(Jueves Santo 2024)

Libro del Éxodo (Ex 12,1-8. 11-14)

“En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

– Este mes será para ustedes el principal de los meses; será para ustedes el primer mes del año. Diga a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa.

Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de la casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.

Lo guardarán hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayan comido.

Esa noche comerán la carne, asada a fuego, y comerán panes sin fermentar y verduras amargas.

Y lo comerán así: La cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y lo comerán a toda prisa, porque es la Pascua, el paso de Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será su señal en las casas donde habitan. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante ustedes, y no habrá ante ustedes plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.

Este será un día memorable para ustedes y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretarán que sea fiesta para siempre.”

Salmo Responsorial (Salmo 115)

R/. El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 11,23-26)

“Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez les he transmitido:

Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:

“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.”

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

“Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto, cada vez que lo beban, en memoria mía.”

Por eso, cada vez que coman de este pan y beban del cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.”

Versículo antes del evangelio

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen mutuamente como yo los he amado, dice el Señor.”

Evangelio de san Juan (Jn 13,1-15)

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarle los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:

– Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

Jesús le replicó:

– Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.

Pedro le dijo:

– No me lavarás los pies jamás.

Jesús le contestó:

– Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.

Simón Pedro le dijo:

– Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.

Jesús le dijo:

– Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”).

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

– ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman “El Maestro” y “El Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros: les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan.”

Reflexión

Hoy, Jueves Santo, la Iglesia celebra el día en que Jesús instituyó la Eucaristía y, al mismo tiempo, el sacerdocio ministerial. Esta es la tarde del Encuentro, del Amor, de la Amistad. Cristo, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Como Buen Pastor, el Señor dio su vida por sus ovejas (cfr. Jn 10,11), para salvar a los hombres, reconciliados con su Padre e introducirlos en una nueva vida. A los Apóstoles, y en ellos a todos nosotros, ofreció como alimento su Cuerpo, entregado por ellos, y su Sangre derramada por ellos. Lo que da sentido a la festividad de hoy Jueves Santo es precisamente esta realidad del Amor que lleva a Jesús a entablar una comunión irrompible con hombres y mujeres, a asegurar una presencia amorosa y fecunda hasta el final. Lo que da sentido, es precisamente esa misteriosa experiencia de Amor y de Amistad que hoy vamos buscando desesperadamente porque no la encontramos por ninguna parte y la necesitamos.

En este día grande, en esta tarde maravillosamente hermosa recordamos estos tres misterios: la Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el mandamiento nuevo. Como los primeros discípulos, venimos a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Misa de la Cena del Señor que renueva la última Cena. Recibimos del Salvador el Testamento del Amor Fraterno que deberá inspirar toda nuestra vida cristiana y religiosa, y empezar así a velar con Él, para unirnos a su Pasión.

Acerquémonos al altar para adorar a Cristo y agradecerle los dones que, con su presencia real y substancial, ha ido derramando sobre nuestra vida y familia; acerquémonos con un deseo y una plegaria: que la Eucaristía, perpetuación de la Ultima Cena y del Sacrificio del Calvario en la trayectoria personal y de nuestros seres queridos, sea siempre:

  • un sacramento de piedad que nos mantenga fuertes y fieles en la conducta cristiana haciéndonos saborear el gozo de sentirnos hijos de Dios,
  • que la Eucaristía sea un signo de unidad que nos una cada vez más en Cristo y nos proyecte a convertir en realidad las exigencias del orden civil y moral,
  • que la Eucaristía sea un vínculo de caridad que fomente la dulce fraternidad, la unión de espíritus y la superación de diferencias, para alcanzar la paz tan ansiada.

En la Cena del Señor o Eucaristía del Jueves Santo, celebramos el memorial del Señor, obedeciendo a su palabra, su Testamento: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19; 1Cor 11,25). Pongamos todos nuestros sentidos en el recuerdo de Jesús; centrémonos en su presencia, en su palabra. Aquella que Cristo pronunció en el atardecer de la última Cena, y que Él recomendó a nuestro recuerdo. ¿Cuál palabra? Todos lo sabemos muy bien: «tomen y coman: esto es mi Cuerpo; tomen y beban: este es el cáliz de mi sangre». En esta comida pascual la presencia del Señor se hace viva y real.

Hoy es un día especialmente grande para los sacerdotes. Es la fiesta de los sacerdotes. Es el día en que nació nuestro sacerdocio, el cual es participación del único Sacerdocio de Cristo Mediador. Ahora les invito a que recuerden al sacerdote que les bautizó, el que les dio la absolución en el sacramento de la Confesión, el que les ofreció la Primera Comunión, el que estuvo presente el día del matrimonio, el que les asiste en el momento de enfermedad, el que les aconseja y está cerca …

La Eucaristía debe ocupar el centro de nuestra vida familiar cristiana, de nuestra vida religiosa, de nuestra vida espiritual y de nuestra labor apostólica. Todas las oraciones, todas las buenas obras juntas no pueden compararse con la santa Misa, pues, la Eucaristía es obra de Dios». En ella se hace presente el sacrificio del Calvario para la redención del mundo.

Este día Jueves Santo es apropiado para reflexionar seriamente: ¿Qué lugar ocupa la Santa Misa en mi vida? ¿Cómo nos preparamos para participar con alegría y Fe en ella? ¿Sí nos preocupamos por acercarnos cada vez más a este misterio inefable e insondable?

En la misma Fe y Esperanza imploremos de Dios Padre su Misericordia, su Luz y la Fortaleza, para decidirnos a compartir con los nuestros y con los que están más allá de las puertas de nuestras casas, el Amor que en esta santa Eucaristía Jesucristo nos concede; y hacer realidad el deseo y Testamento que nos ha solicitado: ¡»hagan esto en memoria mía»!