(III° Dom. de Pascua B 2024)
Libro de Hechos de los Apóstoles (Hch 3,13-15.17-19)
“En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
– Israelitas, ¿de qué se admiran?, ¿por qué nos miran como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Rechazaron al santo, al justo y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia y sus autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que se borren sus pecados.”
Salmo Responsorial (Salmo 4)
R/. Haz brillas sobre nosotros el resplandor de tu rostro.
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío,
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Sépanlo: El Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando le invoque.
Hay muchos que dicen:
“¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?”
En paz me acuesto y enseguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.
Primera Carta de san Juan (1Jn 2,1-5a)
“Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 24,35-48)
“En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:
– Paz a ustedes.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
– ¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
– ¿Tienen ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
– Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces le abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
– Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.”
Reflexión
La liturgia de este tercer domingo de Pascua nos presenta en el Evangelio de san Lucas, otra aparición de Cristo resucitado. Es una invitación a considerar también en este día la “Asamblea Eucarística” como lugar privilegiado de la presencia activa del Señor:
- Jesús que se hace presente en medio de los suyos,
- el don de la paz,
- la alegría de los discípulos,
- el envío a la misión,
- el anuncio del perdón…
Esta presencia actual se da hoy en nuestra comunidad eclesial, porque en ella se prolonga el misterio y el fruto de la Pascua de Jesucristo.
La manifestación del resucitado a los apóstoles es esencial para confirmar y suscitar en ellos la fe, con miras al anuncio pascual del que ellos serán testigos privilegiados, como nos lo indica el Libro de los Hechos de los Apóstoles y la primera Carta del Apóstol San Juan.
El evangelio de san Lucas nos muestra a Jesús obrando en medio de sus discípulos, para hacer nacer, fortalecer y confirmar la fe en ellos. Ante la incredulidad de los discípulos, Jesús les responde con signos tangibles de que su presencia es real. Y con el propósito de que estos «signos» sean comprendidos en la fe, el Señor interpreta su presencia entre los hombres a la luz de la Escritura, mostrando cómo en él se ha cumplido todo lo que se había dicho.
Estos actos de Jesús También se cumplen en nuestra celebración eucarística. Reunida en la fe como cuerpo eclesial de Cristo, Ella realiza la presencia del Señor resucitado. Él está presente «en su palabra, ya que es Él quien habla cuando en la Iglesia se proclama la Sagrada Escritura»: También está presente en la palabra del que lee el santo evangelio y toma la palabra «para abrir nuestra mente a la inteligencia de la Sagrada Escritura». De modo particular Cristo Resucitado está presente cuando compartimos el Pan de Vida.
Podemos afirmar que hay incluso una continuidad entre las apariciones del Señor a sus discípulos y su presencia en medio de nosotros hoy en la Eucaristía. La Iglesia manifiesta la acción de gracias al «verdadero Cordero que, muriendo ha destruido la muerte y resucitando nos ha dado la Vida». La certeza que el Señor resucitado está en medio de los suyos nos alienta en la esperanza de nuestra resurrección futura, en plena comunión de gloria con Cristo.
Después del encuentro con el Señor resucitado, los discípulos testimonian con franqueza la Pascua de Cristo y los frutos de la salvación portados por su pasión-muerte-resurrección: el Apóstol Pedro se presenta como testigo anunciando a los judíos la resurrección de Jesús, el Santo y el Justo, el que lleva a la Vida, a Jesús que ellos han matado; y los invita a arrepentirse y cambiar de vida «para que sus pecados sean perdonados»; el discípulo amado Juan nos asegura que Jesús es nuestra única ayuda para ir al Padre y nos salva de nuestros pecados porque Èl mismo los ha expiado por todos. También la realidad del pecado hace parte, así, del glorioso anuncio pascual. Es verdad, en efecto, que el pecado es rompimiento de la comunión; pero es también «vía a la comunión, a condición de que nos reconozcamos pecadores y nos dejemos perdonar, con plena fe en nuestro «abogado ante el Padre»; de su sacrificio, de su Ofrenda eucarística, nosotros recibimos la fuerza de no pecar, de observar su Palabra, de permanecer en Él. Se cumple así para nosotros la revelación y la actuación de la misericordia del Padre que encuentra su vértice en el misterio pascual celebrado en la Eucaristía.
«En su resurrección Cristo ha revelado el Dios del Amor misericordioso, se revela a sí mismo como fuente de la Misericordia y del Amor. Jesucristo es la encarnación definitiva de la Misericordia, su signo viviente. Por eso tenemos que exclamar llenos de alegría y esperanza: «¿Cantaré eternamente la misericordia del Señor!».
La resurrección de Cristo no sólo se inscribe en el centro del cristianismo, sino en el centro mismo de la historia. Con la resurrección se realiza en Cristo, en anticipo, la suerte que nos corresponde en el futuro: en Cristo resucitado se realiza aquella plenitud que cada hombre busca en su vida. La resurrección confirma que la expectativa apocalíptica de «nuevos cielos y nueva tierra» no es fantasía de visionarios.
La resurrección de Jesucristo es la aurora de aquel mundo nuevo, de la nueva creación, que llevará a la plenitud las aspiraciones de Amor, de Justicia, de Paz, de solidaridad que todos esperamos ansiosos.