ANOREXOBULIMIA: el resultado de presiones aplastantes

La anorexobulimia no parece importarle a muchos. Ante ella existe un silencio desde la indiferencia y desde la culpa. Algunas autoridades de salud pública, algunos médicos responsables y una que otra organización de mujeres, hablan de este problema y lo mantienen en la agenda de los medios.

En esta sociedad hay demasiada presión sobre las mujeres -desde niñas- para inducirlas a este desorden alimenticio. En muchas familias de nuestro medio se les inculca el llegar a ser reinas o modelos. En ciertos colegios se consolidan estas aspiraciones con reinados y desfiles que reafirman ese futuro. E incluso en universidades privadas se apoyan estas actividades con la disculpa de fiestas, conmemoraciones e incluso eventos sociales.

¿Hermosas a cualquier precio?

Visto desde otra óptica, la presión viene también de los hombres, entre quienes se reproducen ideas fijas sobre las mujeres. Las que la mayoría de ellos quieren cerca deben ser esbeltas, esculturales y hermosas a cualquier precio. Y ellas corren desde niñas a complacer esos pedidos, a volverse y mantenerse deseables, conquistables y utilizables…

También la presión viene del negocio. La cantidad de dinero que se mueve alrededor de la belleza es impresionante. El mundo de los textiles, de la moda, del diseño, de la pasarela, de los reinados juegan a eso: a las mujeres maniquíes, de cera, de plástico.

Y el aparato de la salud -si es que merece llamarse así- de los esteticistas y de los cirujanos, de los salones de belleza y de los spa, reciben sus jugosas ganancias de este ambiente, de esta necesidad sofisticada y quebradiza.

EL CEREBRO Y EL APETITO

Con el apetito, no sucede como muchos creen, o sea, que el hambre se presenta cuando el sistema digestivo ha concluido su labor de transformar los alimentos y estos se encuentran ya en la vía de salida.

El apetito tiene su punto de partida bien lejos del estómago. Se origina… en el cerebro. Allí, en el hipotálamo, se localiza una central o sistema de regulación de la ingesta: señales químicas específicas dan la orden para que el apetito se abra porque el organismo necesita combustible. Le faltan energías…

Así mismo, nuevas señales químicas activan el mecanismo de saciedad y dan la orden para dejar de comer.

Y el sistema digestivo le obedece: al principio, los intestinos crujen. Al final, hay llenura y ya no pueden recibir más alimentos.

Este es un ciclo que se repite varias veces al día. El mecanismo bioquímico tiene su sede central en el cerebro, y sus sucursales o filiales periféricas en el estómago y los intestinos. En el cerebro, intervienen dos neurotransmisores principales: la noradrenalina, responsable de abrir el apetito (invitando a comer, sobre todo, carbohidratos), y la serotonina, con su efecto antagónico, es decir, transmitiendo la sensación de saciedad.

Así sucede en las personas que tienen un ciclo normal de alimentación. «Normal» quiere decir equilibrado, con períodos más o menos regulares de ayuno que anteceden y le siguen a los momentos en que se ingieren las comidas habituales (tres para el común de los adultos, cinco para niños).

¿Pero qué sucede cuando el mecanismo bioquímico se altera? Dos extremos pueden presentarse: si aumenta la secreción de serotonina, el apetito disminuye hasta el punto de llegar la persona a sufrir de anorexia. Si aumenta la noradrenalina, la necesidad de estar comiendo en forma permanente podrá desencadenar obesidad y, en muchas personas, bulimia.

¿De qué se trata?

Mencionar la bulimia y la anorexia es hablar de dos enfermedades muy propias de la adolescencia y sobre todo del sexo femenino. Pero es también hablar de desórdenes del apetito que pueden afectar a los adultos, hombres o mujeres.

Los desórdenes del apetito van en un sentido o en otro: quien come en forma compulsiva y nunca se siente satisfecha, sufre de bulimia. Es la misma persona que se esconde para seguir comiendo, va al baño, se induce el vómito después de lo cual sigue comiendo, toma laxantes y diuréticos, y sigue comiendo. Entra en un círculo vicioso bastante complicado de romper: se ve gorda, su auto-imagen sufre, y, para vengarse de sí misma, sigue comiendo aún más.

En el otro extremo, se encuentra la persona anoréxica. Nunca satisfecha con su imagen ella tampoco, se entrega a un ayudo absurdo que alcanza límites insospechados: un café y una manzana al día, por ejemplo.

Ambas enfermedades tienen en su origen factores emocionales y afectivos (sicológicos), y endocrinológicos, con repercusiones en el ámbito ginecológico. Igualmente, entre sus causas, incluyen factores socio-culturales y epidemiológicos (posibles antecedentes familiares de depresión y alcoholismo). En ambas, por otra parte, se encuentran síntomas de depresión.

Van aquí, entonces, varios puntos aclarados: el primero, es que tanto la bulimia como la anorexia son trastornos biológicos que no deben ser descuidados. Son tan serias que, en su desarrollo extremo, pueden llevar a la muerte.

El segundo punto es que no se presentan únicamente durante la adolescencia. Hablemos de la anorexia: suele iniciarse antes de los 25 años. Pero aquí van las cifras: el 50% de las anoréxicas logran curarse con tratamiento nutricional o psiquiátrico; el 20% de las anoréxicas siguen siéndolo toda su vida, y su efecto más grave es que produce esterilidad; un 10% se van al extremo opuesto y desarrollan una bulimia; otro 10% se convierten en obesas, y entre el 6% y el 8% mueren.

El tercer punto, y quizá el más novedoso, es el papel que juega el cerebro con sus sustancias químicas o neurotransmisores. Estos pueden ser medios mediante análisis de laboratorio muy específicos, lo que comprueba aún más el origen biológico -además de la influencia de la psiquis- en ambos trastornos.

Las cuatro ‘A’ y ‘C’

ANOREXIA, Adelgazamiento, Amenorrea (falta de menstruación), Alteración de la imagen corporal, no sólo como fenómeno psicológico sino también de origen biológico (menor utilización de glucosa en las áreas apreciativas visuales).

La BULIMIA es: Compulsión (necesidad de comer sin parar y en grandes cantidades), Comilonas (a escondidas), Control excesivo del peso corporal (un obeso nunca se pesa, un bulímico sí), Catarsis autoinducida (vómito, purgantes, diuréticos).

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