(VIII° Dom. Ord. C 2025 varios)

Libro del Eclesiástico (Eclo 27,5-8)

“Se agita la criba y queda el desecho,
así el desperdicio del hombre cuando es examinado;
el horno prueba la vasija del alfarero,
el hombre se prueba en su razonar;
el fruto muestra el cultivo de un árbol,
la palabra la mentalidad del hombre;
no alabes a nadie antes de que razone,
porque ésa es la prueba del hombre.”

Salmo Responsorial (Salmo 91)

R/. Es bueno dar gracias al Señor.

Es bueno dar gracias al Señor,
y tocar para tu nombre, oh Altísimo;
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad.

El justo crecerá como palmera,
se alzará como cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios.

En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso;
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 15,54-58)

“Hermanos: Cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita:
“La muerte ha sido absorbida en la victoria,
¿Dónde está muerte su victoria?
¿Dónde está muerte, tu aguijón?”
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley.
¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Así, pues, hermanos míos queridos, manténganse firmes y constantes.
Trabajen siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa su fatiga.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.
“Brillen como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir”.
Aleluya.

Evangelio según san Lucas (Lc 6,39-45)

“En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación:

  • ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caen los dos en el hoyo?
    Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
    ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
    Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, ¿déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
    No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
    Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
    El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal: porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.”

Reflexión

La reflexión de este octavo domingo del tiempo ordinario, dirige nuestra mirada hacia la autenticidad del comportamiento humano. El poema del Eclesiástico presenta una serie de cláusulas sapienciales en las que se afirma cómo una persona es conocida por lo que dice, sus palabras sacan a la luz su interior. Es así que por el fruto se conoce cómo se ha cultivado un árbol.

Como “el fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona” (Eclo 27,6). Es cierto que hay personas que son muy hábiles para engañarnos envolviéndonos en su mucho hablar y otras lo son para hablar con doblez, por lo que es necesario escuchar con atención para conocer a las personas. Es prudente no juzgar a una persona antes de escucharla. También, es maravilloso comprobar cómo la palabra puede conducirnos a los pensamientos y sentimientos de otra persona, y así, conversando, poder entrar en comunión de espíritu con nuestro interlocutor. Es cierto que hay quien nos habla sin conectar sus palabras con su inteligencia y quien lo hace sin conectar su hablar con el corazón. De todos modos, escuchando con atención podemos llegar a conocer la realidad de cada persona.

Hoy llegamos al final del llamado “sermón de la llanura” en el evangelio de san Lucas que comenzamos a leer y escuchar desde hace unos domingos, y en el que Jesús se refiere a las características esenciales de la vida del discípulo y hace una fuerte llamada a evitar la hipocresía. El Señor recuerda que no se puede guiar a otra persona desde la ceguera (incoherencia, pecado). Hace falta cuidar el propio interior para así poder ser maestro de otros. No se puede corregir el comportamiento de los demás sin haber reconocido y quitado primero el propio pecado. Con este lenguaje parabólico Jesús hace ver que cada uno, como los árboles, da el fruto correspondiente a lo que lleva en su interior: bondad o maldad. Ciertamente, de lo que rebosa el corazón habla la boca.

En los siglos cercanos a la venida de nuestro Señor Jesucristo, la filosofía griega había decaído al grado de que los llamados sofistas pensaban que el filosofar era el arte de convencer con discursos. Estos hombres tenían el descaro de afirmar: “Dime de qué quieres que te convenza y lo haré, y luego te convenceré de todo lo contrario”. Esta situación fue un excelente terreno para recibir la predicación cristiana, pues la gente estaba ávida de autenticidad, de sinceridad y de verdad.

Esa misma situación la encontramos en nuestros días: la mayoría de la población se siente decepcionada de los discursos de los políticos, que parecen pensar que “el prometer no empobrece”, y en verdad se comprueba que de todas las promesas que hacen en sus campañas, son muy pocas las que cumplen después, cuando cumplen algo, ya que su esencia y definición es mentir, es engañar.

Pero ante esto y para que lo tengamos en cuenta antes de las elecciones, el salmista nos recuerda que el hombre justo es como un árbol fuerte y estable, que nunca dejará de dar buen fruto, manifestando la justicia de Dios.

Jesús mismo afirma: “El hombre bueno, dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque la maldad está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón” (Lc 7, 45). En esto se impone también otra enseñanza de Jesús: “ser sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes” (cfr. Mt 10,16). Somos sencillos como palomas si hablamos con sinceridad y prudencia, sin querer convencer a base de mentiras, de engaños o de mucho hablar. Somos prudentes como serpientes cuando estamos conscientes de que quien nos habla, puede pretender envolvernos con mentiras o verdades a medias en favor de sí mismo. Debemos estar atentos, porque quien nos habla mal de otras personas, a esas otras personas también les puede hablar mal de nosotros.

Por otra parte, ser maestro o guía de los demás es un servicio muy delicado que no deberíamos asumir ni buscar si no nos es encomendado, pues implica mucha responsabilidad. El apóstol Santiago nos dice: “No se hagan maestros muchos de ustedes, hermanos míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo, pues todos caemos muchas veces” (St 3,1). Al respecto, Jesús nos dice en el evangelio de san Lucas hoy: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro” (Lc 6,39-40).

Igualmente, Jesús nos dice: nadie debería pretender quitar la paja del ojo ajeno si antes no quita la viga que lleva en el suyo, es para que cada vez que advertimos un error en la otra persona, en el prójimo, primero nos evaluemos a nosotros mismos. De todos modos, la corrección que hagamos a otro difícilmente será bien aceptada, si antes no nos han solicitado nuestra opinión.

Recordemos siempre: lo que mejor habla de nosotros, más que las simples palabras, es nuestra vida, nuestra forma de ser, o dicho con las palabras de Jesús, nuestros frutos pues “cada árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6,44). Es verdad que las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran, pues, lo mejor son hechos no palabras.

Hoy en la segunda lectura tenemos el final de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, donde el Apóstol concluye con palabras llenas de entusiasmo fundadas en nuestra convicción en la resurrección de Cristo. Esta seguridad de que resucitaremos para la vida eterna no ha de llevarnos a la actitud pasiva del conformismo, sino al compromiso de seguir empeñados en nuestra entrega. Dice la carta: “Estén firmes y permanezcan constantes, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor” (1Cor 15,58).

Finalmente, les recuerdo que este próximo miércoles 3 de marzo se interrumpe el Tiempo Ordinario de la sagrada liturgia, para con la celebración del “Miércoles de Ceniza” dar paso al inicio del tiempo de la Cuaresma. Se trata de cuarenta días que evocan el tiempo de oración y ayuno con el que Jesús se preparó para el inicio de su vida pública.