esposos y esposas y su familia se sientan siempre apoyados en la fuerza del Señor y en la solidaridad de nuestras comunidades, para que no se detengan en la lucha por superar sus dificultades.

Que en el corazón de cada familia los esposos sean uno con sus hijos, a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret que estamos celebrando.